En la noche del 30 de junio al 1 de julio de 2020, los agentes portugueses y españoles que compartían vigilancia en la frontera entre Quintanilla y San Martín del Pedroso eran incapaces de disimular su felicidad. Tras 105 días de controles ininterrumpidos desde el 17 de marzo, el dominio ejercido sobre el virus después de la pesadilla de primavera había llevado a los gobiernos de ambos países a acordar el regreso de la libre circulación habitual en el espacio Schengen. Los trabajadores brindaron a las puertas de la madrugada por dejar atrás una labor propia de otro siglo; una etapa de separación artificial incómoda para todos y demoledora para algunos.

No en vano, el establecimiento del paso alistano como el único tramo abierto las 24 horas para el tránsito de trabajadores transfronterizos forzó a decenas de personas a dar rodeos incomprensibles para acudir a sus puestos; en algunos casos, para desplazarse a residencias de mayores, donde el drama aguardaba tras los kilómetros extra. Aquella experiencia terminó por convencer a las autoridades, ya en junio, de la necesidad de abrir otras vías de comunicación entre Miranda y Sayago o en Rihonor, el pueblo partido por la mitad.

Allí, en el límite entre Sanabria y Portugal, la reapertura del verano se vivió como un alivio y como un movimiento razonable, en un contexto de vida en común, extrapolable al resto de la frontera, pero especialmente obvio en esta aldea europea que encaró el segundo semestre de 2020 con la esperanza de olvidar la angustia de las semanas anteriores y de librarse de los muros y las cadenas de antaño.

Aquella expectativa de julio pareció consolidarse durante un verano sin sobresaltos, e incluso a lo largo de un otoño en el que La Raya sorteó los cierres mientras padecía, como el resto, los estragos sanitarios y económicos de la segunda ola. Incluso, en pleno mes de octubre, los presidentes de España y Portugal dejaron clara su idea de evitar a toda costa la clausura de las fronteras durante la cumbre bilateral celebrada en Guarda.

De la mano de esta declaración de intenciones, ambos países superaron la segunda ola sin diques y afrontaron la Navidad como punto de inflexión para poner rumbo al 2021 de las vacunas. La moneda salió cruz. España y Portugal entraron en una dinámica de contagios peligrosa que llevó también a Zamora y a los territorios vecinos a cifras de ocupación hospitalaria más que alarmantes. Esos números se convirtieron en el preludio del regreso de los muros.

Tras varios días de rumores cada vez más fundados, en la medianoche del 30 al 31 de enero, casi siete meses después de abandonar la primera fase de vigilancia forzada por el COVID, los agentes tuvieron que regresar. Esta vez, las autoridades facilitaron desde el principio el paso por Miranda o por Rihonor en días concretos, aunque el alivio resulta escaso y no alcanza a todos. Por ejemplo, los vecinos de Fermoselle y de Bemposta exhibieron recientemente su frustración tras verse separados por una valla que elimina su relación de vecindad.

La queja de los habitantes de la zona y, en general, de toda La Raya es que muchas relaciones personales y comerciales se han visto golpeadas por el COVID de un modo más intenso que en otros lugares. Y así seguirá siendo, al menos, durante algunas semanas más. La Raya cumple hoy el aniversario del primer cierre con el segundo aún en marcha y recientemente prorrogado hasta el 6 de abril.

En el año que ha transcurrido desde que se instalaron aquellas barreras, el cierre ha estado vigente durante 150 días en los que ha habido miles de controles, muchas horas de trabajo policial e incalculables pérdidas personales y económicas. La pandemia aún golpea.

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