El 9 de marzo de 2020, a eso de las cuatro y media de la tarde, Ramiro Fernández se disponía a colocar una silla en la parte de atrás de su corral cuando se desplomó sobre el suelo. Casi de inmediato, la ambulancia le trasladó al Hospital Virgen de la Concha, donde evaluaron su estado, le preguntaron por sus últimos movimientos y terminaron por confirmar las sospechas al día siguiente: estaban ante el primer caso de coronavirus en la provincia. Este vecino de Montamarta de 72 años, triple superviviente de cáncer, tardó 50 días en volver a pisar la calle y, al salir, tuvo que enfrentarse a una realidad trágica, marcada por el impacto del COVID en su familia.

Pero no todo empezó aquella tarde. Los síntomas se presentaron antes, días después de su regreso de Benidorm. Ramiro se había desplazado con su mujer a la localidad costera para disfrutar de uno de los habituales viajes en grupo para jubilados, y no regresó hasta el 2 de marzo: “Fuimos en tren hasta Madrid, cogimos el autobús hacia Valladolid y allí comimos en el restaurante de la estación antes de seguir para Zamora”, recuerda.

Ramiro Fernández Emilio Fraile

Desde entonces y hasta el viernes, el vecino de Montamarta hizo vida normal, se relacionó con sus compañías habituales del pueblo e incluso estuvo en el bar. La fiebre apareció el día 6 y empezó a inquietar a sus hijas el sábado 7 de marzo. “Fuimos al Santa Elena y allí tenían que haber saltado las alarmas”, lamenta una de ellas, Yolanda. Pero, en aquel entonces, el virus todavía parecía un enemigo lejano. Ramiro volvió a casa con un diagnóstico de infección en la garganta y con un antibiótico. Así se mantuvo hasta el desvanecimiento que sufrió el lunes.

El viaje a Benidorm

En el hospital, el dato sobre su viaje a Benidorm resultó determinante: “El médico ya se puso sobre la pista”, subraya su hija Yolanda. Llegados aquí, Ramiro ya sufría con virulencia los efectos del virus. Inicialmente, ingresó en planta; al día siguiente pasó a la Unidad de Cuidados Intensivos. Su mujer le acompañó en la estancia fuera de la zona de críticos, pero después se tuvo que marchar. Ya no se volvieron a ver. Ella falleció por COVID el 27 de marzo. Sus suegros, residentes en la localidad de Almendra, también murieron.

Ramiro accedió a la UCI inconsciente y tardó 34 días en abandonar aquella sala. Después pasó otros 17 días en planta, ya acompañado por Yolanda, que también superó el virus. El 29 de abril, el paciente número uno de los más de 12.000 que se han contagiado en Zamora hasta la fecha dejó atrás el Virgen de la Concha y empezó a dar pasos hacia la recuperación.

Ahora, Ramiro Fernández vive para contarlo. Lo hace desde el mismo corral en el que se desplomó aquel día, rodeado esta vez por su nieto Marco y por sus dos hijas. Con serias dificultades para articular palabra, castigado por las operaciones a las que le obligó el cáncer, este septuagenario resistente recuerda los primeros momentos tras superar la fase crítica de la enfermedad: “No me podía levantar, ni andar, ni nada”, aclara.

Ramiro Fernández, junto a su familia Emilio Fraile

Todo apuntaba entonces hacia una recuperación lenta para un hombre que se dejó 19 kilos en las camas del hospital y que vivió con angustia “el ahogo” de sus primeros días de consciencia. Sin embargo, Ramiro sorprendió a todos: “Físicamente está demasiado bien para lo que podría haber sido”, reconoce su hija Yolanda, que imaginaba un escenario distinto, advertida también por los médicos.

Lo que finalmente ocurrió es que Ramiro apenas tuvo que ir a dos sesiones de rehabilitación: “El último día que estuve, la médica me agarró, me pidió un ‘selfi’ y lo guardó en su ordenador”, afirma, orgulloso, este agricultor jubilado que ahora se encuentra “muy bien” físicamente. El aspecto psicológico ya es otra historia. La ausencia duele y provoca “ansiedad”. “Él sigue siendo independiente como antes, lo que pasa es que toca acostumbrarse a la nueva situación”, subraya Yolanda, que asume como algo “normal” el bajón sufrido por la familia.

Su nieto Marco

En este punto, ayudó la presencia de Marco, el nieto de cuatro años de Ramiro, que hizo más soportable la realidad: “Sin él nos habríamos vuelto locos”, asegura Yolanda, tía del pequeño que danza por el corral mientras los mayores atienden a la visita: “Con el niño tiene que haber Navidad, Reyes y cumpleaños”, añade esta mujer de Montamarta, que cambia el tono para hablar de la reacción de algunos vecinos del pueblo ante el drama familiar acaecido.

“No fue todo tan agradable como nosotros llegamos a pensar”, lamenta Yolanda, que asevera que “la gente fue muy reacia a venir a visitarle”. Callado desde hace un rato, Ramiro reacciona para ofrecer dos apuntes. El primero, muy gráfico, consiste en señalar a sus hijas y a su nieto como los apoyos realmente importantes; el otro sirve para ilustrar cómo algunos vecinos rodeaban por otra calle cuando le veían asomado a la puerta tras regresar del hospital.

Ramiro Fernández Miguel Emilio Fraile

Sus hijas le observan, correctoras a veces, divertidas en alguna ocasión y emocionadas casi siempre. En su mochila guardan unas vivencias de pandemia especialmente duras, con la pérdida de una madre y dos abuelos en un pequeño lapso de tiempo en el que también temieron por la vida de su padre: “Cuando la gente se queja de todo el tema del confinamiento, yo digo que más se perdió en la Guerra Civil, cuando sacaban a las personas de sus casas para matarlas. Ahora, lo que nos han pedido es que nos quedemos en casa con la manta y las palomitas”, reflexiona Yolanda.

El COVID, "un drama total"

Este pensamiento viene claramente condicionado por la vivencia de “un drama total” que le generó una cierta indiferencia hacia las restricciones posteriores. La familia apostó por hacer piña “y tirar adelante” después de un sufrimiento compartido por otros familiares de aquellos jubilados que se desplazaron entre finales de febrero y principios de marzo a Benidorm. Más viajeros se contagiaron y algunos perdieron la vida.

Lo cierto es que la historia de esta familia se ha repetido en muchas partes del mundo a lo largo del último año; también en Zamora, donde 415 personas han fallecido solo en el mismo Complejo Asistencial en el que Ramiro fue el primero en ingresar por culpa del virus: “Tuvo una atención muy grande y quizá eso le salvó”, remarca Yolanda, que aprovecha para agradecer la labor de los sanitarios: “Han trabajado muchísimo”, incide la hija del primer paciente.

Gracias a esa atención y a su capacidad de resistencia, Ramiro Fernández Miguel mira al frente con la sensación de tener cuerda para rato. A la vuelta de su casa, el embalse, imponente en estas fechas, le espera para la pesca: “Cogí dos barbos la última vez y vi por allí una nutria”, cuenta con desparpajo. Ahora, con el fin de las restricciones, también se pasa por el bar a tomar el café y aprovecha la inminente entrada de la primavera para acondicionar su huerto, una pasión que pervive después de todo. Poco a poco, un año después del positivo, la rutina vuelve. Seguramente, nada será igual, pero hay que continuar; toca vivir.

Ramiro Fernández Emilio Fraile

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