Es mediodía y llueve demasiado sobre el río Manzanas. Pasado el puente internacional de Quintanilla en dirección a Portugal, el escenario es el siguiente. A la derecha, agentes de la Guarda Nacional Republicana, apoyados por el Serviço de Estrangeiros e Fronteiras, detienen a todo aquel vehículo que trata de entrar hacia el país luso. A la izquierda, los efectivos de la Unidad de Fronteras de la Policía Nacional hacen lo propio con quienes quieren abandonar la tierra más occidental de la península. San Martín del Pedroso no es Tuy, ni Hendaya, ni La Junquera, ni Gibraltar. Pero es una zona de tránsito entre naciones y por eso hay que controlarla. Portugal ha decretado que nadie puede acceder ni abandonar sus límites sin justificación. Y el Gobierno de España, leal con su socio más próximo, ha accedido a colaborar en el dispositivo.

El pasado fin de semana, la Policía Nacional se personó en el puente de Quintanilla para trabajar en el cierre de fronteras impulsado por el Gobierno luso. El Ministerio del Interior decidió enviar a Zamora a seis agentes de la Unidad de Fronteras para descargar así a los efectivos de la provincia, que tienen otros menesteres y cuya situación no es la misma que cuando se vieron obligados a permanecer a pie de Raya durante el primer confinamiento, el de la primavera. “Estuvimos la semana pasada en Tuy y en marzo nos enviaron a La Junquera; pueden imaginarse cómo estamos ahora”, señala uno de los agentes del primer turno de vigilancia. En efecto, el ritmo no tiene nada que ver. La noche y el día, como quien dice.

Un autobús se aproxima al paso fronterizo desde el lado portugués. El parabrisas indica su destino: Oporto-París. “¿Va lleno?”, pregunta el agente de la Policía Nacional. El conductor enseña cuatro dedos. Ese es el número exacto de personas que, por el momento, han decidido embarcarse en este viaje. Los dos efectivos del puesto de control acceden al interior del vehículo y le piden a los pasajeros que se identifiquen. Apenas tardan dos o tres minutos en regresar a la carretera. “Está todo normal. Y mejor, porque a veces vemos cada cosa...”. El trabajo de los agentes en el interior del autobús ha formado una cola de coches y camiones antes de cruzar el puente. “¿Cola? En Tuy terminábamos el turno y todavía quedaban dos kilómetros de vehículos”, reconoce uno de los policías. A decir verdad, aquí tan solo son tres.

El control de San Martín del Pedroso es distinto al resto por sus circunstancias, como lo es el de Torregamones con Miranda do Douro. Y qué decir del de Rihonor. Pero hay algo en este nuevo cierre de fronteras que lo ha hecho más particular, si cabe. Y no es otra cosa que la aparente descoordinación entre los Gobiernos de España y Portugal. El Diário da República, el boletín luso, publicaba el pasado 29 de enero un decreto para restaurar los límites a la movilidad fronteriza. En resumen, para no cruzar de allí hacia aquí. En esa orden, el periodo de vigencia se establecía hasta las 23.59 horas del 14 de febrero. Ese mismo día, Fernando Grande Marlaska prácticamente calcaba la orden portuguesa en el Boletín Oficial del Estado, aunque con una diferencia: que España solo controlaría hasta la una de la madrugada del 10 de febrero. Las doce, hora portuguesa.

Nadie sabe lo que acontecerá a partir del 11 de febrero, aunque todo apunta que no va a ser problema. Ni el 11, ni el 15. Y es que, los agentes lusos dan por hecho que estas medidas excepcionales que ha tomado el Gobierno de Portugal se van a prolongar en el tiempo, dada la destacada incidencia con la que está azotando el coronavirus durante estas semanas al otro lado de La Raya. Mientras tanto, el trabajo de los agentes españoles continuará como lo está siendo hasta el momento. “Mucho trabajador transfronterizo, mucho viajero hacia Francia y algún que otro espabilado”, reconocen quienes paran a los vehículos antes de que crucen hacia la provincia de Zamora. Por lo visto, no son pocos los ciudadanos de uno y otro país que tratan de eludir las restricciones simplemente para adquirir productos más baratos en la nación vecina.

España se llevó una de las peores partes del coronavirus en toda Europa durante la primera ola y ahora es Portugal la que está sufriendo las consecuencias más virulentas de esta enfermedad. Y la condición de vecinos, socios y amigos, en definitiva, obliga a la parte zamorana a echar una mano. En este caso, una labor que recae directamente en estos agentes de la Policía Nacional poco acostumbrados a este ritmo de pausa.

Las trampas de los caminos y una guardia lusa con demasiado celo

Al tramposo le dan igual los estados de alarma, los cierres de fronteras y toda la policía del mundo. Por eso, nadie se sorprende en La Raya cuando surge el tema de quienes cruzan el límite entre ambos países a través de los caminos. “Eso ha sucedido siempre, está sucediendo ahora y seguirá sucediendo en el futuro”, reconocen quienes trabajan a pie de garita. Tanta extensión de terreno es imposible de controlar. Ni siquiera con el exceso de celo que han puesto los guardias portugueses para que no ocurra, excediendo sus funciones e incluso los límites territoriales del país. Para evitar esta picaresca, el pasado fin de semana decidieron cavar una serie de zanjas en todas aquellas vías tradicionales que encontraron a su paso... Pero, lo hicieron en terreno español. Una maniobra que no ha gustado nada de este lado de la frontera y sobre la que se tomarán cartas.