Son el primer frente de contención del COVID-19. Bayeta en mano, con lejía u otros productos desinfectantes, arrasan por donde quiera que pueda haber pasado el “bicho”. Por sus diligentes manos pasan desde el pomo de una puerta al interruptor de la luz o las mesas de un despacho, de un conserje, de un aula o de una consulta médica. La pandemia ha modificado la intensidad del trabajo del personal de limpieza, no solo lo ha multiplicado, sino que ha añadido el estrés que acompaña a la responsabilidad de “no dejar un solo hueco por limpiar, porque el virus no se ve y no sabes dónde puede estar”, explica Marta Jurado Ramos, empleada de Eulen que trabaja en colegios públicos y en otras dependencias del Ayuntamiento de Zamora.

Personal de limpieza de Zamora.

Esa incertidumbre fue más patente al inicio de la pandemia, cuando todo era nuevo para ellas y el miedo al contagio propio estaba también muy presente. Estresadas por la responsabilidad de aniquilar cualquier rastro del virus para impedir la infección del ciudadano que visita las dependencias de los organismos públicos, echan en falta la responsabilidad de los adultos, “lo mismo te tocan allí que aquí. Y algunos te dicen “no me eches ahí el producto ese”, la gente mayor no está concienciada”, agrega Marta que trabaja en el colegio el Sancho II. Por contra, no tiene palabras para ensalzar la conducta de los niños de los centros de Educación Primaria, “concienciadísimos y, cuanto más pequeños son, más responsables”, cumplen las normas a rajatabla, nadie tiene que recordarles el uso del gel desinfectante, de la mascarilla o que deben guardar la distancia de seguridad, “lo han normalizado”. Incluso, “también limpian al acabar una clase, aunque nosotras entramos a desinfectar”. Y a medida que van creciendo, “se nota un mayor descuido”.

Una trabajadora de limpieza en el colegio Sancho II de Zamora. Nico Rodríguez

Las empleadas de la limpieza han visto multiplicado su trabajo, “no paramos durante toda la jornada laboral”, explican las trabajadoras que prestan sus servicios en la Audiencia Provincial y en el Palacio de Justicia, Rocío Matilla Pérez y Laura Hernández Martín, la compañera de refuerzo que la empresa OHL ha dispuesto para mantener a raya al virus. Desde su cuartel general, en el sótano del Palacio de Los Momos, suben y bajan a lo largo de la mañana tantas veces como se las requiera para limpiar las salas donde se celebran los juicios, las oficinas y despachos de los juzgados y de la Fiscalía, los baños, la Clínica Forense, los calabozos o los vestíbulos de cada piso, donde se las puede ver rondando toda la mañana. ¿Cuántos kilómetros pueden llegar a hacer en una mañana?, “esta tiene los pasos contabilizados”, dice Rocío entre risas mientras su compañera Laura consulta la aplicación del móvil: “Hasta 13 kilómetros”.

Las trabajadoras de limpieza Rocío Matilla y Laura Hernández trabajan en una sala de vistas de los juzgados. Nico Rodríguez

Descartados plumeros y mopas porque “hay que desinfectar y fregar todos los días el suelo de los dos edificios con lejía. Un bote te puede durar una mañana”, y eso que se rebaja con agua, cargan con el cubo y la fregona escaleras arriba y abajo. Se las puede ver pasando la bayeta a los balaustres o entrando tras un juicio a dejar impolutas mesas, sillas, micrófonos y mamparas que separan a jueces, fiscales y abogados en los estrados.

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GALERÍA | A bayetazos contra el COVID Nico Rodríguez

El trabajo de Rocío y Laura se completa con el turno de tarde que realiza una desinfección también a fondo de los edificios, y con el de fines de semana y festivos. Se podría decir que las empresas han establecido “turnos COVID” para mantener lo más asépticas posible las dependencias públicas.

La organización del trabajo ha cambiado de tal modo que en los colegios públicos “nos hicimos una especie de cuadrante del colegio para poder llegar a todos los rincones en las horas de jornada, se limpian las aulas que comparten varias clases cada vez que sale un grupo”, explica Marta. El objetivo es que ningún rincón o elemento de las dependencias, por insignificante que sea, quede sin desinfectar, “no puedes saber qué ha tocado quien ha entrado en el edificio”, coinciden en señalar las cuatro operarias de OHL Servicios y la de Eulen que han accedido a prestar su testimonio.

La empresa Eulen también ha tenido que reforzar los turnos de trabajo para garantizar la presencia continuada de trabajadoras durante los horarios de apertura al público de todas los inmuebles del Ayuntamiento de Zamora que tiene adjudicados, entre ellos los colegios públicos de la capital y las instalaciones deportivas. De OHL depende la limpieza también del Hospital Virgen de la Concha, del Hospital de Benavente y de centros de salud de la provincia, como el de Puerta Nueva, donde trabaja María del Mar Manzano Martín. El “miedo” la acompañó en los primeros meses, al igual que a sus compañeras. “El primer día que me tocó entrar al centro, que fue a tres consultas infecciosas, temblaba porque no sabes lo que te vas a encontrar, pero bueno, bien protegidas, ya está”.

María del Mar Manzano Martín limpia en Puerta Nueva junto a una compañera. Nico Rodríguez

Ella trabaja en la zona COVID, donde se precisa el Equipo de Protección Individual (EPI), y en la de consultas, donde el trabajo es menos arriesgado porque “si llega algún paciente es positivo o con síntomas, los médicos lo ven en la consulta COVID”. Después les toca a las limpiadoras desinfectar esa dependencia “sea positivo o negativo” el resultado.

El aviso llega de médicos y enfermeras, que siempre “nos piden que no entremos sin protección”. Ha habido temporadas de mucho estrés, sobre todo al principio, para este personal que lidia con el virus a ciegas, aunque con la máxima precaución, como después de Navidad cuando “los contagios subieron muchísimo. Tú sales de casa casi rezando para que no te toque, que no lo cojas”. Y para que no llegue nadie contagiado al centro. La lejía y el agua es también su mejor herramienta. La dedicación es constante, “tienes que estar pendiente continuamente”, no bajar la guardia, y ese esfuerzo por recorrer las dependencias y no dejar un hueco al virus tiene sus repercusiones físicas para estas trabajadoras “se nota el trabajo en los codos, en las cervicales y en las manos que se duermen por las noches...”, apuntan algunas de ellas.

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