Cuando Andrea Ferrero ya batía las alas para coger vuelo en solitario, un golpe inmisericorde la devolvió al nido. “Tenía una beca de un año en una productora de Salamanca, y me habían prometido un contrato a continuación”, explica esta comunicadora audiovisual de 23 años. Aquel compromiso quedó ahogado por el estallido de la pandemia: “Me volví a casa de mis padres”, confirma. Esa circunstancia truncó las expectativas iniciales de una mujer que ahora afronta el futuro inmediato rodeada por esa incertidumbre inherente a las crisis que la rodean.

No en vano, el contexto sanitario se ve acompañado por unas consecuencias económicas cuyo impacto aún está por determinar. Pero hay más. En Zamora, este escenario global se complementa con la particularidad de la despoblación, el envejecimiento y la falta de oportunidades laborales que ya padecían las nuevas generaciones, sin necesidad de que ningún virus viniera a hundir más en el fango a la provincia.

Jóvenes afectados por la crisis de la pandemia

A pesar de ello, Andrea Ferrero mira al frente con la certeza de que, en su camino, “hay muchas opciones”. Una de ellas pasa por seguir formándose para encontrar un empleo; sea donde sea, aunque las inclinaciones están claras: “No me gustan las ciudades grandes. Prefiero una vida más tranquila”, subraya la joven zamorana. Por eso, otra de las ideas que sobrevoló su cabeza fue el autoempleo en la ciudad. Lo descartó al percibir unas escasas posibilidades de éxito.

Con la vista puesta más en el medio plazo, Andrea Ferrero reconoce su plan de intentar instalarse en Zamora. O al menos cerca: “Antes había otra mentalidad, pero ahora ya sabemos lo que hay en Madrid”, recuerda la comunicadora audiovisual, que alude también al teletrabajo como una herramienta que puede consolidar población en la ciudad, más allá de las oportunidades de empleo propias que se generen en el entorno.

En todo caso, mientras el futuro llega, Andrea y muchos de sus compañeros de generación tienen que remar hacia territorio desconocido, tras vivir una experiencia traumática para toda la sociedad que también les ha afectado a ellos: “Yo no lo pasé bien en la cuarentena. No he llorado más en mi vida”, reconoce. Con su pareja en otra comunidad autónoma, el aspecto personal también se ha complicado.

Sin salir de Zamora capital, Jesús Barba aporta una de las alternativas más comunes para escapar de la precariedad: la oposición: “Es una opción que puede dar estabilidad”, remarca este graduado en Derecho de 25 años, que se ha embarcado en el proceso para convertirse en inspector de trabajo y que compagina su tarea principal con un empleo a tiempo parcial en una tienda de deportes.

El joven zamorano defiende su “vocación de servicio público”, pero también apostilla que, en su decisión vital, han pesado las dificultades para abrirse camino en el ámbito privado, especialmente en la ciudad donde reside: “Zamora es un lugar muy golpeado por las crisis. Ya desde 2008 se ve que hay menos comercio y menos trabajo. De hecho, es una provincia que pierde 2.000 habitantes al año”, analiza Jesús Barba, que habla de su tierra como “un lugar tranquilo y barato para vivir, pero muy limitado” a nivel laboral, y castigado por una clase política que “usa más la palabrería que las acciones para atajar la situación”.

En su caso, todo apunta a que la oposición le alejará de casa durante el inicio de su trayectoria, aunque el regreso ya aparece en su pensamiento antes siquiera de marcharse. Para eso, faltan unos años. Mientras, la preocupación oscila entre los materiales de estudio y el fin de una crisis sanitaria cuya desaparición aún no se intuye.

Jóvenes afectados por la crisis de la pandemia

A apenas unos kilómetros de la capital, en Casaseca de las Chanas, Lucía Canas pone voz a la crisis de su sector, con una resignación que dista mucho de la energía que utilizaba para coger el micrófono y subir al escenario. Esta cantante de orquesta de 24 años clama contra una falta de ayudas que está poniendo en jaque su futuro, y denuncia el olvido que padece la cultura. “La pandemia nos obligó a cancelar todo y me quedé sin apoyos”, lamenta.

Sus actuaciones con el grupo y con el dúo que forma junto a su pareja están atrapadas en un paréntesis que no acaba de cerrarse. Por ello, Lucía Canas está buscando empleo en el ámbito del diseño gráfico, su alternativa para salir adelante en este contexto: “Muchas veces me he planteado montar algo yo sola por no irme de aquí”, afirma la joven zamorana.

Sin terminar de decidirse por esa vía, Lucía Canas espera que la crisis del COVID le permita cuanto antes, volver a viajar de plaza en plaza e interpretar una canción tras otra frente al público: “Espero que sea pronto, por una cuestión ya de salud mental”, concluye.

Más lejos de la ciudad, en San Juan del Rebollar, Lucía Fuentes también reivindica su idea de quedarse contra viento y marea: “Yo estoy muy feliz aquí”, asegura. Esta trabajadora social finalizó el Máster a tiempo para volver a casa y pasar un confinamiento más amable que el que se dibujaba en su piso de Salamanca. Ahora, tras un tiempo de búsqueda, acumula dos meses como animadora sociocultural en una residencia de mayores en Rabanales: “No es de lo mío, pero bueno...”, desliza.

VÍDEO | Los jóvenes: “Queremos quedarnos en Zamora, pero es difícil”

VÍDEO | Los jóvenes: “Queremos quedarnos en Zamora, pero es difícil” M. H. / A. A.

Lucía Fuentes aparca pronto la crisis del COVID para centrarse en los problemas estructurales de Aliste: “El principal problema es el empleo, pero también la falta de servicios. Nos quieren quitar todo lo que hay aquí y tengo la sensación de que nos han intentado engañar toda la vida”, reflexiona esta joven de 23 años, que recuerda que, de momento, el teletrabajo en esta zona tampoco es una opción viable: “La conexión va a ratos”.

El emprendimiento resulta igual de complicado en este territorio. Así lo ve Celia Carnero, también trabajadora social y alistana. En su caso, de Nuez: “Tenía la idea de crear una empresa que trabajara en el envejecimiento activo”, subraya esta joven de 26 años. El planteamiento decayó por la incertidumbre y por la aparición de un empleo en una residencia. Ahora, su puesto está en Mombuey, hacia donde va y viene cada día, decidida “a vivir en el mundo rural”.

“Creo que las personas que se quieran instalar en los pueblos tienen que tener claro todo lo que implica. A mí me gusta por la tranquilidad, la cercanía con la gente o la independencia alimentaria”, señala Celia Carnero, que se muestra muy crítica con la gestión de la pandemia, y especialmente con el confinamiento “basado en una perspectiva urbana y que no ha tenido en cuenta la idiosincrasia de estos territorios”.

En su pueblo y en su entorno laboral, esta joven detecta “mucho miedo” por parte de la gente mayor, pero el grupo de edad al que ella pertenece también ha sufrido las consecuencias del coronavirus. Un estudio publicado esta semana por el CSIC revela que los jóvenes padecen especialmente la llamada “fatiga pandémica”, empiezan a desconfiar de los expertos y perciben cada vez un mayor un incumplimiento de las medidas por parte del resto de la ciudadanía. Además, un 15% de las personas de entre 18 y 29 años cree que la economía no se recuperará.

Para el sociólogo José Manuel del Barrio, la pandemia está afectando más a la estructura económica de otras zonas, como las que tienen una gran dependencia del turismo, “pero eso no quiere decir que aquí no haya dificultades”. El experto zamorano entiende este momento como una ocasión para plantearse “estrategias de modernización de la estructura productiva” y para crear “espacios de innovación social”. En definitiva, Del Barrio estima que se abre una oportunidad para “gestionar de manera proactiva estos tiempos del desánimo”.

Mientras los estudiosos alertan sobre la realidad que se avecina y los políticos se lo piensan, los jóvenes tienen que seguir adelante. ¿Será en la provincia de Zamora? “Muchos queremos quedarnos, pero lo ponen difícil”, sostiene Lucía Fuentes, en una opinión compartida, a grandes rasgos, por los participantes en este reportaje. El reto tras la pandemia también consistirá en echar una mano a quien quiera agarrarse a la tierra.