El zamorano Óscar Figueruelo, afincado en Ibiza, donde es maestro, presenta su primera novela, “Calma”, un título que confiesa que puede llevar a engaño, pues se centra en una historia de ciencia ficción y supervivencia que precisamente terminó de escribir durante los meses de pandemia, siendo en cierta medida incluso un poco premonitoria.

–¿Qué presenta al lector con su primera novela?

–El lector se va a encontrar una novela de ciencia ficción, ambientada en estos últimos meses de pandemia. Pero lejos de hacer honor a su título, “Calma”, se trata de una novela dramática. Pensé que esta situación de pandemia y de casi apocalipsis era el escenario perfecto para situar a los personajes de mi historia ante el conflicto y la problemática de tener que sobrevivir y tomar decisiones para esa supervivencia. Ese es, en esencia, el planteamiento de la historia que presento.

–Así que el título engaña a primera vista.

–Sí, aunque la palabra “calma” es también una metáfora de lo que es la naturaleza cuando no está por medio la mano del ser humano. Para llegar a ese punto, además, el hombre tiene que pasar por un tormento.

–¿Fue el confinamiento el responsable del nacimiento de esta historia o era una idea que ya rondaba por su cabeza?

–Esta historia estaba ya pululando en mi mente y el confinamiento fue el que hizo que finalmente me decidiera a escribirla. Muchas de las ideas que yo narro en la novela son cosas totalmente ajenas a la pandemia. Creo que en la que nos estamos viendo ahora mismo se ha llegado por muchas de las cosas que el ser humano está haciendo mal. Así que al final somos el resultado de nuestras decisiones y nuestras acciones, que tienen una serie de consecuencias, como se está viendo. Y yo lo que hice fue aprovechar toda esta situación y el tiempo que me proporcionó también la cuarentena en marzo a mayo para escribir el relato que tenía ya pensado.

–¿Algo le inspiró la pandemia para elaborar el argumento de su novela?

–La verdad es que se pueden encontrar muchas ideas que son atemporales, que podrían haber estado hace diez años o que se encontrarán dentro de una década, porque creo que al final la historia también es cíclica, aunque no ocurran las cosas exactamente de la misma manera. Lo malo es que aprendemos poco.

–Se demuestra ahí que somos el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.

–No aprendemos de nuestros errores. Es lo que pienso y reflejo en la obra en diversos momentos, que la vida está compuesta de decisiones individuales y de decisiones colectivas. Las primeras, hasta cierto punto, son fáciles de tomar, pero las colectivas son más complicadas de consensuar entre una población. De hecho, lo estamos viendo a nivel de política. Ahora mismo nos estamos yendo por unos derroteros de economía de consumo colectivo que no es viable, por ejemplo, pero no hay manera de ponernos de acuerdo de manera colectiva de cambiar nuestro modelo de vida. A lo mejor de manera individual puede ser incluso más fácil, aunque tampoco uno es libre al cien por cien de tomar sus propias decisiones. Pero es más complicado hacer remar a todo el mundo en la misma dirección y cuando hay un colectivo que no lo hace, lo único que se consigue es dar vueltas.

–La historia está narrada en primera persona. ¿Fue complicado ponerse en el papel del protagonista?

–Para nada. El hacerlo así me resultó incluso más fácil, porque yo también quería que esta historia estuviera contada en primera persona. Por otra parte, el protagonista no tiene nombre porque no he querido, para que esa primera persona pudiera ser cualquiera. Quiero que esa primera persona sea el lector o alguien conocido para el que lee, como si te estuviera contando la historia alguien que conoces. Esa es la razón por la que la historia está contada en primera persona, con toda la intención, para que llegue más directamente.

–¿Cree que se ha convertido la realidad actual en ciencia ficción como la de su novela?

–Cuando yo escribí la novela no pensé que fuera a durar tanto esta pandemia, ni de esta manera. En el libro planteo determinadas cosas que están enfocadas a junio de 2021 y cuando la escribí pensé que sería ya por entonces una pesadilla pasada y todavía seguimos ahí.

–¿Se puede considerar incluso algo premonitorio?

–La realidad no es tan cruda ni catastrófica, porque yo también he querido exagerar en mi novela. Cuando uno escribe, tiene que sazonar la historia con algo especial. Considero que la literatura, el cine y el teatro tienen que tener ingredientes especiales que le den un sabor, porque si no se puede estar contando la realidad del vecino, ya sea muy feliz o amarga, pero no deja de ser la vida misma. Y uno cuando lee, ve una película o va a una obra de teatro, quiere otro tipo de sabor, de componentes. Como en un restaurante, que uno no va a comer lo que hace en casa todos los días, sino a degustar algo especial. La literatura también tiene algo de eso, poniéndole el componente de drama o risa que tú consideres.

–¿Qué respuesta está teniendo de sus primeros lectores?

–Hay gente que me confiesa que ha sido muy dura y que en algún momento ha tenido que cerrar el libro. Y eso es lo que pretendía, si no fuera así, es que no habría conseguido lo que quería.

–En la novela se habla también de la España rural, ahora denominada vacía. ¿Qué sentimiento le despierta?

–Yo soy de Almeida de Sayago y mi historia es la de muchísimos millones de españoles, gente de un pueblo que se va a estudiar fuera porque lo que hay en el mundo rural o no te convence o no te ofrece nada. Yo sí quise asentarme en el medio rural y hacer cosas, pero me fue imposible y tuve que emigrar. En la España interior no hay diferencias entre la ciudad de provincias y el pueblo y hay un mundo muy grande que se está vaciando. Las ciudades de provincia llevan el mismo ritmo que los pueblos, si estos se vacían, la ciudad también lo hará al final. En mi novela el mundo rural tiene un peso específico en todo lo que está pasando, aunque sea de manera indirecta, aprovechando la situación de la España Vacía como de aislamiento y de refugio. Cuando hay una amenaza, una pandemia, el aislamiento es un beneficio. Desde Zamora hasta Albacete, pasando por Asturias o Teruel, hay sitios muy recónditos donde en un momento dado tú tienes una seguridad que no vas a tener rodeado de gente.

–¿No se valora como se merece?

–Me duele, porque entiendo que la vida en la ciudad pasa por la vida en el campo y no solamente en el tema alimenticio. Entiendo que no se puede pretender que el campo se llene de gente, pero tampoco que se vacíe de esta manera tan drástica y tan rápida.

–Tras esta primera novela, ¿tiene en mente nuevas ideas para más historias?

–Sí las tengo y, de hecho, estoy ya inmerso en la segunda, aunque no sé para cuándo, pero sí me pica el gusanillo. Además, he tenido la fortuna de tener el apoyo de Avant Editorial, que se encarga de todo el trabajo de distribución. Además, así no era yo quien juzgaba mi trabajo, sino que otro veía si mi trabajo podía merecer la pena para arriesgar. Una editorial que crea que tu trabajo pueda merecer la pena, porque ahora hay una sobreoferta. Salvo los nombres consagrados, es muy difícil entrar, pero a mí me ayudó este apoyo de la editorial que vio cierta calidad para tomar la decisión final de publicar.