El pasado 4 de mayo, Begoña Molinero abrió de nuevo su peluquería en Zamora capital. Tras semanas de confinamiento, el regreso suponía un alivio para su economía familiar, amparada en las ganancias de dos autónomos. Ese mismo día, se enteró de que estaba embarazada: “Mira lo que conlleva pasar tanto tiempo en casa”, explica ahora entre risas. Menos gracia le hizo en su momento descubrir un pequeño detalle sobre su futura descendencia: “Un mes después me dijeron que venían mellizos”.

Con dos hijos y otros dos en camino, en medio de una pandemia mundial y bajo la incertidumbre de los negocios, Begoña inició una etapa “muy estresante”. Durante las primeras semanas, el uso de toda clase de material de protección para evitar posibles contagios en la peluquería resultaba imprescindible: “Tuve mucha, mucha precaución”, recuerda esta zamorana que, al llegar a casa, se quitaba toda la ropa en la entrada antes de atender las necesidades que demandaban dos niños de nueve años y quince meses respectivamente.

A medida que fue avanzando su embarazo, y que asumió la llegada de dos nuevas criaturas a su vida, Begoña fue extremando los cuidados a nivel laboral: “Empecé a ir lo menos posible a trabajar a la peluquería por el miedo”, señala esta madre zamorana, que comenzó a encajar las piezas en su cabeza desde una perspectiva más positiva: “Siempre es preferible el escenario de tener mellizos que el de perder familiares por la pandemia”.

Aun así, durante el transcurrir de los meses y de la propia pandemia, la situación se fue complicando: “Me quedé muy pronto de baja, aunque no me la dio la mutua, porque me diagnosticaron diabetes”, comenta Begoña que, ya en la segunda ola, redujo a cero su vida social para evitar cualquier otro inconveniente: “Apenas salía. Entre los dos niños que tenía y que yo misma me controlaba...”, desliza esta madre zamorana que, si pisaba la calle, era “forrada” de elementos protectores.

Para entonces, Begoña ya sabía que su embarazo era de “alto riesgo”, un temor añadido que se vio paliado en parte por “la excelente” atención sanitaria recibida: “Siempre he tenido mis citas, me veían cada quince días y el parto fue lo mejor que pude tener”, enumera la madre zamorana, que trajo al mundo a Abel y a Alma el pasado 12 de enero. “Iba tranquila porque sabía cómo funcionaban en el Clínico. Nos trataron muy bien y noté esa seguridad”, afirma.

Noemi López, en un parque de Zamora capital. | Emilio Fraile

Begoña Molinero percibió esos cuidados en la atención hospitalaria cuando la tercera ola empezaba a apretar las clavijas del Complejo Asistencial. Lo razonable es que, cuando Noemí López acuda a dar a luz dentro de dos semanas, los servicios hospitalarios empiecen a ofrecer síntomas de recuperación tras tocar techo de nuevo en la ocupación de enfermos COVID: “Esa es la tranquilidad que nos intentan dar”, apunta esta madre que ya espera la llegada inminente de su segunda hija.

Su historia y la de su pareja es la de unos padres convencidos de llevar a cabo su proyecto familiar, más allá de la pandemia: Iria, la hija mayor, iba a cumplir tres años y la segunda, que se llamará Antía, “fue algo buscado”, reconoce Noemí, que pudo esquivar, desde Zamora los positivos que se detectaron en el instituto donde tiene su puesto de trabajo, en Cantabria.

A pesar de evitar ese riesgo, Noemí ha vivido los últimos meses con “mucha precaución”. No en vano, el avance de su embarazo coincidió con el incremento de casos de la segunda ola, y la Navidad hizo acto de presencia cuando estaba de siete meses: “Hemos visto poco a la familia. El único contacto que mantuvimos fue con los abuelos y siempre con la mascarilla puesta para evitar cualquier problema”, asevera.

En su caso, sí ha tenido clases de preparación al parto, aunque muy reducidas y con medidas de seguridad para evitar sustos: “Vamos a una sala de unos 30 metros cuadrados y como mucho somos cuatro”, aclara esta madre zamorana que afronta el parto con la tensión propia del momento, pero con la misma confianza que Begoña en que la asistencia que recibirá resultará óptima, independientemente del omnipresente virus.

Tendencia a la baja

Hace unas semanas, la jefa del servicio de Ginecología del Complejo Asistencial de Zamora, Paloma Ramos, subrayó que todavía está por ver el efecto de la pandemia en la natalidad, aunque algunas matronas sí barruntan un posible repunte de los partos en la provincia como consecuencia del aumento del tiempo en los hogares durante la pasada primavera, y también tras el toque de queda.

En todo caso, la natalidad sigue de capa caída. Las estadísticas de alumbramientos en Zamora continúan mostrando, año tras año, un descenso que contribuye a enquistar el problema de la despoblación. La huida de los jóvenes y las cada vez más exiguas nuevas generaciones dificultan una remontada para devolver a la provincia a las cifras de antaño. En 1989, vinieron al mundo 1.799 niños zamoranos; tres décadas después, los partos se redujeron hasta quedarse en 837.

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