Primero en la Biblioteca Pública del Estado y después en el Museo Etnográfico de Castilla y León, la cuentacuentos Raquel Queizás trajo este fin de semana a Zamora la magia de sus narraciones de profundas raíces gallegas que encandilaron a niños y mayores. Ella, como pocos, sabe utilizar el poder de la palabra para atrapar a su público y sumergirlo en la tradición de la que aprendió de niña, escuchando de boca de su abuela las historias que ahora se encarga de transmitir para que no se pierda.

–Usted bebe de la tradición oral de su Galicia natal para elaborar sus espectáculos. ¿Qué transmite a través de uno de ellos, “Raposadas”?

–“Raposadas” es la recogida de historias tradicionales que yo escuché de niña en mi pueblo, cuentos tradicionales de animales personificados, que se debaten entre la fuerza bruta y la inteligencia. Cuando nos los contaban de pequeños, si entendíamos bien los finales, significaba que ya estábamos creciendo. Y eso se nota en las risas, depende dónde se oigan, se sabe la edad de los niños. La protagonista es una pequeña raposa que tiene que conseguir ya la comida ella sola y sobre ese hilo transcurren los cuentos, mezclando historias tradicionales con juegos, para hacerlo más participativo.

–En el Etnográfico ha sido el turno de “Travesuras. Aventuras de libro”, donde se le da una vuelta de tuerca a los cuentos clásicos.

–A los clásicos y también añadiendo otros cuentos que no son tan conocidos y donde somos protagonistas de verdad. A veces no es tanto darle la vuelta a los clásicos como encontrar otros que no tuvieron la misma suerte de llegar o buscar a escritores que en su momento decidieron escribir la historia con mujeres protagonistas, para que también las niñas se identificaran. Por ejemplo, uno de ellos es “Zeralda y el dragón”, escrito en el año 1975 por Agustín Fernández Paz. Este escritor gallego lo creó a propósito para que, bebiendo de la tradición, en vez de ser el príncipe quien luchara contra el dragón, fuera la princesa la que se enfrenta al monstruo. Mi propuesta viaja al mundo de los cuentos, donde los personajes femeninos más conocidos como Blancanieves, Gretel, Rapunzel y Caperucita Roja están hartas de vivir la misma historia y no quieren príncipes, sino estudiar y leer historias, así que le piden a una niña real, la protagonista del cuento, que les cuente historias de chicas. También introduzco otro libro, titulado “Mi abuela fue pirata”, de Andrés Guerrero, porque hubo mujeres pirata y malvadas en la vida real, aunque casi no se sepa de ellas.

–¿Es importante este tipo de iniciativas para que cale entre las nuevas generaciones el germen de la igualdad?

–Todavía falta mucho para esa igual, así que las niñas necesitan referentes. Además, a los niños también les gusta mucho ver a princesas así de valientes y que haya mujeres pirata, por ejemplo. No lo rechazan, de hecho, lo valoran mucho y ahí se consigue la igualdad, porque es que todos somos iguales.

Los videojuegos son relatos con presentación, conflicto y desenlace

–También ha ofrecido “Cuentos en la boca”, más dedicado al público adulto. ¿Es complicado adaptarse a niños y mayores?

–Es más para un público familiar, pero este repertorio es como mi presentación, porque sí que me gustaría abrir más este campo hacia los adultos, aunque parto de mi infancia, cuento de qué estoy hecha, de las historias que yo fui escuchando. Y hablo de que antes no había historias para niños o para adultos, sino que las escuchábamos todos a la vez. A veces eran historias duras o de miedo, con la Santa Compaña o el demonio, que yo reivindico y defiendo, porque te hacen crecer.

–¿Son historias muy distintas a las actuales para niños?

–Lo que pasa es que a veces con alguna literatura, que yo denomino “sub literatura”, se está más preocupado por inculcar valores y se pierde la historia. No hay un conflicto ni un personaje malvado, que tiene que existir porque si no, no hay lucha ni superación. Yo reivindico esas historias y cuento relatos tradicionales gallegos que también escuché, aunque mi abuela, que era una mujer muy sabia, curandera, creía en todo ello y no los consideraba cuentos, sino verdades. Intento transmitir esos recuerdos de mi infancia, rodeada de gente mayor, porque tampoco había muchos niños en el pueblo. Muchas de esas historias son de autores gallegos que, como yo, escucharon tradición y la fabularon. A la gente le sorprende porque no son historias muy comunes y despiertan esa fantasía que para nosotros es nuestra mitología.

–¿Qué tienen las historias, que atraen tanto a niños como a mayores?

–Es el poder de la palabra, que sigue siendo impresionante. Ahora tenemos también la tecnología y los videojuegos a nuestro alcance, pero es algo que también reivindico, porque, en el fondo, son cuentos, con su presentación, conflicto y desenlace, con los que vives tu aventura. La palabra es la que mantiene vivas esas historias que son antiquísimas. Me abuela me decía que me tocaba a mí contarlas para que no se perdieran, así que cuando yo termino mis sesiones les pido también al público que cuenten lo que han oído, para que no se pierdan. Cada uno pone de su parte y así se mantuvo y se mantiene la tradición oral, que te lleva a tiempos remotos, pero donde se plantea unos conflictos que todavía son actuales. Cuando tú te enfrentas a una responsabilidad, tomas un decisión y a partir de ahí tu vida cambia y en los cuentos es lo mismo: es un viaje, una transformación para convertirte en otra persona.

Actuación de Raquel Queizás en la biblioteca de Zamora Jose Luis Fernández

–Con esa infancia entre relatos, ¿su destino no podía ser otro que convertirse en narradora?

–Así es. Tanto mi familia como la gente del pueblo, en cualquier momento, estaban contando alguna historia. Yo tuve que ir al colegio en Verín, tenía poco que ver con esos niños y además era muy tímida, pero solo conseguía que me hicieran caso cuando contaba estas historias. Así que es algo que yo recuerdo hacer de siempre. Los cuentos que relataba a veces acababan mal, pero también les gustaban, no había un final Disney, como yo los llamo, eran otras historias para quedarse pensando, había un objetivo, sobre todo en las leyendas tradicionales, llenas de pruebas que tienes que superar, promesas que tienes que cumplir y que, si no lo haces, hay un castigo. A veces no tienes la culpa, pero ese final es para que recapacites y pienses sobre algunas conductas.

Quiero transmitir a los pequeños que enfrentarse a los miedos es bueno para crecer

–¿Esa moraleja ya no existe?

–Eso se ha perdido y parece que los chavales además cuando no consiguen algo se frustran muchísimo. En cambio, antes eran como pruebas de superación y cualquier pequeño triunfo era como una enorme victoria. Yo quiero transmitirle a los niños y niñas que enfrentarse a los miedos es bueno, porque uno crece.

–¿Podrían estas narraciones ser una herramienta educativa?

–En Galicia voy mucho por colegios e institutos y lo ven como una herramienta para trabajar en clase pero con la palabra “trabajo” se pierde un poco la esencia. Puede servir simplemente para conocer la tradición oral, que es muy rica. Es una forma de la identidad de cada pueblo, para reivindicar cómo somos y explicar lo que no conocemos.

–También se dedica a impartir talleres de narración. ¿Es sencillo enseñar a transmitir?

–Se puede enseñar, porque todos somos narradores. En los talleres trabajo mucho la memoria emotiva, porque es más fácil contar algo que te ha ocurrido, que te ha afectado o que te ha emocionado que leer un cuento, aunque es verdad que cualquier historia que llega a tus manos la transmites también desde tus recuerdos.