Un grupo de investigadores de Castilla y León, liderado por el nefrólogo del Complejo Asistencial de Zamora, Francisco M. Herrera Gómez, ha detectado que la necesidad de prescribir tocilizumab y otros fármacos anti-SIRS (anti síndrome de respuesta inflamatoria sistémica), así como corticoides, para “tratar el fuego inmunológico” provocado por el COVID-19 es un predictor de complicaciones clínicas a corto plazo, incluso de muerte, en este grupo de pacientes. Se trata de una señal de alerta que indica que esos enfermos deben ser vigilados de manera extrema, incluso que pueden necesitar de ingreso en las unidades de críticos o de un aporte de oxigenoterapia más intensivo.

Esta es la principal conclusión de un trabajo sobre los cambios en los patrones de uso y la efectividad de las intervenciones medicamentosas que se desarrollaron en la primera ola de la pandemia, liderado por Francisco M. Herrera Gómez, nefrólogo del Complejo Asistencial de Zamora y profesor asociado en la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid, y que se centró en un análisis comparativo sobre el consumo de fármacos para el tratamiento de la enfermedad provocada por el SARS-COV2 en los hospitales de Castilla y León.

En el estudio, del que se hizo eco la agencia Ical, participaron Francisco Javier Álvarez González, catedrático de Farmacología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Valladolid; Eduardo Gutiérrez, de la Dirección Técnica de Farmacia de Gerencia Regional de Salud; Débora Martín García, nefróloga en el Hospital Clínico Universitario de Valladolid, y Eduardo Tamayo, catedrático en la Facultad de Medicina y anestesista en el Clínico de Valladolid.

El trabajo, publicado en una revista científica de primer nivel Internacional, Journal Environ Res Public Health, nació para buscar factores de riesgo no tradicionales y mejorar la toma de decisiones a partir de la explotación de datos del mundo real, explica Herrera, experto en el tratamiento de big data. Cuando llegó el COVID, siguiendo la línea de trabajos previos, centrados en el consumo de sustancias estupefacientes al volante, el grupo optó por determinar qué elementos podían servir para medir el porvenir de los pacientes diferentes al sexo, obesidad, edad, patologías previas como la diabetes o el grupo sanguíneo, aclara el investigador. “La idea era mejorar la toma de decisiones del clínico. Yo soy médico y estaba perdido, y lo hubiera agradecido”, indica el nefrólogo a Ical, que recuerda que la investigación fue financiada por la Gerencia Regional de Salud en la convocatoria extraordinaria y urgente de ayudas de la Consejería de Sanidad destianda para proyectos en enfermedad COVID que se desarrollaron en centros de Sacyl.

El estudio se basó en una recopilación de las dispensaciones de fármacos de los 14 hospitales públicos del Sacyl en los tres primeros meses de pandemia y en “un trabajo ingente” del análisis de la historia clínica de 7.307 pacientes que ingresaron en los 90 días de la primera ola, entre el 1 de marzo y el 31 de mayo. El uso de medicamentos en esos primeros momentos se basó en la experiencia en epidemias anteriores por otros coronavirus. En este tiempo, se observó que el consumo de antibióticos y corticoides se mantuvo estable, mientras que los antimaláricos antivirales y tocilizumab, tras alcanzar un pico máximo entre el 15 y el 31 de marzo, disminuyó en el período de estudio. El uso de fármacos anti-SIRS y, en particular el interferón ?-1b, fue inferior al 15,38% a principios de marzo y residual en mayo. Los más usados fueron los antibióticos (90,83%), antimaláricos (42,63%), esteroides (44,37%) y antivirales, sobre todo, lopinavir/ritonavir (42,63%). Se destaca el uso de tocilizumab (9,37%) y de medicamentos anti-SIRS (7,34 por ciento).

Se observó que la tasa de mortalidad entre los pacientes hospitalizados por COVID fue del 24%, más probable en mayores de 65 años y hombres, con necesidad de ventilación, y los tratados con fármacos anti-SIRS, corticoides y tocilizumab. Debido a que los protocolos farmacológicos, se revisaron con frecuencia según la experiencia clínica adquirida y la disponibilidad de fármacos específicos, los patrones de uso de ciertos grupos de medicamentos cambiaron del inicio al final de la primera ola.

Cuatro de cada diez enfermos COVID pierde la función renal y un 10,87% desarrolla una lesión

En las conclusiones, señalan que el “colapso del sistema sanitario” provocado por la pandemia en España obligó a tomar decisiones terapéuticas rápidas y al desarrollo de protocolos farmacológicos basados ​en la escasa evidencia científica disponible”. Estos protocolos, según los autores del trabajo, “se han revisado con frecuencia en función de la experiencia clínica adquirida y la disponibilidad de fármacos específicos. Los patrones de uso de ciertos grupos de medicamentos cambiaron desde el inicio hasta el final de la primera ola, observándose también una disminución en el uso de todos los grupos, a excepción de los antibióticos y esteroides, que se mantuvo constante”. “En esta investigación se recogió información sobre medicamentos utilizados en la red hospitalaria de Castilla y León como punto de partida para unificar los criterios de los protocolos establecidos en cada hospital, y estar mejor preparados para las próximas oleadas de COVID”. Se prevé que estemos a las puertas de una cuarta. “La información de la primera oleada muestra que, en general, la edad y el sexo, así como la necesidad de ventilación, se relacionaron con la peor evolución y pronóstico de la enfermedad. A los que se les prescribieron medicamentos anti-SIRS, incluido tocilizumab, tenían más probabilidades de sufrir diversos trastornos, así como la muerte (en este caso también tratados con esteroides)”.

La lesión renal aguda es una complicación frecuente y grave en pacientes COVID, con una mortalidad muy alta, que requiere mayor atención a la hora de prescribir medicamentos y detectar manifestaciones propias de la enfermedad como el síndrome respiratorio agudo grave (SARS) y el síndrome de respuesta inflamatoria sistémica (SIRS). Esta es la conclusión principal del grupo de investigadores de Castilla y León, liderado por el nefrólogo de Zamora. El estudio indica que uno de cada diez afectados por coronavirus ingresado en el hospital acaba desarrollando esta patología. Tras los pulmones, el órgano que más falla son los riñones. “Vimos que hasta un 40 % de los pacientes en la primera ola perdía función renal y necesitaban de diálisis”. “La inmunidad es tan agresiva, que ni siquiera podemos apagarla con medicamentos”, precisa a Ical Herrera Gómez. El trabajo se centró en evaluar el tratamiento, las comorbilidades y los predictores de muerte hospitalaria en pacientes COVID con lesión renal aguda, así como en medir los fallecimientos, suministro de oxígeno y ventilación, necesidad de diálisis aguda, medicamentos, la duración de las estancias en el hospital y la unidad de cuidados intensivos. La mortalidad entre los pacientes con lesión renal aguda fue el doble que en otros pacientes (46,1% frente a 21,79%). Se detectó que el 10,87% de ingresados por COVID desarrollaron una lesión renal aguda; de los que más de la mitad tenía hipertensión (57,93%); casi la mitad padecía una enfermedad cardiovascular; algo más de una cuarta parte, diabetes (26,7%) y un 14,36% sufría enfermedad renal crónica.