Aquella gripe pasajera derivó en el primer estado de alarma nacional desde la crisis de los controladores aéreos. Pocos pensaban, a esas alturas, que el virus transformado en pandemia era tan solo una gripe. Y solo los más optimistas seguían afirmando que iba a ser pasajera. Pedro Sánchez había anunciado su decisión apenas veinticuatro horas antes, pero la medida entró en vigor tras ser publicada en el Boletín Oficial del Estado ese mismo sábado del que hoy se cumple un año. De la noche a la mañana, Zamora se convirtió en una ciudad fantasma tan solo concurrida por aquellos trabajadores denominados esenciales. Todo se paró ese día, el 14 de marzo de 2020. Una fecha convertida en histórica que supuso un cambio radical del mundo tal y como se conocía.

Pese a que el estado de alarma no entró en vigor hasta aquel fin de semana de mediados de marzo, el autoconfinamiento había comenzado unos cuantos días antes. Los supermercados de Zamora vivieron un auténtico cataclismo en cuestión de horas y los lineales de productos tan básicos como el papel higiénico lucían completamente vacíos desde el martes y el miércoles previos a ese 14 de marzo. Que el fin del mundo te coja bien aseado. Nadie sabía muy bien a qué atenerse y por eso, quien más y quien menos, hizo por llenar su despensa por si finalmente los peores augurios se cumplían. Un vaticinio que tardó muy poco en convertirse en realidad.

Supermercado arrasado el 13 de marzo de 2020. Jose Luis Fernández

El mediodía del viernes 13 de marzo de 2020, la provincia de Zamora aguantaba la respiración mientras esperaba la declaración desde Moncloa de Pedro Sánchez, que se hizo esperar. Finalmente, al filo de las tres y media de la tarde, el presidente comparecía para anunciar el decreto de estado de alarma que entraría en vigor al día siguiente. Aquella misma tarde, las tiendas zamoranas se convirtieron en la jungla, así como las visitas a las farmacias en busca de equipos de protección que, ni estaban, ni se les esperaba. Y es que, pese a que el uso de la mascarilla no era obligatorio en ese momento, el complemento comenzaba a formar parte de un paisaje urbano cada vez más apocalíptico.

Caminar por Zamora en la mañana del 14 de marzo de 2020 fue un acto de heroicidad. Fueron pocos quienes se atrevieron; la mayoría, por obligaciones laborales. El decreto firmado por el presidente limitaba la libertad de movimientos, excepto para los trabajadores esenciales. Un puñado de actividades que debían mantener el país a flote y cuyos empleados salían a la calle con más miedo que vergüenza. Ese mismo día nació la policía de balcón, que escrutaba tras la cortina qué vecino salía a la calle y trataba de averiguar por qué.

Efectivos de la UME desinfectan la capital el 19 de marzo de 2020. Jose Luis Fernández

La noche de ese primer día del resto de nuestras vidas ocurrió un hecho insólito. De manera simultánea, en Zamora y en todos los puntos de España, los ciudadanos salieron a sus ventanas para aplaudir el esfuerzo de los sanitarios que estaban en primera línea de batalla. Lo hicieron a través de un aplauso de varios minutos con el que se pretendía insuflar fuerzas a los que estaban mirando al coronavirus a los ojos. Un acto que, de inmediato, se convirtió en costumbre y derivó en todo tipo de actividades. Al aplauso de las ocho de la tarde se sumó el “Resistiré” del Dúo Dinámico y de ahí se dio el salto a bingos, juegos, fiestas y otras maneras de pasar el rato. La pandemia era un campamento de verano.

Los zamoranos sobrevivían, como podían, en el interior de sus domicilios. Pero la vida ahí fuera era realmente complicada. Los hospitales comenzaban a dar síntomas de fatiga y la falta de protección hacía mella en un sector sanitario agotado tras turnos interminables para enfrentar una enfermedad de la que apenas se sabía nada. La preocupación de todo el mundo era la de proteger a quienes debían protegernos. Y por eso, en una muestra más de dignidad ciudadana, quien pudo se puso manos a la obra para elaborar material EPI con el que blindar a esos trabajadores. El 8 de abril, empresarios de la provincia coordinados por el Colegio Oficial de Peritos e Ingenieros Técnicos Industriales de Zamora, entregaron 80.000 pantallas protectoras que la Junta de Castilla y León había encargado para poder llegar a todos y cada uno de los centros sanitarios y sociosanitarios de la comunidad autónoma.

Fabricación de pantallas protectoras en Zamora. Emilio Fraile

De manera paralela, en los hogares zamoranos volvía la costura. Fueron muchas las iniciativas para tratar de proporcionar materiales de protección a los sanitarios. El barrio de San José Obrero puso toda la carne en el asador para fabricar mascarillas, como así hicieron diferentes asociaciones de vecinos, parroquias, pequeños empresarios y particulares. Encontrar un cubrebocas, en ese momento, era misión imposible y no apto para cualquier bolsillo. Cabe recordar que, durante ese mes de marzo, el precio de cada elemento podía alcanzar, tranquilamente, los veinte euros. Es el mercado, amigo.

Erradicar el avance del coronavirus era una obligación conjunta de la sociedad en un momento en que los fallecidos comenzaban a contarse por miles en todo el país. Apenas cinco días después de la declaración del estado de alarma, la Unidad Militar de Emergencias (UME) desplegaba a sus efectivos por la provincia de Zamora para “fumigar” todo lo que apareciera a su paso. Comenzaron por los hospitales, los centros médicos y los consultorios. También comisarías, comandancias, residencias de mayores y colegios. Aprovecharon para rociar las calles de productos desinfectantes y recorrieron centenares de kilómetros por todo el territorio para acudir hasta el último rincón donde se solicitara su presencia.

Funeral en Fermoselle durante el confinamiento. Emilio Fraile

Y es que, en aquellos primeros días tras el 14 de marzo, la fiebre por la higiene era norma social. Por eso, no resultaba extraño ver a personas con guantes de fregar caminando por la calle, desinfectar cualquier producto de la compra diaria o hacer escorzos para abrir las puertas sin tocar los pomos. El miedo es libre. En ese momento, además, resultaba complicado acceder a cualquier tipo de protección personal. Al elevado precio de las mascarillas anteriormente mencionado, hubo que sumar la desaparición del mercado de guantes y geles hidroalcohólicos. Un escenario muy complicado para los no iniciados en pandemias.

La crisis del coronavirus hizo mella, desde el principio, en el mercado laboral. La provincia de Zamora paralizó su actividad y miles de personas se vieron inmersas en un expediente temporal de regulación de empleo de la noche a la mañana. Los que tuvieron más suerte, pudieron continuar trabajando desde casa, lo que abrió otro escenario inédito hasta la fecha. El teletrabajo se hizo hueco en una sociedad donde la presencialidad es norma y los domicilios de los zamoranos se convirtieron en centros multifunción. La misma mesa del salón servía como escritorio para dos empresas distintas y también como pupitre de escuela para los más pequeños.

Movilización de un usuario en la residencia Virgen del Canto de Toro. Emilio Fraile

Pero, como siempre, fueron los habitantes del medio rural quienes pagaron los platos rotos. La falta de conectividad provocó situaciones delicadas para quienes requerían de Internet para trabajar o estudiar, lo que obligó a las administraciones a mover ficha y entregar tarjetas tarjetas SIM entre la población de las comarcas más desconectadas. En la provincia de Zamora, fueron los agentes medioambientales los encargados de recorrer pueblos sin cobertura, como Torregamones, para entregar las 4.300 tarjetas que la Junta de Castilla y León puso a disposición de los alumnos que debían seguir sus clases desde casa.

En las semanas posteriores a ese decreto de estado de alarma, el coronavirus se encargó de explicar por qué había sido necesario llegar a tales extremos. Las cifras de fallecidos en la provincia de Zamora comenzaron a dispararse y el drama de la muerte se multiplicó ante la imposibilidad de despedir a quienes se iban. La cara más amarga de la pandemia se traducía en entierros sin familiares, lo que significaba un palo todavía más gordo para quienes habían perdido a un ser querido. En el consuelo de todos ellos estuvo la humanidad del personal del Complejo Asistencial de Zamora, encargado de acompañar a los fallecidos hasta el último momento. Gestos que los ciudadanos de la provincia continuaban agradeciendo cada día a las ocho de la tarde mediante los aplausos desde los balcones y ventanas de sus domicilios.

Aplauso desde un balcón de la capital. Nico Rodríguez

El estado de alarma decretado el 14 de marzo de 2020 se prolongó, tras varias prórrogas, hasta el 21 de junio. “¿Y ahora qué?”, se preguntaron entonces miles de zamoranos que habían estado encerrados en sus casas, salvo para muy puntuales salidas, durante tres meses. Lo que había que hacer en ese momento no era otra cosa que evaluar la factura de todo aquello. Una situación completamente inédita que se llevó por delante demasiadas vidas, pero que también echó por tierra proyectos empresariales en una provincia que lleva la depauperación en su ADN. El coronavirus lo había cambiado todo y el escenario apuntaba, a principios del pasado verano, a una muy lenta y complicada recuperación. Lo que aconteció después, ya es la historia propia de cada uno de los zamoranos.

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