Ni siquiera en sueños creyó llegar tan lejos. Tan solo hace siete años pintaba sobre los muros de la ciudad, recuerda el artista zamorano Diego Benéitez mientras saborea su reciente triunfo en Nueva York, en el SoHo, donde ha logrado vender prácticamente toda la obra que llevó a una exposición colectiva, titulada “Winter collective”, en la prestigiosa Hugo Gallery (fundada en 1945). Un solo coleccionista neoyorquino se llevó cuatro de los ocho cuadros de Benéitez que cruzaron el Atlántico; otros dos, también tienen dueño, al igual que el resto, “y me ha pedido más”. 

El asombro es absoluto ante lo que califica como “un premio”, entusiasmado, sin ocultar un ápice “la gran satisfacción” que siente, “¡es que, fíjate, hace siete años estaba pintando graffitis en la calle, ¡nunca pensé que estaría en una galería exponiendo y en Nueva York!, en el SoHo”, exclama, en el barrio de Manhattan, corazón del arte, “la zona más de moda” dentro de ese mundo, lleno de gelerías y volcado en la cultura. Allí llegó el 9 de enero para mantener sus creaciones “colgadas” hasta el 14 de febrero. Tras esa importante acogida, le espera el mismo galerista, que contactó con el por Instagram, para organizar otra muestra, esta vez individual. “Hay más coleccionistas interesados en mi obra”, explica el Benéitez, aun sin poder creerse que el sueño es ya una realidad. 

En su estudio de San Frontis, el pintor piensa ya en nuevas obras para dar ese salto. Y anda metido en otra exposición para el 12 de marzo en Gijón, entre otros proyectos. “Pero hay que relativizar”, apostilla, para pisar tierra, sin dejar de mostrar su agrado porque “es muy bonito que haya alguien que conecta con tu trabajo” en un mercado como el norteamericano, “muy efectista, que gusta mucho del efecto, la luz, los neones, más colorista” y muy distinto al europeo, de línea más clásica, “donde mi obra, que es muy sobria, funciona” como en Londres y en Alemania. No sólo triunfa al otro lado del Atlántico. Sus horizontes sobre el lienzo, amaneceres, atardeceres, el infinito, que logra plasmar con maestría en un juego de líneas, de luces y de colores en el que los espráis del grafómetro aún tienen cabida, le han servido para ampliar fronteras primero en Europa, donde ha ido dejando su huella, más recientemente, este otoño, en Suiza, donde acudió en solitario con 16 obras de las que consiguió vender una decena. “El arte es como la atracción de una montaña rusa:a veces, estás abajo y otras arriba, te da vértigo pero hay que hacerlo” para avanzar, “como todo en la vida”, agrega, aunque “en el arte, a lo mejor, con un poco más de riesgo, que interesa para crecer”. El “miedo y la incertidumbre iniciales” se han solapado con estos dos últimos triunfos.