Si ya el cáncer resulta una enfermedad difícil de afrontar, el miedo asociado a los efectos del COVID ha multiplicado con creces “el estrés y la angustia” de los pacientes oncológicos y sus familias. “Mi madre empezó con ataques de pánico” con la pandemia, cuenta una zamorana de 39 años, “si estábamos en la calle y se le acercaba alguien, quería ir al coche, no quería salir de casa”. Ahora, el proceso de metástasis de la enferma, diagnosticada en 2018, mantiene a ambas más alejadas del exterior aún.

La coordinadora del Servicio de Acompañamiento, Sara Fernández, en el Rodríguez Chamorro. | Cedida

Una situación en la que el respaldo de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), de su Servicio de Acompañamiento instalado en el Hospital Rodríguez Chamorro que atendió a más de 1.200 enfermos y familiares el año pasado, es “imprescindible”, comenta esta mujer, María, que es ya una de los 400 voluntarios de la organización. Y lo confirman el resto de usuarios que prestan su testimonio a este periódico bajo el anonimato. “He recibido más de esta asociación que de ningún profesional”. No solo en lo material, con la ayuda económica y para la manutención, el alquiler o el pago de recibos, sino en lo afectivo. “Son familia para nosotros”, agrega la madre de una niña de 4 años recién transplantada de médula, en plena pandemia, para poner fin a la leucemia que le enfermó. El matrimonio se vio en Salamanca, con la niña de alta y sin un piso que poder arrendar para estar solos y “los hoteles estaban cerrados por el COVID”. La persistencia de la trabajadora social y coordinadora del Servicio de Acompañamiento, Sara Fernández, salvó la situación “de un día para otro”, apunta Elena.

Todo lo pagó la Asociación, cinco meses de alquiler porque “no podíamos compartir para evitar contagiarnos del virus”. Llegaron hasta la trabajadora social de la AECC con el famoso boca oído, aterrados y “perdidos” ante la imposibilidad de encontrar un piso porque la pandemia mantenía cerradas las inmobiliarias, “comentamos la situación con familiares y amigos y alguien conocía a Sara”. El contacto fue inmediato y la solución en horas. Agradecen “el apoyo psicológico continuado” de Nora García y Rubén Sánchez, “el que estuvieran superpendientes de la niña y de nosotros, preguntando si necesitábamos algo constantemente”.

El lazo que se establece es inquebrantable, de hecho esta madre se plantea ser voluntaria, como muchas de las personas que han sido usuarias. El respaldo impagable, “esa tranquilidad de saber que si tenemos que ingresar de nuevo a la niña, la Asociación lo solucionará es increíble. Se vuelcan todos al cien por cien: los psicólogos están siempre ahí, si no podemos ir en persona porque no tenemos con quién dejar a la niña, nos dan atención online”. El virus ha añadido más estrés a sus vidas, las mascarillas forman parte de su rutina diaria desde hace dos años cuando la pequeña enfermó, pero “ese miedo al contagio sigue ahí porque es población de riesgo”.

Y lo comparten todos los enfermos y sus familias. Sus vidas se desarrollan bajo la dictadura de un virus que puede complicar la enfermedad, así que las relaciones sociales se han reducido absolutamente, “vas de casa al trabajo y del trabajo a casa”, explica Elena.

En circunstancias normales la Asociación “es un agarre para tirar para adelante. Si no tienes recursos, ellos llegan a donde tú no puedes”, explica María. Y en estos tiempos de pandemia, con el acceso a los hospitales restringido al máximo, es mucho más. “La gente está ahora más sola por el COVID, muchos tienen la familia lejos y han perdido contactos” al no poder relacionarse para evitar contagios, lamenta Sara Fernández. En casos de soledad extrema, se permite que un voluntario visite a la persona en su domicilio, siempre alguien con un perfil similar al del usuario. La comunicación por teléfono es ahora el único acompañamiento que hacen los voluntarios, que sí se encargan de realizar la compra a los que no pueden salir de sus casas.

Sara es la única cara de la AECC que se ve por los pasillos del Hospital para dar ánimos a los ingresados en oncología que ya conoce y para presentarse a los que acaban de llegar. Visita cada día, uno por uno, a todos. El acompañamiento en el hospital, con la entrada limitada a los voluntarios de la Asociación, es cosa suya. La coordinadora del servicio también suple la ausencia de las familias, a las que tampoco se les permite estar en las sesiones de quimioterapia y radioterapia o en hematología a consecuencia del virus. “Es una maravilla, es muy humana”, recalca Elena, opinión que comparte Isabel, afectada por un cáncer de tiroides muy raro, cronificado ya.

Confiesa que desde que “aparecieron en mi vida me han quitado un poco el peso que la palabra cáncer te coloca encima”. Incide en la trascendencia que tiene para ella “saber que están ahí, que no estás sola porque no puedes estar hablando siempre de esta enfermedad con la familia y los amigos, y en la Asociación tienes un lugar donde poder descargar esa angustia, compartirla con personas que pasan por lo mismo que tú”. Isabel, que trabaja de cara al público ya pasó el COVID, “aunque anduve con pies de plomo. Me angustié porque piensas que si lo coges no lo vas a contar”, pero lo superó. Estuvo casi un mes enferma, “no sé si tenía más ansiedad por el virus que por el cáncer, lo pasé sola, asustada, mal. Los dos meses siguientes he estado muy cansada, pero no tengo secuelas”, aunque confiesa que “le tengo el mismo respeto que antes de cogerlo”. La Asociación puso en marcha al inicio de la pandemia un servicio de acompañamiento en el duelo por COVID, explica la coordinadora, “un servicio que se mantiene”.