“Ahora llenamos los teatros”, bromea el actor Pepe Viyuela ante las restricciones impuestas por la pandemia. Y volverá a llenar mañana miércoles el Teatro Principal, donde llega con sus compañeros Alberto Jiménez, Fernando Albizu, Juan Díaz y Jesús Lavi para poner en escena la obra “Esperando a Godot”, de Samuel Beckett, en una adaptación dirigida por Antonio Simón. Viyuela defiende esta obra universal, que se adapta a los tiempos y desvela enseñanzas para diferentes generaciones.

–¿Qué supone subir al escenario con una obra cumbre del siglo XX?

–Para nosotros es un privilegio, porque es una de las obras maestras no solo del siglo XX, sino del teatro universal, hay un antes y un después tras su estreno y se adapta perfectamente a los tiempos. Estrenada en los años 50, está escrita al rebufo de las consecuencias de la II Guerra Mundial y ahora mismo estamos viviendo una situación absolutamente excepcional como es la de la pandemia y cuando uno escucha y lee la función, se da cuenta de que parece que ha sido escrita para este tiempo.

–¿En qué sentido?

–Porque habla de una situación de espera permanente, la que tenemos ya desde hace un año para que la situación mejore. Todos estamos esperando la salud, la solución de la vacuna, la mejora de la economía y el volver a esa normalidad que en su momento ni siquiera apreciábamos lo suficiente. Nuestra obra, en su estreno en noviembre de 2019, era de una manera y ahora es otra función totalmente distinta y es porque su capacidad para hablar del ser humano en cualquier situación es magistral. Yo creo que seguirá siendo una de las obras más representadas del mundo, como ya lo fue en el siglo XX. Habla de nosotros, nos hurga muy bien por dentro y nos hace extraer conclusiones muy sabias.

Ver ahora gente en el teatro indica que es una necesidad más que un entretenimiento

–¿Hace revolverse al público en sus butacas?

–El público se ríe con esta función, por lo menos con la propuesta del director, Antonio Simón, quien siempre tuvo claro que había que explorar todos y cada uno de los rincones del humor que tiene “Esperando a Godot”, que son muchísimos. No es un humor frívolo ni ligero, sino que te deja un poso de cierta amargura, pero sigue siendo humor, es decir, uno se ríe de la situación terrorífica que están viviendo los personajes, pero, de alguna manera, lo que el espectador siente desde la butaca es que está en la misma situación que los personajes y, a pesar de eso, se ríe. Cuando la alegría permanece en medio de la tristeza y sigue floreciendo es porque hay esperanza. De hecho, en el propio título está el verbo esperar y cuando uno espera es porque tiene esperanza de que aquello que espera llegue en algún momento, aunque en la función no parece llegar.

Un momento de la obra "Esperando a Godot" Cedida

–¿Hay más enseñanzas?

–En el final de la función los personajes, que han estado todo el tiempo esperando, se marchan, salen a buscar eso que esperan y eso es una de las bonitas lecciones, que quizá no hay que esperar tanto, sino salir a buscar lo que esperas, porque quizá no vaya a llegar por sí solo. Otra de las hermosísimas moralejas es la necesidad que tenemos del otro, cómo nos acompaña en el dolor, el camino y la espera. Y eso es algo que este último año estamos experimentando de una manera clarísima.

–¿Ayuda su faceta de cómico a confeccionar este tipo de personajes más trascendentales?

–Ayuda mucho, porque tenemos una idea de que el humor es algo ligero y superficial, pero el sentido del humor es una de las características más profundas del ser humano, como la inteligencia. Nuestra capacidad para reírnos de nosotros mismos no lo tiene otra especie y es lo que nos caracteriza como humanos, fundamentalmente. Reírnos de lo que nos asusta es lo que nos permite el poder convivir con el miedo de otra manera diferente, sin que sea paralizante e incluso se le pueda plantar cara. Hemos aplicado en la función muchos de los elementos y herramientas que utilizamos cuando trabajamos como payasos. De hecho, Beckett era un gran admirador de los payasos y los personajes recuerdan mucho al universo del cine mudo.

Todos estamos esperando la salud y volver a esa normalidad que no apreciábamos

–¿Siente la presión de que el público se crea su personaje en una faceta más seria de la habitual?

–Al contrario, me siento muy libre, porque creo que en la profesión de actor desde un sentimiento de libertad y de que sea todo un juego. Es desde donde mejor se aborda la interpretación, probando cosas que en un momento determinado parecen ridículas a ojos de compañeros o público. Es como cuando eres un niño y te atreves con cualquier cosa. Cuando uno crece y se hace actor, intenta mantener ese espíritu lúdico, así que yo me lo paso muy bien haciendo personajes trágicos, cómicos incluso anodinos. Lo más bonito de ser actor es precisamente ese carácter de carnaval constante en el que uno vive.

–¿Cómo ha vivido la pandemia desde el escenario?

–Todos lo hemos pasado muy mal, salvo los privilegiados de las grandes multinacionales farmacéuticas o tecnológicas, que se han visto grandemente beneficiados. Pero el común de los mortales lo hemos pasado realmente mal, porque hemos visto enfermar y morir a gente cercana e incluso nos hemos sentido en peligro nosotros mismos. Desde el punto de vista profesional, ha sido desastroso. A mí no me ha pasado una gran factura, porque he seguido trabajando y me siento un privilegiado, pero tengo ojos y oídos y muchos compañeros y compañeras han tenido que paralizar su actividad. El sector de la cultura está ahora empezando a ver la luz y recuperarse, pero hemos atravesado un túnel muy negro y muy largo.

Pepe Viyuela, en primer término, durante una escena de la obra de Beckett. Cedida

–¿Se le hace extraño ver la platea medio vacía por las restricciones?

–Como intento ser optimista, pienso que, por lo menos, hay alguien y se van llenando las butacas disponibles. Es cierto que las entradas se venden en su totalidad, lo que quiere decir, primero, que estamos llenando siempre, cosa que en otras circunstancias es difícil, y luego, que en una situación tan complicada la gente siga teniendo ganas de ir al teatro. Para mí eso es muy esperanzador, porque indica que es una necesidad más que un mero entretenimiento. La gente busca pensar y sentir, encontrarse con los otros pese al peligro que supone, la incomodidad de las mascarillas y observar unas serie de medidas de seguridad que en el teatro se han cumplido a rajatabla. El público no se ha quejado, ha estado obedeciendo y pasando por todo para que las cosas sean seguras y por eso no se ha producido ningún contacto en los teatros.

–¿Qué queda de aquel Pepe Viyuela que conocimos en la televisión peleándose con una silla?

–Queda todo, porque es la base y la columna vertebral de lo que ha sido mi vida profesional. Es un personaje que no abandonaré nunca y el que más me divierte. Si tuviera que elegir, me quedaría con él y dejaría la televisión y el teatro. Y sería feliz, porque es el personaje que más me ha marcado en todos los sentidos, profesional y humanamente.