Hoy más que nunca, vuelvo a tus versos, querido Jesús.

Y vuelvo al libro y a las palabras que escribí hace algunos años cuando, por fin, la Comunidad, o quienes brujulean su cultura entre bambalinas, se dignaron concederle el premio de las Artes de la Castilla y León. En el libro “Elegía en el monte de Palomares” aparece ese verso que llevo clavado en el hondón del alma, pocas palabras pero tanta verdad: “La tierra que más amo”, que dio título al libro que editó el Ayuntamiento de Salamanca el año 2003, antología que recoge algunos de sus versos, esparcidos por sus libros más conocidos hasta entonces. En aquel año, Jesús fue el poeta distinguido en el encuentro anual de poetas hispanoamericanos que tiene lugar en la ciudad vecina y que ha sabido homenajear a los más insignes de una otra y otra orilla del Atlántico, con versos castellanos y portugueses en algunos casos. En ese libro aparecen algunos de sus poemas más hermosos y apreciados de los libros en los que aventó su poesía: “Junto a mi silencio”, “Las hoces y los días”, “Pasiono”, “Tetraedro”, “Libro de amor para Salónica”, “Construcción de la rosa”, “Tejedora de azar” o “Las llaves del reino”. Sin duda, un excelente compendio de muchos de sus más notables poemas.

Hoy salgo al camino, en estos días primeros de mayo, para verte regresar, poeta, amigo, vencido por la muerte que no podrá llevarse tu palabra, insuperable guardameta de porterías de fútbol en aquel otro tiempo, maestro en la más pura y excelsa verdad de la palabra, al que admiré desde niño en los versos leyendo y apurando sus primeros poemas en la vieja revista Merlú o en aquel mañanero “Imperio”, cuando el poeta me enseñó a ver penitencias y rostros más allá del Maestro o la Madre que pasaban por las viejas rúas. Jesús, por entonces, era galardonado con el Adonais 1962, el dintel de la gloria poética al que llegaban muchos y solo traspasaban los poetas llamados a la inmortalidad. Conservo su soneto a la Soledad, escrito de su puño y letra y dedicado. Lo publiqué tal cual en aquel primero libro de la Soledad en su centenario.

Hoy ha vuelto a esa tierra que mas amó. Ha regresado en el silencio de su desgastada voz, en la rendición de sus huesos cansados, en la soledad inevitable con que viste la muerte al ser humano.

Pero su palabra y su risa pasean hoy por su calle de la infancia, por la calle de las Damas, el lugar en el que fue moldeando su corazón hasta llegar a convertirle en un manantial desbordante de poesía que ha anegado mas de una generación y ahí queda para beberlo y disfrutarlo.

En esta hora del adiós que nunca lo será, Jesús, teniendo tus libros aquí a mano, releo ese poema que encaja en la tristeza de este día:

“Si regresara ahora

a la ciudad aquella donde un tiempo creciese

cómo encontrar lo mismo

la vida, cómo hallar la niñez, el río, el puente

aquel del miedo; el agua

de la esperanza? ¿Acaso permanece

igual que en la clausura del recuerdo

la vida allí, si no parada, hermosa? (…)

Pero si yo volviese

a mi ciudad, aquella

ciudad mía de tejas hondas y silente

alma, no fuera un hombre quien entrase, fuera

un niño; un niño que aparece

de pronto en una calle con álamos y escudos,

y calla, se sorprende

de estar allí, y escucha a ver la vida, y quiere

que todo siga igual y mira el río. “

Pues has vuelto, Jesús, y “eres niño por cada calle, como entonces”.

La tierra que mas amaste ya te acoge.