Desde las montañas del Cantábrico hasta la llanura toresana, el pintor vallisoletano Isidoro Moreno López regresa a Zamora para presentar en la galería de arte Espacio 36 una colección que, bajo el título de “Pigmento y pincel”, en homenaje al pintor Benjamín Palencia, recoge su producción de los últimos dos años de trayectoria.

–¿Qué ofrece al público zamorano en su regreso a la ciudad con esta nueva exposición en Espacio 36?

–El visitante se va a encontrar con 33 obras de diversos formatos, la mayoría al óleo y con diferentes soportes. Todas pertenecen a mi trabajo en los dos últimos años, aunque se ha colado alguna obra que siempre tiene que estar en mis exposiciones, como la de un galgo y de un paisaje del valle del Jerte.

–Los paisajes son la temática protagonista de esta muestra.

–Yo me considero un pintor paisajista, me siento muy cómodo en esta temática porque al pintar el paisaje, que es tan cambiante, me hace estar súper activo. Soy además pintor al aire libre y me gusta ese hacer y deshacer, poner y quitar. Juego también con el sol, cuando sale o se nubla. Todo eso conecta mucho con mi forma de ser, con los altibajos que personalmente tengo, esas luces y sombras de las que hablo me gusta pintarlas, esos grandes claroscuros y esos paisajes tan cambiantes, muy rompientes, con nubes primero, pero en los que luego sale el sol radiante.

–¿A qué se debe el título “Pigmento y pincel”?

–Se titula así porque los pintores tenemos la obligación de ir descubriendo y estudiando a otros que nos han precedido. Ahora mismo estoy enamorado de Benjamín Palencia, que es un gran conocido, pero me estoy empapando de él. Él mismo calificó su pintura como de pigmento y papel, así que es un poco un homenaje a ese gran pintor español del pasado siglo.

–La montaña es un tema muy recurrente en esta exposición, ¿es un elemento que le atrae de manera especial?

–A mi pareja, que también es pintora, y a mí nos gusta mucho viajar, sobre todo al norte, al Cantábrico, así que vamos atravesando montañas y las observamos para hacer apuntes. Con la montaña, viniendo de una tierra totalmente llana como es Valladolid, he conectado muy bien, con esos quiebros y aristas y ese movimiento que tiene. Me siento muy cómodo, aunque sea un tema que me aporta dificultad. Pero yo lo que no quiero es enfrentarme a temas relativamente fáciles, sino a aquellos que me aporten lo peligroso que es a veces el acto de crear, lo errático que es. Me gusta acertar y confundirme, luchar sobre el soporte.

–¿Esas aristas de la montaña las logra con empastados que hacen sobresalir la roca del lienzo?

–Me gusta mucho la pintura matérica, mis amigos dicen que cada vez soy más matérico. No entiendo una pintura plana, cada elemento requiere de un tratamiento textural y la montaña, por supuesto, me permite meter mucha materia, direccionarla. Me divierte muchísimo y me sirve de estudio profundo de lo que estoy viendo. Es muy entretenido abordar una montaña y más para alguien que viene de la llanura como yo.

–También se puede ver en su exposición algún guiño a la provincia, con paisajes de Toro.

–Tiene poca montaña, pero sí mucha diversidad, sobre todo del paraje que se ve desde la Colegiata, que me parece maravilloso. Me aporta la calma del río, esa mezcla de parcelas, unas sembradas, otras en barbecho, esos árboles que van al margen del río y esa profundidad de campo. Me aporta muchos registros de la plástica que tiene el tema y yo los aplico, con texturas para los primeros términos y voladuras para los últimos, zonas que denomino de silencio, donde no sucede nada, cuando el agua está totalmente lisa y transparente. También están esas zonas donde pasa todo, como esos árboles poblados de hojas, que me permite meter materia, direccionarla y crear volúmenes. Aparte, Toro tiene un cromatismo bellísimo, con esos naranjas tan característicos de la tierra, donde suceden muchísimas cosas. A mí me gusta interpretar ese tipo de paisajes.

El autor contempla sus cuadros en la galería Espacio 36 Nico Rodríguez

–¿Es complicado captar la luz de la manera en la que usted lo consigue?

–No me resulta complicado, aunque sí laborioso. A mis alumnos de la academia que tengo en Valladolid les recuerdo que también se pinta observando, no siempre mirando el pincel. Yo, como pintor, voy observando las variaciones de la luz, me gusta pasear, mirando todo lo que hay a mi alrededor. En estos paisajes en concreto es una obra con mucha pintura de capas. Esos claroscuros los consigo así, por veladuras, discerniendo dónde pongo materia.

–¿Es un proceso largo?

–Mis cuadros están en continuo movimiento y a veces donde pongo materia, al día siguiente la quito, porque veo que no funciona. Es una investigación y un proceso muy largo, no es una pintura a la prima, donde ponga la pincelada y se quede hasta el final. Debido también a las condiciones del paisaje, que está en constante movimiento, la pintura también se tiene que mover, cambiar y transformar hasta quedarme con mi cuadro, no con un paisaje en concreto, sino con lo que resuma lo que yo estoy sintiendo, no con lo que simplemente estoy viendo.

–A pesar de su trayectoria, es asiduo de cursos de pintura, con autores como Benjamín Valencia, Antonio López o Cristóbal Toral. ¿Ser pintor es un proceso de continuo aprendizaje?

–Desde pequeño comencé a ir a clase con un profesor, José David Redondo. Luego estudié en la facultad y he seguido con cursos, pero mi mayor aprendizaje lo he tenido en el Curso Superior de Pintura de Paisaje de Albarracín, donde actualmente me siento muy orgulloso de ser profesor. Desde 2008 he estado con catedráticos de pintura de paisaje como Carraledo o Rueda, aprendiendo y enseñándome a ver. Estamos en continuo aprendizaje y el que diga que lo sabe todo, miente. Hasta Goya, cuando estaba muriéndose, decía que estaba comenzando a descubrir lo que era el dibujo. Hay que ir aprendiendo de los grandes maestros y a mí me gusta este proceso, por eso sigo yendo mucho a concursos de pintura rápida, porque veo cómo pintan colegas y aprendo muchísimo.

–Se considera un pintor de paisaje al natural, ¿cómo vivió los meses de confinamiento?

–Dio la casualidad de que el confinamiento sufrí un accidente con la fractura de varias costillas, así que me tenía que quedar en casa de todas maneras. A las pocas semanas estaba recuperándome, porque quería pintar y quería hacerlo de recuerdos, de esos bocetos que me traigo de mis viajes, de esas fotografías. Así que la pandemia fue muy fructífera para mí, estaba esta imposibilidad de salir, pero está claro que también podemos volar con la imaginación y trasladarnos de esa manera a cualquier parte.