Sin tu aura purísima,
sin la fresa, entre niebla, de tu mejilla,
también sin juventud,
en sobresalto
siento entibiarse el aire
que fue tórrido y seco,
humedecerse el humus
en el rocío y hallo,
cobijada en la nube,
la palabra
del hombre que te amó
ya callada; y sin retorno
en el amor fundó al final el suave
desengaño de las horas.
Por el solar de tu recuerdo, solo,
con la voz enseñada a la caída,
aún puedo decir en desconsuelo:
como un temblor purísimo,
Teresa,
bella palabra, ya
sin cuerpo alguno.