Su nuevo libro “El fondo del cubo”, una metáfora sobre esos “posos” que la vida va dejando en el individuo, ha logrado el reconocimiento del jurado de la XXX edición del destacado Premio Internacional de Poesía Gil de Biedma, en concreto, uno de los dos accésit. David Refoyo (Zamora, 1983) remueve en su memoria y tira de aquellas jornadas de trabajo, de esfuerzo en la empresa familiar, de la dedicación. El poeta y escritor rescata los momentos vividos con sus padres y su hermana, la intensa relación entre los cuatro; los valores aprendidos; la importancia de todos ellos y de los vínculos familiares. La obra, que nació para no olvidar la experiencia de ser padre, le trasladó a su propia vivencia como hijo. Todo para que cuando su pequeña de dos años crezca pueda descifrar, recrear y disfrutar de ese lazo paterno-filial que se construye entre ambas figuras.

–¿Qué es en “El fondo del cubo”, por qué ese título?

–Es una metáfora sobre lo que el día a día va desatando, el poso que va dejando la vida en cada uno de nosotros. La portada del libro, con un cubo de agua, es una imagen que se remite a la experiencia que viví con mi padre cuando le ayudaba en el negocio familiar de limpiar cristales. La suciedad, un poso de arena, era lo que quedaba al final de la jornada en el cubo.

–En su caso, ¿surgen antes los poemas o la idea?

–En principio, este libro surge porque quería escribir sobre mi hija y la experiencia de ser padre, pero no tenía una idea preconcebida. El proceso creativo de la poesía no es igual que el de la novela, tienes que esperar el destello, que te surja esa inspiración. Y, al final, sin pretenderlo, para hablar de la niña llegué a mi adolescencia, a esa etapa en la que trabajaba con mi padre. Los poemas giran entorno a la figura del padre, no fue algo premeditado, me surgió así.

–Resulta curioso que se remonte a la vivencia como hijo para hablar de su experiencia como padre, ¿cómo es eso?

–Durante la experiencia vital hay preguntas que te haces y no encuentras respuesta. Yo entonces no entendía a mis padres, el porqué yo tenía que trabajar con mi padre cuando no lo hacían mis amigos. Después comprendí que ellos querían inculcarnos a mí y a mi hermana, somos dos hijos, el valor del trabajo físico, el compartir el esfuerzo de la familia, las miserias también, lo importante que eso es en la vida.

– La dedicatoria lo define muy bien, “Padre, te miro y me veo en ella”. ¿Cómo lo ha recibido su padre?, se sorprendería, cuando menos.

–Mi padre es de la vieja escuela, le cuesta mucho expresar sus emociones, pero ha recibido este libro con mucha emoción, no me lo ha dicho con palabras, directamente, pero me lo ha dejado entrever. Sí, él se ha emocionado mucho con la figura paterna que reivindico.

–¿Reivindica esa figura paterna como el eje de las familia?

–Más que eso, la reivindico como el aprendizaje que implica en cuanto a enseñar al hijo qué es la vida real. Yo lo aprendí en la calle, trabajando con él, pero en la familia también está la madre, igualmente presente en mi libro. En la empresa familiar, trabajan los dos haciendo lo mismo, es su profesión, y mi hermana y yo trabajábamos con ellos en el verano.

–Cuando su familia trabaja junta y vive junta, prácticamente las 24 horas sin separarse, surgen tensiones, a veces, malas relaciones. En su caso, ¿cómo vivió usted esa relación tan estrecha?

–Se intensifica todo mucho más, para bien o para mal. La relación es más compleja precisamente por ser más intensa. Los problemas laborales se llevan a casa y no consigues separar la vida privada del trabajo porque todo queda en casa. Por eso creo que el poso que tiene el libro, la experiencia que muestra, es compartida por muchas personas porque en Zamora hay muchos negocios familiares que funcionan o funcionaron así.

–¿Qué “poso” le ha quedado a usted aquella vivencia?

–El valor del esfuerzo, la convicción de que consigues las cosas que pretendes por el empeño y trabajando. Con el tiempo, he sido consciente de ello, toda esa enseñanza adquirida. Aprendes a mirar, a observar, a los clientes, a los comerciantes para los que trabajabas, a la gente..., en definitiva, mirar de otra manera a la vida de la calle. La experiencia te sirve para eliminar prejuicios porque yo creo que en la calle todo se nivela, y, al final, lo importante es ganar dinero para comer y sobrevivir como se pueda.

–¿Cómo debe aproximarse uno a esta nueva obra suya?

–No hay un punto de partida, la lectura es sencilla y muy fluida, permite que cada uno saque sus propias conclusiones. Esa libertad que yo he tenido la percibirá cualquier lector, no hay que tener un bagaje previo.

–¿Cómo surge esa necesidad de hablar a su hija desde la poesía?

–Quería dejar por escrito la vivencia que tengo con ella, como padre, desde que nació, para no olvidarla porque todo el mundo me decía que el tiempo pasa deprisa y que, cuando te des cuenta, los hijos han crecido. Después, encontré la figura del padre para recoger toda esa experiencia vital con mi hija.

–¿Pero no es, en cierto modo, un libro más autobiográfico como hijo que como padre?

–Es un libro para el futuro, aunque habla del pasado, también del urbanismo de la ciudad. Lo he escrito para que cuando mi niña tenga 15 o 20 años pueda leerlo y descubrir de dónde viene toda la familia. Es un libro sobre quiénes somos y de dónde venimos..., es la base de toda literatura.

–¿Qué es lo que más le ha satisfecho de este nuevo trabajo que ha logrado uno de los accésit del Premio Internacional de Poesía Gil de Biedma?

–La respuesta de los lectores está siendo muy positiva, mucha gente se ha identificado con esas familias de antes, que trabajaban con las manos, con esas personas que tuvieron que trabajar duro, con trabajos físicos duros, y que pudieron dar estudios a sus hijos gracias a ese esfuerzo. Muchas de esas personas se identifican con mis poemas, me están llegando comentarios en esa línea.

–A su hija le espera un mundo muy distinto, ¿le resultaba necesario que conociera esa otra realidad?

–Seguramente su vida será bastante distinta a la vida que yo he tenido y a la que hemos vivido, pero no quiero que se pierda ese punto de partida de la familia.

–¿Recrea aquella España que empezaba a vivir aún lastrada por el final de la dictadura?

–Sí, y en la que, a base de esfuerzo, los españoles comenzaban a tener sus propiedades. Una España que imagino que todavía era oscura, mi padre nació en el barrio de Pinilla, casi un pueblo entonces, donde había barcas para pescar en el río Duero y ovejas para el sustento familiar. La familia de mi padre era lechera y, desde muy pequeño, repartía la leche por las casas. Pero me centro más, reflejo más, en la España de finales de la década de los año 90 del siglo pasado y de inicios de 2.000, ese momento de cambio en Zamora, en el que comienzan a llegar las grandes cadenas comerciales y a desaparecer poco a poco el pequeño comercio en la capital, la esencia de la ciudad.

–¿En qué obra está trabajando ahora?

–Estoy escribiendo los primeros poemas de otro libro, poemas que recogen más la esencia de la llegada de la hija, ese descubrir el mundo a través de su mirada. Mi deseo es que podamos leerlo y podamos rememorar lo que sentíamos entonces a través de esta niña de dos años. Para mí es un filón ver cómo construye sus frases primeras, cómo intenta que la entiendas. Es un campo gigantesco para la poesía, que es el juego con la palabra, lo mismo que ella hace ahora.

–¿Tuvo que hacer una selección de los poemas escritos?

–No, todos los poemas, con su periodo de correcciones, salieron como están no he borrado prácticamente nada, la escritura es muy fluida, me salió muy natural.