Un personaje del siglo XVI, escritor como él, ha traído la estabilidad a la vida de Luis García Jambrina. Y también le ha ayudado a lidiar con los peores momentos de la pandemia, el confinamiento inicial. Recluido en casa, Jambrina remató “El manuscrito de barro” (Espasa) para lanzarlo en este doble Año Jacobeo y dio cuerpo a la próxima entrega de la saga protragonizada por Fernando de Rojas, la sexta. “Los manuscritos me lo han dado todo”, reconoce. Y por eso, intrigado por el periplo vital del autor de La Celestina, Jambrina ve su futuro persiguiendo las andanzas del pesquisidor que ha aportado serenidad a un autor proclive a los “bandazos”.

–Regresa al siglo XVI de Fernando de Rojas y elige para esta ocasión el Camino de Santiago. Supongo que “El manuscrito de barro” se refiere, precisamente, a las dificultares reales y simbólicas de un “barro” que no nos permie caminar sin dificultad.

–El Camino de Santiago es el protagonista real de la novela. Cuando busco un lugar, intento que no sea solo el espacio donde se desarrolla la acción, sino que tenga mucho peso. El barro del camino es un elemento real que también encierra un simbolismo: es el pecado, es la mancha. Y precisamente el peregrinaje es el perdón. Aunque busquemos la perfección, al final estamos hechos de barro, llenos de debilidades. En esa senda, el pesquisidor Fernando de Rojas tiene que buscar las huellas del crimen.

–Los grandes caminos de peregrinación, surgidos en la Edad Media, están repletos de connotaciones positivas, pero usted muestra una cara negativa, siniestra, de esta encrucijada en el siglo XVI.

–Es la época de Rojas, protagonista de los “manuscritos”, y me parecía interesante introducir este itinerario histórico en un momento de crisis, de decadencia. El Camino de Santiago, no obstante, siempre ha tenido un lado oscuro y, en esta época, todavía más: se ha llenado de pícaros, delincuentes, prostitutas… gente que se busca la vida en los límites del delito. Asistimos además al auge del luteranismo y del protestantismo; Lutero era un enemigo de las peregrinaciones y, de hecho, muchos alemanes dejan de hacerlo. Buscaba una imagen inédita, sin salirme de la realidad, porque todo está muy documentado, más allá de las licencias de una novela.

García Jambrina, en las escaleras de la Biblioteca Pública. | JOSE LUIS FERNÁNDEZ

–¿Quiénes eran los peregrinos?

–En la novela se habla de la gran variedad de peregrinos que había: los que hacen el camino como forma de penitencia para lograr la indulgencia; quienes cumplían una promesa hecha a Dios o a Santiago; los que peregrinaban, incluso con cadenas, como castigo por algún delito que habían cometido o, en ocasiones, quienes lo hacían como oficio, en nombre de otras personas. Y luego están los falsos peregrinos, cuya motivación era ganarse la vida. Por último, está toda la gente que trata de aprovecharse de los peregrinos.

“Lo presencial y lo digital mejoran la enseñanza, pero tenemos que controlar las tecnologías y no dejarnos avasallar por ellas”

–¿Se puede decir que quienes hacían el camino se jugaban la vida?

–Tanto es así que lo primero que hacían los peregrinos era redactar el testamento: era muy probable que no regresaran a casa. Si miramos los templos y cementerios del Camino Francés vemos que estaban llenos de tumbas de peregrinos, muchos de apellidos extranjeros procedentes de Francia, Alemania o Inglaterra. Morían de enfermedades, tenían que atravesar zonas montañosas, se enfrentaban a alimañas y salteadores y muchos de los milagros atribuidos al santo tenían que ver con hechos delictivos.

–Y por si fueran pocos argumentos, introduce en la novela la Catedral de Santiago a través del archivero Elías do Cebreiro, persona de confianza del arzobispo y compañero de aventuras de Fernando de Rojas. ¿Qué papel desempeña este personaje?

–En una novela donde hay muchos personajes, yo quería que los dos protagonistas tuvieran visiones contrapuestas sobre el camino. Elías es un homenaje a una persona real, Elías Valiña, párroco de O Cebreiro en la segunda mitad del siglo XX, que resucitó un Camino de Santiago en declive. Fernando y Elías, a pesar de ser muy distintos, se van conociendo, se contagian y surge una amistad duradera, propia del camino.

–Hay muchos personajes en “El manuscrito de barro”, pero ¿qué peso tiene en la trama el arzobispo Pardo de Tavera?

–Es un personaje histórico, arzobispo de Santiago que en aquel momento formaba parte del Consejo Real de Castilla. Probablemente, coincidió en época de estudiante con el propio Fernando de Rojas en Salamanca. Para los zamoranos, hay que decir también que era sobrino de Diego de Deza, hombre de origen toresano que llegó a ser arzobispo de Sevilla. Aparece al principio y al final de la novela y es quien encarga al pesquisidor Fernando la resolución de un caso de asesinato. Representa a la jerarquía eclesiástica en un ámbito con mucho peso religioso y político.

Cubierta de “El manuscrito de barro”.

Cubierta de “El manuscrito de barro”.

–En su origen, la arquitectura románica fue una especie de avanzadilla de lo que hoy es la Unión Europea, precisamente, a través del Camino de Santiago. ¿Habla del legado del primer arte internacional en su libro?

–Es otro de los temas de la novela: los protagonistas van pasando por los distintos templos hasta llegar a la Catedral de Santiago, en una plaza repleta de tenderetes donde se vendían objetos de plata o azabache, las conchas de los peregrinos… En la Edad Media se extendió el románico y el gótico por el Camino, y con especial relevancia algunas órdenes monásticas y también los conflictos que se generaban entre ellas. España es inimaginable sin esta realidad. He tratado de introducir este mundo en la novela, sin pecar de erudición, para que el lector se haga una idea lo más amplia posible del Camino de Santiago.

–El libro ve la luz en un momento histórico muy especial, en mitad de una pandemia y ante un doble Año Jacobeo, ¿un hito buscado o mera casualidad?

–Siempre he tenido la idea de que una de las novelas de la serie de los manuscritos se centrara en el Camino de Santiago, igual que ahora mismo tengo en la cabeza varios proyectos más. Si te encuentras con algún aniversario o con un año jacobeo, esto es una especie de señal que te ayuda a elegir.

–Quizá, cuando se pueda, habrá una avalancha de peregrinos que traten de buscar en el Camino de Santiago el sentido a todo lo que hemos vivido desde marzo del pasado año. ¿Cree que la peregrinación, en esa faceta espiritual y de autoconocimiento, puede ayudarnos a entender la pandemia y la incertidumbre que ha provocado?

–En este momento, no me cabe duda de que hay una necesidad enorme de viajar… y de peregrinar. No sé cuándo, si este año o el próximo, habrá muchos peregrinos. Como es una ruta que realizas en solitario y tienes la oportunidad de encontrarte contigo mismo y pensar en lo que ha pasado en el último año. Por otro lado, una novela en plena pandemia te da la oportunidad de viajar en el espacio y en el tiempo, de vivir otras vidas y experiencias, sin moverte de casa. Es algo que necesitamos. En definitiva, ir a Santiago, encontrarse con el sepulcro, es una mera excusa que esconden motivaciones más íntimas, personales y espirituales. Ahora mismo, esas motivaciones se van a poner muy de relieve.

–Usted publica “El manuscrito de piedra” en 2008, “El manuscrito de nieve” en 2010 y luego hay un silencio de ocho años hasta las siguientes entregas, ¿por qué?

–Estas novelas se han ido desarrollando sobre la marcha, no estaban planificadas, pero entendía que el personaje, Fernando de Rojas, daba mucho de sí. Tras publicar las dos primeras, lo dejé por aquello de tomar distancia y no encasillarme. Publiqué varias novelas más o menos distintas y regresé a los manuscritos, con mucha fuerza. Muchos lectores me transmitían que echaban de menos a Fernando de Rojas. Publiqué dos entregas hasta completar la tetralogía y, ahora, “El manuscrito de barro” es el inicio de una nueva serie, aunque el lector puede comenzar por cualquiera.

–Supongo que está orgulloso de la saga con la que se ha dado a conocer en el mundo literario.

–Le debo todo a la saga y al personaje. Fernando de Rojas, con quien tengo una relación muy estrecha, me ofrece continuidad, porque yo he sido siempre de ir dando bandazos. Ahora tengo una estabilidad, ya era hora. Tengo que decir además que la pandemia me ha permitido escribir la sexta entrega, que ya está prácticamente terminada. Todos hemos tenido mucho tiempo durante el confinamiento y yo me he refugiado en la escritura. Tengo en la cabeza muchos proyectos, que moverán el personaje por diferentes momentos de España y así ir completando huecos en la cronología. Espero que haya Rojas para rato, yo mismo siento mucha curiosidad por el personaje y la única manera de saber más sobre él es escribir.

–Es decir, que ha sido un privilegiado que ha podido escapar del confinamiento a través de la escritura, ¿no es cierto?

–Sí, pero eso hay que buscarlo también. He leído entrevistas de escritores que reconocen que prácticamente no han escrito durante el confinamiento. Con todo el tiempo del mundo, una necesidad enorme de escapar y no han podido superar el bloqueo. Esto va un poco en el carácter de cada uno. En mi caso, tenía una necesidad psicológica de recurrir a la lectura y al cine, pero sobre todo a la escritura. Antes de terminar “El manuscrito de barro”, para no encontrarme con el vacío que uno siente cuando finaliza una novela, me embarqué en el siguiente proyecto. Inicié la fase de documentación y experimenté la maravilla de poder hacerlo desde casa, a través de los archivos digitales.

–Esa es quizá la cara más positiva, pero hubo otra más negativa: a la crisis que sufría el sector editorial se sumó el cierre de las librerías durante el primer estado de alarma y las presentaciones de nuevos trabajos se trasladaron al territorio “online”, ¿cómo ha visto estos acontecimientos?

–Esta parte más negativa también tiene dos caras. El periodo terrible fueron los meses de confinamiento domiciliario estricto. Fue un error cerrar las librerías, eso cambiaría si hoy nos enfrentáramos a otro confinamiento. Está muy presente en el aire que las librerías son lugares donde se venden bienes de primera necesidad. Hay mucha gente que ha descubierto los grandes beneficios y placeres de la lectura. Una vez que todo ha vuelto a abrir, cualquier librero te puede decir que se están vendiendo más libros.

–¿Cree que la crisis sanitaria ha colocado las librerías en un lugar no tan secundario de nuestra vida?

–Como que ha habido gente que ha regresado a la literatura, la han redescubierto. No hablo de mi experiencia, sino a través de la visión de otras personas. Esa necesidad de vivir otras vidas, viajar en el espacio y en el tiempo, ampliar tus horizontes, encontrar un poco de orden en medio de la confusión… La pandemia no solo afecta a la salud, también lo hace a la mente: la ciencia no acaba de dar respuestas ante una incertidumbre enorme. La lectura permite relativizar los problemas y encontrar una estabilidad. Ojalá esta tendencia haya llegado para quedarse. Un libro nos ofrece mucho por muy poco.

–Además de escritor, usted es ciudadano de Zamora, ¿cómo asiste a esta crisis sobrevenida en una tierra que acumula una larga situación de penalidades?

–La situación de Zamora es muy preocupante, llueve sobre mojado y eso es lo más terrible. Es un tópico, pero es cierto: los momentos críticos nos abren nuevas oportunidades para cambiar y mejorar. La pandemia me ha impedido volver a Zamora, ver a mi familia y a mis amigos. También pasear por la orilla del Duero, que tiene un efecto terapéutico. La crisis se agrava con la falta de oportunidades y la pérdida de población, pero hay que buscar el lado bueno, crecernos y buscar alternativas y soluciones. Hay un fenómeno, el regreso a las ciudades pequeñas y a los pueblos, como muestran las estadísticas de venta de viviendas. Ahora que Zamora empieza a estar mejor comunicada, sea la ocasión de regresar, al menos, de cuando en cuando.

–Como profesor de literatura en la Universidad de Salamanca, ¿cómo ha asistido a los problemas derivados del COVID en las aulas?

–Nos ha afectado mucho, aunque la Universidad ha apostado por la presencialidad segura, combinada con la enseñanza “online”. Yo soy alérgico a las nuevas tecnologías, soy analógico y me cuesta muchísimo aprender cosas. Las circunstancias me han obligado a acelerar en este sentido y he descubierto también sus enormes ventajas. Al final, habrá cosas que se vean afectadas, pero debemos mirar todos los cambios que se han producido con una visión positiva. Si sumas lo presencial a lo digital, la enseñanza va a mejorar mucho. Aún así, tenemos que controlar las tecnologías, no dejarnos avasallar por ellas y que se conviertan en algo adictivo. Sobre todo, ante el peligro de ponernos en manos de no sabemos quién. En definitiva, yo que soy pesimista por naturaleza, creo que hay que recurrir al optimismo para salir adelante.