El primer efecto de la vacuna, te pongan AstraZeneca, Pfizer, Moderna o Janssen, es absolutamente primario. Llegas al vacunódromo y te das de morros con los de tu quinta. “Dios mío, mira fulanita, y menganito, dime, por favor, que yo no estoy así”. Lamento decirte que sí, es@ jovenzuel@ que te mira desde el espejo cada mañana solo está en tu imaginación, y no hay vacuna contra el paso del tiempo: esa tripita cervecera, patas de gallo, cartucheras y canas se han convertido en parte del patrimonio “boomer”. La generación que definitivamente vivió mejor que sus padres, en aquella democracia que va más allá de tomarse una caña, de mayoría universitaria, que estrenaba sanidad pública universal. Aquella España no la conocía ni la madre que la parió, Alfonso Guerra dixit.

Con el pinchazo y en el coche, te bajas la mascarilla y aspiras: después de todo, la vida era esto: una bocanada de aire sin filtro

Le dabas a la laca sin conocimiento del agujero de ozono y, armad@s con las imprescindibles hombreras asaltábamos la “movidita” zamorana. Los 80 eran nuestros. El muro de Berlín caía, la única pandemia conocida era la de comerse el mundo. Y sí, suspiraste alguna vez por ese calvo que acaba de darse la vuelta y reconocerte, a pesar de la mascarilla y los años. Dos filas más allá Choni tiembla, literalmente, de miedo. “Pero Choni, mujer, piensa en todos los que no llegaron a tiempo”. “Que sí, que estoy muy contenta, pero me muero de miedo”. Y entonces el calvo, disponiendo el hombro ante la enfermera, dice: “Ay que ver, de las noches del Jalisco a esto”. De las noches del Jalisco a la inmunidad de rebaño. Ya con el pinchazo y en el coche, te bajas la mascarilla y aspiras: después de todo, la vida era esto: una bocanada de aire sin filtro.