“Habíamos estado el fin de semana un poco malas, como de gripe. Llegó el lunes y mi hermana me dijo que no iba a trabajar, que no se encontraba bien. No volví a verla nunca más”. Toñi Martín Vizán relata lo que ocurrió el 18 de mayo de 1981. Ese día, su hermana, María del Pilar, fallecía en el Hospital Provincial víctima del Síndrome del Aceite Tóxico. La colza. Fue la primera víctima en Zamora a causa de este envenenamiento. Y, a día de hoy, la familia todavía no sabe qué pudo ocurrir. Han pasado 40 años, pero las heridas en el alma siguen abiertas por los que no están y las secuelas físicas de quienes pudieron contarlo se mantendrán para siempre. Cuatro décadas en las que los afectados han tenido que luchar, primero, contra los propios vecinos, después, contra la justicia y, finalmente, contra el pensamiento de “por qué nosotros”.

Noticia de la muerte de la hermana de Toñi Martín L.O.Z.

Aquel 18 de mayo de 1981, María Pilar y Toñi se levantaron como cualquier otro lunes para acudir a su puesto de trabajo en Reglero. Vivían en el barrio de la Candelaria y no habían pasado un buen fin de semana. “El jueves o el viernes estábamos así con malestar, con fiebre, como si fuera una gripe; de hecho, eso nos dijeron y nos dieron unas pastillas para ver si se nos pasaba”, relata Toñi. Ella, mal que bien, pudo ir a la jera. Pero su hermana decidió ser prudente. “Me pidió que le dijera al encargado que no iba a ir a trabajar porque no estaba bien; yo me fui y no la vi más”, detalla rememorando aquellas horas de confusión.

María del Pilar se quedó en casa, aunque luego decidió ir al Provincial para que un médico le explicara qué estaba pasando. Le dijeron que pidiera una ambulancia, pero no quiso. “Dentro de la situación, ella estaba bien; quiero decir, se había levantado conmigo, estuvimos hablando… Cuando yo me fui, desde luego, para morirse no estaba”, recuerda Toñi. Por su propio pie, María Pilar recorrió la distancia que separaba su casa de la Candelaria del antiguo Rodríguez Chamorro. Y nunca más salió de allí. “Fue radical. No dio tiempo ni a ingresarla, fue cuestión de dos o tres horas”, apunta Toñi. Y, a partir de ese momento, el caos y muchas preguntas.

Toñi recibió una llamada y fue rápidamente al hospital. Su familia la conformaban seis hermanos, más sus padres. El mayor estaba en la mili. Los demás tuvieron que quedarse ingresados hasta comprobar qué era lo que ocurría. Finalmente, a cuentagotas fueron saliendo del Provincial. Salvo Toñi, su madre y uno de sus hermanos, que se llevaron la peor parte. “Estuvimos muy malas, casi nos vamos para allá”, recuerda. Durante aquellos días de ingreso, los síntomas fueron a más. “Teníamos inflamaciones, se nos caía el pelo, nos afectaba a los músculos y casi no podíamos ni dormir”, enumera. Ahí comenzó un tiovivo de ingresos y altas que duró en torno a un año.

Pero, fuera del hospital, la situación no era mejor. Nadie en España sabía qué se escondía detrás de eso que las autoridades llamaban “neumonía atípica”. Y, por eso, el recelo entre los vecinos era máximo. “Cuando celebramos el funeral de mi hermana, su ataúd ni si quiera entró en la iglesia; estábamos nosotros dentro dando la misa y la caja en la calle. El cuerpo de mi hermana, en la calle”, lamenta Toñi. El miedo estaba en el ambiente, que se tornó irrespirable durante más de uno y de dos y de tres años. “Había gente muy mala; pasado mucho tiempo, todavía era una situación rara, como que te apartaban. Por favor, que era una intoxicación, no era otra cosa”, comenta.

Cuando las autoridades apuntaron a un aceite tratado como posible causa de la enfermedad, en casa de los Martín Vizán comenzaron a cuadrar las cosas. “A mi madre siempre le gustaba tener aceite, así que recuerdo que lo compraba así, a granel”, rememora. “Venía una furgoneta y mucha gente del barrio comprábamos así; por eso, mucha gente del barrio también fue víctima”, explica. En efecto, en la Candelaria se contabilizaron no pocos casos debido al consumo del aceite de colza. Pero, en la memoria de Toñi, se ha quedado uno grabado a fuego. “Cuando mi madre salió del hospital, estaba muy mala; entonces recuerdo que una niñita de allí fue a hacerle una visita después de la primera comunión. Tendría ocho años y… Pobre, esa niñita murió al final”, precisa.

Después de todo esto llegaron los análisis, los juicios, las reparaciones y las condiciones especiales. “Nada de nada”, zanja Toñi. De hecho, fueron envenenados en el año 81 y cobraron las indemnizaciones en euros. “Nunca nadie se preocupó por nosotros y tuvimos que salir adelante como pudimos”, resuelve. La realidad es que, desde que el aceite de colza entró en su casa, la familia se rompió para siempre. Al fallecimiento de María Pilar se sumaron, ocho años después, las muertes de otros dos hermanos víctimas de un camión. Su padre quedó afectado del corazón. Y ella todavía arrastra las secuelas físicas de la intoxicación.

Recientemente, Toñi Vizán ha superado el coronavirus. “También hace cuarenta años nos dijeron a nosotros que podía ser un bichito; tú vete ahora a alguien y dile que el coronavirus es un bichito, a ver qué pasa”, desafía. Pese a su historial y las posibles similitudes entre ambas enfermedades, nadie desde Sanidad se puso en contacto con ella para realizarle un seguimiento. “Y no lo entiendo, porque ahora con darle a un botón ya te sale en el ordenador que yo estoy afectada del Síndrome el Aceite Tóxico”, se queja.

Esta, en realidad, es solo una más de las malas experiencias de la familia con las autoridades sanitarias. Y es que, a día de hoy, todavía siguen sin encontrar la respuesta sobre lo que ocurrió en esas dos o tres horas que se consumieron desde que María Pilar entró caminando al Hospital Provincial y salió convertida en la primera víctima mortal de la colza en Zamora. “Cuando me lo contaron, yo me quedé sin habla. Éramos unas crías. Ella tenía 20 años y yo 19, siamesas”, recuerda Toñi. Ahora, cuarenta años después, esa voz ha vuelto más alta que nunca para pedir que jamás se olvide lo que les ocurrió a quienes, como su hermana, fueron envenenados.