“Antropología, patrimonio e identidad” fue el título de la conferencia que impartió ayer el experto zamorano Luis Díaz Viana, quien también presentó la reedición de su libro “Los guardianes de la tradición”.

–¿Qué tiene de especial este libro de 1999 para su reedición más de dos décadas después?

–Había salido en la editorial Sendoa, dentro de su colección de antropología y literatura. Es un libro que, curiosamente, aunque trata temas considerados bastante técnicos en el plano filológico y antropológico, tuvo una repercusión en el ámbito nacional e internacional. Parece que más allá de lo que yo pudiera esperar, también ayudó a que gustara el libro el que la parte central se publicó en una revista y tuvo una vida digital, con lo que las dimensiones de difusión cambiaron y junto a publicaciones del libro en inglés, merecieron una atención inesperada para este tipo de trabajos puramente académicos.

–¿Cómo se decidió a darle esta segunda vida?

–Fueron amigos y compañeros los que me animaron a esta segunda edición. La cuestión que hay que plantearse es por qué sigue estando tan de actualidad un tema de hace veinte años y por qué interesó como tema más allá de los márgenes académicos, sin perder actualidad. La respuesta es porque trata de las manipulaciones de la cultura y de lo popular y esto está muy de moda. Los populismos, que son fundamentalmente culturales y políticos, se valen de los mismos o parecidos recursos que ya fueron utilizados en la manipulación de la cultura popular desde el siglo XIX y que algunos autores denominaron como descubrimiento del pueblo, de lo que conservaba de esencias patrias y una tradición eterna de nacionalidad o nacionalismo. Como vemos, en eso estamos, no se podía decir que más que nunca pero no menos, a pesar de la globalidad o quizá en parte estimulado por esa misma transformación que se ha producido en los últimos años.

–Se comprueba entonces, que, a grandes rasgos, ¿hay un interés creciente por la tradición?

–Con lo de la tradición ocurre una cosa muy curiosa que señalo en el libro, especialmente en la nota de esta nueva edición, en la que se habla propiamente de las imposturas acerca de la cultura popular, basada en una conferencia magistral de un congreso en Morelia, en México, sobre oralidad y cultura popular. Sobre en qué medida la tradición interesa más, hay un caso del que me ocupo en esta segunda parte y es que, académicamente, la tradición está muy desprestigiada. Más que hablar de cultura tradicional, ha prevalecido hacerlo sobre cultura popular o, simplemente, de cultura. Cuando hablamos de cultura popular, estamos hablando de cómo funciona la cultura a secas y cuando hablamos de tradición, es una de las herramientas fundamentales en las que se basa la cultura para existir, no solo la cultura rural, la tradicional de los campesinos, donde los folclorismos han puesto su foco y su interés y los nacionalismos y otros “ismos” han entrado a saco manipulando, para manejar eso que se piensa que son como las esencias nuestras y lo autóctono frente a lo otro y a los otros.

La tradición interesa, pero nunca ha estado tan desprestigiada desde el punto de vista académico

–¿En qué momento está?

–La tradición interesa, pero es muy curioso el fenómeno, porque nunca ha estado más desprestigiada desde el punto de vista estrictamente académico y antropológico, pero nunca se ha utilizado más, incluso en el lenguaje coloquial y habitual, incluso entre compañeros de otras disciplinas distintas a la antropología. En vez de decir convencional o por costumbre, como se hace en los medios, se utiliza tradicional. El término ha ganado terreno ante el cambio y la transformación vertiginosas que ha supuesto la globalización, en buena medida impuesta, con la tiranía tecnológica. La gente ha reaccionado contra eso y lo ha hecho muchas veces agarrándose y buscando un anclaje en lo que eran o creían ser antes, en lo propio, en la tradición que, hasta cierto punto, es comprensible en un mundo tan cambiante. Se ha mirado hacia atrás y ahí es donde está la actualidad del libro y su interés.

–¿Y por qué tiene ahora tanto interés el populismo?

–La mayoría de los populismos, sobre todo de la ultraderecha, acaban poniendo muy a las claras qué hay detrás de invocar una tradición del mundo rural o los conflictos con el mundo urbano, que ya es otra cuestión, porque las políticas deberían saber manejar y, generalmente, no se acierta mucho. El partido de ultraderecha en España, en su carta de presentación a las primeras elecciones, invocaba el mundo rural y aspectos como la caza, los toros y la tradición, a pesar de que muchas veces ha habido progresismos en España que consideraban muy progre esto de la cultura tradicional. Ahí es donde el libro desmonta algunas creencias o convicciones bien intencionadas pero, en el fondo, remiten a un uso y abuso de la tradición en esta línea.

–¿Cree que no había otra vía a la globalización?

–La verdad es que es bastante sorprendente que en un momento determinado los estados y gobiernos entren por el aro de una serie de tecnologías y las acaben imponiendo de una forma que, como se está desvelando ahora desde muchas voces, tampoco es lo que parece. Lo hemos visto en la pandemia e incluso antes.

–¿En qué sentido?

–Se supone que todo el mundo tiene ordenador, sabe manejarlo y puede realizar acciones en unas determinadas aplicaciones, pero, definitivamente, no es verdad, porque no todos los estudiantes pueden seguir las clases online ni todos pueden optar por el teletrabajo. Estamos en un mundo cada vez más de ficción, más irreal, donde no resulta nada extraño que, ante la incertidumbre y ante esa sensación de verse a la intemperie, uno se agarre a lo que pueda y se mire hacia atrás. Si eso se hace de una manera constructiva y crítica, es necesario y positivo. Se debe mirar hacia otras formas y expresiones de cultura que no sean lo que se ha entronizado como cultura, que en antropología se llama gran y pequeña tradición. No toda la cultura es esa gran cultura.

Una sociedad avanzada haría que en el lugar más recóndito del país se viviera con el mismo confort

–¿Esta situación beneficia a la España Vaciada?

–Para eso haría falta una imaginación política que yo pongo muy en duda, tanto la imaginación como también el interés real en ello. Para empezar, haría falta que en todas partes se pudiera tener una buena conexión a Internet, que no existe, y menos en Castilla y León. Si empezamos por ahí, se pueden revertir ciertas situaciones, porque es verdad que hoy en día se puede trabajar desde cualquier parte. Eso podía ayudar, pero el problema de la España Vaciada es de modelo de sociedad y de mundo, que ha tendido a que la gente se agrupara en grandes ciudades. Y aparte de eso, en España hay un problema añadido, que es que las élites políticas e intelectuales han identificado siempre la ciudad con el progreso y el campo con el atraso. Eso en cierta medida podría ser algo verdadero, pero no en su totalidad. Se ha malinterpretado, incluso por los partidos de izquierda, como viendo que en el campo no se les perdía nada porque iban a votar a los otros. A lo mejor es que no los entienden ni se han preocupado de cuáles son sus problemas, las cosas en el campo no funcionan como en una fábrica.

–¿Se apostaba más por la ciudad?

–Viene de lejos la creencia de que solamente en la gran ciudad se puede avanzar y durante mucho tiempo la gente del campo se ha sentido que quedaba al margen del progreso totalmente y no tiene que ser así. El modelo que creo que sería el razonable para un mundo futuro es un modelo en que una sociedad verdaderamente avanzada se caracterice por que en el lugar más recóndito de ese país se pueda hacer lo mismo y vivir prácticamente con el mismo confort que en cualquier otra parte. Ese es el verdadero progreso. Sé que puede sonar utópico y parece difícil pero hay que tener modelos claros. No se ha identificado que progresar en el país también era el campo y ahora lo hemos visto con la pandemia. Pero menos mal que la gente no se ha ido del campo y somos un país que produce y se puede abastecer. Hay que favorece que la gente pueda radicarse en el campo. Además de equilibrar los aspectos materiales para ello, está la mentalidad que en España se arrastra desde hace demasiado tiempo, esa identificación malsana de que el progreso en el campo es imposible. Eso es lo que habría que reenderezar para hacer otras políticas y otro país.