Si gestionar la pléyade de sensaciones que produce enfrentarse a un cáncer ya era difícil en condiciones habituales, con la pandemia de coronavirus se ha convertido en un acto heroico y ha obligado a la psicología a echar el resto para compensar la situación. Bien lo sabe Nora García Herrera, psicóloga que trabaja en la Asociación Española Contra el Cáncer de Zamora.

–Usted conoce a las personas en uno de los peores momentos de sus vidas.

–Sí. Hace poco, una paciente de Coruña me dijo: “Tú has sido lo mejor que he encontrado en el hospital”. Cuando acaban de recibir el diagnóstico y un familiar sabe que esa persona va a fallecer, el acompañamiento y la cercanía no hace que duela menos pero les ayuda a sobrellevarlo mejor.

–Su trabajo de fin de máster habla de buscar algo positivo entre el cáncer. ¿Cómo se consigue algo así?

–Uno de los pacientes me inspiró a hacer este trabajo. Ocupaba un cargo muy importante en una empresa de Salamanca, le diagnosticaron un tumor cerebral y me dijo que, a partir de ese momento, empezó a vivir. Con esa historia, me di cuenta de que todo depende de la perspectiva. En el trabajo de fin de máster, empiezo diciendo que la vida te da las cartas pero eres tú quien decide cómo jugarlas.

–Entonces, ¿es cierto el tópico de que ver que peligra la vida hace que la valores de verdad?

–No creo que sea exactamente así pero, cuando ocurre algo que te rompe la rutina, te das cuenta de pronto de que la vida no dura para siempre. Tenemos obsolescencia, un tiempo determinado de vida, igual que los electrodomésticos.

–¿También está programada?

–No, no. Si acaso, podría serlo pero no sabemos para cuándo. Lo bueno de los electrodomésticos es que se puede calcular, más o menos.

–¿Qué puede haber de bueno en padecer un cáncer?

–El planteamiento no es ese. No se trata de sacar el lado positivo. Me di cuenta, estando en el hospital, de que existía un crecimiento. Las enfermedades graves, como el cáncer o como la COVID-19, cuando nos dejan ingresados, marcan un punto de inflexión en nuestra vida porque amenaza todos nuestros proyectos vitales. Eso crea mucho malestar y estrés, pero también crea un crecimiento postraumático, de manera que desarrollamos algunas cosas positivas en el ámbito personal, porque nos estamos enfrentando a una situación estresante para nosotros. Dentro de ese crecimiento postraumático, podemos hallar nuevas potencialidades. Hay muchos pacientes que han encontrado nuevas capacidades dentro de sí mismos al enfrentarse a la enfermedad. Su estilo de afrontamiento cambia hacia algo óptimo y desarrollan estrategias que, al final, guardan en su repertorio conductual, como si fuera una librería en la que hay cajoncitos y a la que acudimos para encontrar soluciones a nuestros problemas.

–¿Hay algún comodín que pueda utilizar en su trabajo en la AECC de Zamora?

–No. Cada caso es único y exige una visión personalizada. El proceso oncológico no afecta solamente al paciente, sino a toda su familia. Por eso, desde la asociación trabajamos de forma sistémica: con todas las personas a las que afecta la enfermedad, si ellas quieren. Ese episodio, ese proceso vital estresante y de lucha puede producir un crecimiento al familiar y al paciente. Cuando eres capaz de introducir la enfermedad en tu proyecto vital, desarrollas estilos de afrontamiento mucho más adaptativos que podremos utilizar en circunstancias como el duelo.

–¿De qué forma reacciona el paciente tipo que se enfrenta por primera vez a un cáncer?

–Lo único que relaciona de verdad a todos los pacientes es que son personas que precisan ayuda. Ese es el paciente tipo, porque cada uno de ellos tiene sus características específicas, tanto por el tipo de cáncer como por su personalidad y economía. Son personas que se ven en un punto de inflexión vital y que ven que necesitan ayuda.

–¿Tener 25 años es una dificultad añadida para ganarse la confianza de los pacientes?

–No es habitual aunque, a veces, me preguntan mi edad, sobre todo la gente mayor. En esos casos, utilizo la risa como recurso. Tienes que hacerles ver que la edad poco tiene que ver con la formación. Puedes ser joven y tener una gran formación y experiencia y ser mayor y no saber nada.

–¿No le resulta todavía más difícil generar confianza con la cara tapada por la mascarilla?

–La mascarilla lo pone más difícil y también la distancia. La gente, en esos momentos, necesita sentirse arropada y yo intento intensificar la relación terapéutica y sonreír a través de los ojos. Son sensaciones que tú produces y, al final, creas el vínculo.

–¿Algún paciente difícil la ha dejado callada con sus argumentos?

–Nunca me ha pasado eso, porque tengo con mis pacientes una relación terapéutica, de confianza. Cuando me preguntan algo que no sé, lo digo, me informo y procuro responder lo mejor posible.

–¿Qué es lo primero que dice a un paciente que acude con un cáncer recién diagnosticado?

–Presentarme y preguntarle en qué puedo ayudar.

–¿Es bueno derrumbarse ante una adversidad así?

–Es una emoción más y es necesaria. El llanto y la risa tienen su función. Lo que pasa es que, culturalmente, a nosotros no nos han enseñado a gestionar el llanto. Las emociones tienen una función y, por eso, hay que expresarlas. Llorar de verdad permite una liberación emocional y debe hacer que te quedes como cuando has suspirado profundamente. Si la persona necesita llorar, debe hacerlo y expresar lo que necesita. ¿Cómo hacemos nosotros? La acompañamos durante ese llanto.

–¿Qué porcentaje de pacientes piensan que la enfermedad va a poder con ellos?

–Realmente, cuando su oncólogo se lo dice. Hasta ese momento, todos piensan en la posibilidad de la recuperación y, en muchos casos, la estadística es positiva.

–¿Hay que centrarse en la esperanza o en la aceptación?

–Hay que centrarse y trabajar bajo cosas objetivas. No tiene sentido desde una óptica meramente paliativa si no te han dicho de forma objetiva que esa enfermedad es incurable. Hay que trabajar bajo los datos objetivos del oncólogo.

–¿Es mejor irse durante el sueño o tener un par de meses para despedirse?

–Personalmente, hacer algo que queda por hacer y despedirse es bueno pero también tiene su lado bueno irse durante el sueño y no ser consciente pero, en cualquier caso, con la premisa de no sufrir dolor. La base de los cuidados paliativos es esa. Hay muchos más pacientes que tienen más miedo al dolor que a la muerte.

–¿Quién lleva mejor el proceso oncológico? ¿Quien está solo en la vida o quien vive rodeado de gente?

–Es difícil decirlo pero la red social es muy importante. Al apoyo, el cariño y el cuidado por parte de las personas queridas son fundamentales, tanto en el proceso oncológico como en el proceso final de la vida. De hecho, hemos notado mucho esto con la pandemia, al no poder tener acompañantes. Los pacientes muestran más ansiedad al no poder tener a esa persona querida cerca. He tenido pacientes con cáncer y con COVID-19 al mismo tiempo y es tremendamente difícil. La duda mayor es cómo afectará el coronavirus a su tratamiento, por perder sesiones de quimioterapia, por ejemplo, si crecerá el tumor mientras tanto. La tolerancia a la incertidumbre no la llevamos bien y menos, en circunstancias como estas, en las que ni siquiera puedes moverte libremente.