“Qué bien me vendría a mí un negocio como este”, suspiró un día Primitivo Carbajo, allá por los años sesenta, cuando paseaba junto al quiosco ubicado en la plaza de la Puentica. Con tan solo 26 años, acababa de perder su brazo izquierdo por un accidente laboral, una descarga eléctrica mientras realizaba unos trabajos para la empresa en la que trabajaba, filial de Iberduero. “Hablé con el dueño del quiosco y dio la casualidad de que él se quería jubilar y que ninguno de sus hijos estaba interesado en seguir con el negocio, así que me lo vendió”, recuerda.

Cincuenta y dos años después, con dolor de corazón —a pesar de sus 78 años y, por tanto, un merecido descanso para convertirse en feliz jubilado— ha tomado una de las decisiones más complicadas de su vida, la de cerrar definitivamente el quiosco en el que se ha pasado horas y horas. Los culpables han sido, según reconoce, los continuos vértigos sufridos recientemente. “Me obligaban a cerrar unos días, abrir otros... así que al final di el paso. No sé si he hecho bien o mal, pero está hecho”, sentencia Primi, como le conocen en el barrio, donde cinco décadas han dado para muchas anécdotas y muy buenas amistades.

Primitivo Carbajo, a las puertas de su negocio, en el que ha estado más de medio siglo. | Cedida

Imagen del quiosco, en la plaza de la Puentica, a finales de los años sesenta. | Cedida

En agradecimiento, el quiosco tiene en letras bien grandes un enorme “GRACIAS”, así, en mayúsculas, acompañado de un pequeño texto que resume su gratitud. “Millones de gracias.... por esos largos años de caminar juntos, por ver crecer a niñ@s y familias, por los días cálidos y gélidos que hemos compartido, por los peques, adultos, amigos y foráneos que han estado ahí. Sigo por el barrio....”, promete en el escrito.

Con el paso del tiempo, el local del quiosco se fue adecentando y modernizando. “Anda que no he pasado yo frío allí, hasta que se pudo cerrar y poner una buena estufa”, explica, aunque le quedan de recuerdo unas piernas doloridas por esas bajas temperaturas. Aun así, subraya que este negocio “ha sido el que me ha ayudado a sacar adelante a mi familia”. Una familia que recibió más de un duro revés, como la muerte de un hijo, Luis, con apenas 40 años, y de su mujer, Verónica. Con ellos siempre en el recuerdo, siguió adelante con sus otros dos hijos, Patricia y Fermín, que también viven en Zamora, fotógrafa y gasolinero, respectivamente.

Primitivo Carbajo echa el cierre “simbólico” a su negocio, ya clausurado, con el agradecimiento a la clientela de toda la vida. | Jose Luis Fernández

“Me pasaba todo el día en el quiosco, desde las siete y media de la mañana. Allí comía, merendaba y cenaba”, enumera Primi, quien asegura que tuvo la suerte de vivir la época “de vacas gordas” con el quiosco. “Tenía muchos clientes fijos y se vendía muchísimo, no tiene nada que ver con ahora, con las tardes eternas, sin vender nada de nada”, compara, poniendo como ejemplo que el día después de la Lotería de Navidad, LA OPINIÓN “era el periódico que más me pedían los clientes. Siempre lo he tenido”. Primero, cuando era EL CORREO DE ZAMORA y después, con la nueva cabecera.

Por eso entiende que nadie se haya puesto en contacto con él para hacerse cargo del quiosco. “Los supermercados y las tiendas grandes han hecho mucho daño pudiendo vender prensa y revistas”, denuncia. “Se han tenido que cerrar casi todos los quioscos de la ciudad, esto ya no es lo que era”, lamenta Primi.

Hace apenas diez días que echó el cierre y confiesa que está bastante aburrido, “paseando como un tonto”, bromea. Echa de menos el sentarse con sus amigos en el banco junto al quiosco, pero seguro que todos los vecinos le seguirán viendo por el barrio y sumando nuevas y buenas conversaciones por mucho tiempo.