La antigua cárcel de Zamora, donde la dictadura franquista creó la única prisión concordataria para sacerdotes, volvió a abrir sus portalones para mostrar la cruel represión sufrida por religiosos vascos y catalanes contrarios al régimen. Y lo hizo en un escenario de lujo, en el Festival Internacional de Derechos Humanos de San Sebastián. El documental “La cárcel de curas” (“Apaiz Kartzela”), grabado en el abandonado presidio zamorana en septiembre de 2019 por productora vasca Maluta Films, recupera una parte trágica y olvidada de su función bajo la mano de hierro con la que Franco gobernó en sus últimos años el país. Son historias que discurrieron entre los muros del viejo penal entre el 22 de julio de 1968 y el año 1975, su periodo de funcionamiento durante el que 55 sacerdotes terminaron entre rejas.

En la imagen de la izquierda, inicio de la proyección del documental en el Festival de Derechos Humanos de San Sebastián; a la derecha, uno de los directores, Ritxi Lizartza, junto a los dos protagonistas, al lado del cartel. | | CEDIDAS

La película da testimonio directo de aquellos oscuros días de la dictadura, que terminó con el encarcelamiento de curas, de los vascos Juan María Zulaika Aizpurúa, Xabier Amuriza Zarraonaindía, Josu Naberán, y el catalán Eduard Fornés Gili, que retornan a sus viejas celdas entre recuerdos, emociones y cánticos de libertad, el mismo que entonaron al final de la proyección en el Festival, junto a otros ocho compañeros de prisión.

Aunque la película no obtuvo el galardón, “el reencuentro” en el cine de la docena de esos represaliados y de dos familiares de otros compañeros ya fallecidos, resulta el mejor de los posibles reconocimientos. “El premio es que la película haya acabado a tiempo para que ellos hayan podido estar presentes” en esa primera proyección, explicaba Ritxi Lizartza, uno de los directores, con David Pallarés y Oier Aranzabal.

Ajuste de cuentas al presidio zamorano

De nuevo “la emoción del reencuentro” predominó entre los sacerdotes que lucharon entonces por la justicia social y el cambio político a la democracia, “hoy, 50 años después, su vida sigue siendo activa, siguen implicados” en ese objetivo, suguen “siendo coherentes y firmes en sus creencias todavía”, agrega Lizartza, ilusionado por comenzar una ruta de proyecciones, si “el virus los permite”, en otros festivales de España y fuera, incluso, en el propio Festival de Cine de San Sebastián, en la sección correspondiente.

El trabajo es un esfuerzo más de reparación de la memoria de las víctimas del régimen dictatorial, abunda Lizartza. Es el relato de la historia de la represión franquista contra los llamados “curas obreros” que se colocaban entre los desvalidos y el férreo régimen que siguió ejecutando a sus opositores hasta el último aliento de vida que le quedó al dictador.

La cárcel concordataria de Zamora, creada por la dictadura a tal fin, es el eje de ese relato, el hilo conductor de un penal del que existe un desconocimiento prácticamente absoluto. Entre sus paredes queda una profunda huella para los sacerdotes, 43 de ellos vascos, y otros catalanes que cumplieron condenas con penas muy graves, de entre diez, 22 o 50 años.

Los padecimientos injustos sufridos recobraron su espacio en la memoria de cuatro de esos curas que van desmenuzando en el documental el sufrimiento y las penurias pasadas en una pequeña ala del edificio, donde se les tapio para que no pudieran contactar con el resto de presos comunes. Ni a la hora de la comida, que recogían en un torno, aún existente, ni en las horas de patio, arrinconados en un pequeño espacio donde apenas da el sol, todavía en pie.

Zulaika, Aizpurua, Amuriza y Naberan; y el catalán, Fornés desandan el pasado en el documental para contar, ahora ya entre risas, cómo intentaron fugarse, excavando un túnel bajo los cimientos del presidio, un plan que se vino abajo cuando ya tocaban casi el exterior, tras ganar 20 metros a la superficie de un habitáculo del recinto, bajo las directrices de Naberan, también ingeniero. Entre aquellas paredes, en las que impulsaron motines para ser tratados como el resto de reclusos, cuando grabaron el film, tras obtener el permiso del Ministerio de Interior, fue imposible contener la respiración en momentos emotivos, con la voz contenida a veces, atropellada por la descripción de aquella dura vida entre rejas, muy alejada de la imagen que daba el régimen dictatorial, que llegó a contar que disponían de calefacción o televisión.

Durante ese “reencuentro con su pasado”, resume el director, de esos tiempos de oscuridad de la España franquista, los cuatro represaliados conocieron en 2019 la capital zamorana, y la disfrutaron. Este documental supone “un homenaje, darles su sitio y satisfacer esa injusticia que sufrieron, que no se ha reparado”, explica el director. Y hacerlo “a través de una cárcel que se desconocía en el franquismo, aunque no en Zamora y en Euskadi”, donde dieron con sus huesos sacerdotes “que defendían derechos humanos, políticos, de todo tipo”. Y que continúan viviendo bajo esos ideales.