La pandemia nos devolverá a una sociedad muy polarizada, la grave crisis económica dejará a muchos ciudadanos en el aire, el paro se incrementará y la delincuencia también por la necesidad de buscarse la vida. En ese contexto, la desesperanza generará situaciones antisociales porque el trabajo es “la forma de identificación social, donde el individuo se autoafirma y sublima su agresividad”, explica Francisco Javier de Santiago Herrero, profesor del departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la Universidad de Salamanca (USAL). Pero también está “esa parte humana asociacionista, de tender a la colaboración y una interdisciplinalidad cooperacionista para reescribirnos” como individuos y como sociedad, agrega el también director de la Unidad de Análisis de la Conducta Criminal de la USAL.

Francisco Javier de Santiago, profesor de Personalidad en la Facultad de Psicología la USAL. | |  CEDIDA

Francisco Javier de Santiago, profesor de Personalidad en la Facultad de Psicología la USAL. | | CEDIDA

–La pandemia nos ha encerrado en casa, limitado y condicionado nuestras relaciones sociales, ¿cómo impacta en la estabilidad emocional del individuo?

–Estos años de 2020 y de 2021 están impregnados de lo inédito. Debemos buscar palabras que bordeen lo terrible de esta pandemia. Expresarse no significa solo decir, sino también dejar de estar preso, salir de este confinamiento emocional inédito y poder gestionar nuestras angustias y temores. El silencio, el no poder expresar abiertamente sentimientos, va a pasar una factura emocional antes o después. Ahora parece que el único lenguaje o mensaje es el COVID, se nos hace imposible pasar un día sin hablar de ello.

–¿Cómo desterrar esa omnipresencia del COVID?

–Debemos reaprender a comunicarnos en todos los niveles: afectivo, cognitivo y conductual. Si centramos todas nuestras emociones en la enfermedad, será difícil que no emerjan cantidad de síntomas psicosomáticos.

–Miedo a la muerte, a perderlo todo, a no volver a recuperar ni el trabajo ni la vida antes del virus, ¿cómo aprender a gestionar todo este revuelo anímico?

–Ese miedo a perder conlleva ansiedades depresivas y una minusvaloración de las capacidades del propio sujeto para reinventarse y uno de los primeros pasos para reinventarse es no estar sometido a una sobreinformación, hay que dosificarla, y no desconectarse de las amistades de las redes sociales de cada uno. Incluso, sumar actividades que se deseaban hacer, reactivarse en todos los planos; volver a rutinas, si es posible y, si no, mantener una disciplina donde se mezcle el ocio y lo lúdico con lo laboral. Pero cada persona es un mundo y dar una receta para todos suena increíble.

–Esta situación puede ser devastadora para las personas. ¿Las autoridades están descuidando las consecuencias psicológicas de la pandemia?

–Se está haciendo lo que se puede, improvisando en muchas cuestiones y la salud mental queda muy en segundo plano para las autoridades. Pero imagínate como acabaría cualquiera que tuviera que elegir, por falta de medios, quién vive y quién muere; o sale a la calle y encuentra verdaderas imprudencias. El sentimiento que me comentan algunos médicos es de rabia e impotencia. La mayor parte de la población saldrá con síntomas leves y pasajeros de la pandemia, eso no quiere decir que un alto número de personas no precise ayuda especializada urgente.

–Incertidumbre, una crisis económica y social sin precedentes, ¿los ciudadanos, perdido ya el Estado del Bienestar, precisarán en su mayoría de ayuda psicológica para enfrentar la realidad?

–Todos precisaremos ayuda. Hay que retomar el mensaje de la dependencia, vivíamos en una sociedad excesivamente individualista, se premiaban las conductas independentistas. Si queremos salir más o menos bien, debemos aceptar que todos dependemos de todos y que ser independiente es sinónimo de locura. Será un golpe para el narcisismo y la vanidad de personas que viven como humillante sentirse ayudados. En estos momentos y en los venideros esas curas de humildad modificarán el diálogo asentado en que “uno solo es multitud”. En esa línea, saldremos del bienestar individual a retomar un poco el bienestar más compartido, más humano, menos egoísta.

–¿Las enfermedades mentales se dispararán en un entorno que ha cambiado radicalmente el mundo y la forma de estar en él?

–La sociedad ya está enferma. Y no precisamente de una patología leve. Vivimos en el foco de una paranoia: la del sujeto que teme todo lo exterior como amenazante. Y los mecanismos de los que se nutre son principalmente la proyección y la escisión. Todos proyectamos con la palabra “gente” la falta de responsabilidad individual y, al mismo tiempo, dividimos a la sociedad en buenos y malos; en jóvenes locos y adultos responsables; en negacionistas delirantes y desconfiados de la vacuna...

–¿Qué consecuencias tiene esa paranoia social de la que habla?

–Ahora nadie se fía de nadie, eso es la paranoia. En esa escisión, socialmente se lleva todo a extremos: la ultra violencia, incluso deportiva, si se puede llamar así; el sexo; la dualidad Joker o Batman, donde los jóvenes se identifican más con Joker que con el bueno de Batman. Cuando la figura del padre encarnada simbólicamente en lo social está herida de paranoia, los hijos saldrán rabiosos, delincuentes, asociales, individualistas, perversos, etc., y, ante el fracaso de la ley del padre, el hijo construirá su propia ley.

–¿Qué síntomas psicológicos ha provocado la pandemia?

–Angustia, ansiedad, un trastorno emocional muy relacionado con el miedo. El miedo se hace patente entendiendo que todo lo que viene del exterior es potencialmente peligroso. Por ello, las personas hipocondríacas son las que más sufren en estas situaciones críticas, tienen todos los síntomas, pero no la enfermedad. Confinados llevaron con más o menos prudencia su calvario, el problema viene con el desconfinamiento, entran en situaciones de auténtico terror. Similar suerte tienen los trastornos evitativos de la personalidad y los que padecen fobia social que ahora se enfrentan de nuevo al área grupal.

–¿Las depresiones están muy presentes en sus consultas?

–También, la situación pandémica impone sus realidades y no en pocas ocasiones el sujeto cae en la total desesperanza. Se suman los sentimientos de indefensión y la discrepancia entre los anhelos del sujeto y sus condiciones reales. Angustia y depresión se presentan frecuentemente asociadas. El depresivo siempre está mirando a su alrededor para ver qué es lo que piensan de él, y lo que los demás piensan de él es, precisamente, lo que él piensa de sí mismo. Hay que averiguar qué fantasía hay detrás de ese “me miran”: si está la de “me miran, porque tengo coronavirus y ya no valgo nada”, apuntan claramente a la melancolía, hay proyección depresiva y no persecutoria o paranoide. Esta última iría mas en el sentido de “me miran y se miran, seguro que en cuanto me descuide me contagian el virus”.

–¿Qué otros trastornos detectan los psicólogos?

–El insomnio, que se debe al estrés y a las incertidumbres; a la falta de rutinas; al escaso ejercicio físico y la sobreexposición del dormitorio como lugar de referencia; al uso desmedido e irresponsable de pantallas electrónicas como telefonía, tablet o Internet. Precisamente, se ha detectado una adicción a esas nuevas tecnologías y al juego patológico.

–La gestión de la comida es otro problema, ¿por qué cuesta tanto su control?

–La soledad es lo más contraindicado para las adicciones, es muy perjudicial. En situaciones pandémicas y de confinamiento es frecuente el uso de la comida ultraprocesada como ansiolítico; y de la bebida alcohólica como antidepresivo, con el consecuente riesgo de obesidad y nuevas adicciones. Aparecen los trastornos alimentarios, en especial por atracón, se pierde el control sobre lo que se come y, a diferencia de la bulimia nerviosa, a los episodios de atracones no les siguen purgas, es decir, exceso de ejercicio o ayunos. Se están produciendo demandas de comida solo semejantes a periodos navideños.

–Muchas personas han perdido a familiares sin poder despedirse, ¿hay un duelo incompleto?

–El duelo es un dolor necesario, digo dolor y no tristeza, porque la pena más que dolor produce desesperanza y esta es el mejor predictor del suicidio, mayor, incluso, que la depresión. Ese miedo a perder conlleva ansiedades depresivas y una minusvaloración de las capacidades del propio sujeto para reinventarse. Parece ser que los duelos traumáticos, como los vividos en pandemia, tienen un efecto en la salud a largo plazo, ya que se presenta una sobre mortalidad y sobre morbilidad en quienes han pasado dichas situaciones complejas.

–¿Controlada la pandemia con la vacuna, terminarán los problemas adicionales que vivimos?

–El problema de salud que se nos presenta va mucho más allá que el control de la pandemia. Como consecuencia de todos estos cambios, se produce un aumento de la suceptibilidad a los trastornos gastrointestinales; tumorales; afecciones víricas y las derivadas de un debilitamiento del sistema inmunológico; patologías cardiacas y respiratorias, entre otras.

–¿Estamos ante una catástrofe de tal magnitud que sus efectos puedan compararse a los de una guerra militar?

–No, en las guerras no solo hay carencias económicas y pérdidas de seres queridos, también hay armas como las violaciones, sangre en las calles, destrucción, torturas, que generan una agresividad e impotencia que puede tardar generaciones en curarse. Por otro lado, el enemigo en la guerra está presente, pero ahora nadie sabe donde está el enemigo, lo que hace que muchas veces la conciencia de riesgo disminuya hasta el marasmo. No hay que ver muy allá: fiestas, botellones y quedadas. No es que nieguen la enfermedad de forma psicótica, sino que la conciencia grupal se torna individual y el sujeto disminuye hasta niveles muy infantiles.

–En estas situaciones extremas que afectan psicológica y socialmente a toda la comunidad, ¿qué cambios sustanciales pueden acarrear en ambos ámbitos?

–Las personas sacan lo mejor y lo peor de sí mismos. Muchas personas han sacado teatros por Internet, la música a los balcones, la literatura compartida, las conferencias webinar..., buscando encontrar lo sublime y solidario de la humanidad. En ese confinamiento total, el alma de las personas se dejaba ver en el silencio solo roto por esos aplausos de las ocho de la tarde. Ahora ya nadie hace silencios, ni aplaude, nos estamos quedando solo con el lenguaje de la rabia y eso es peligroso, veremos qué pasa cuando la cuestión no sea tan positiva.

–¿Y lo peor, qué ha sido?

–Su parte más psicopática. Se estima que diariamente se producen 18 millones de estafas por Internet; los homicidios han subido un 10,5 % y las agresiones sexuales un 13,8 %. España se coloca en las primeras posiciones por pederastia, según la Interpol. Datos que presumiblemente se dispararán a medida que pase la pandemia y deje sus efectos sociales y económicos. Ángeles y demonios deambulan aprovechando la pandemia bajo nobles o innobles pretensiones. A fin de cuentas, así es el ser humano, dividido entre lo más vil y despreciable que camina y lo mas excelso y elevado de sí mismo.

–¿Existe una aproximación a cómo será ese “después del virus”?

–No sabemos el final de ninguna pandemia. ¿Acaso esta incertidumbre es diferente a la de la vida misma? Nadie nos puede decir nuestro final y no sabemos el final de la vida, salvo quien decide suicidarse. Sabemos, tímidamente, sólo el inicio. Como diría Sartre “vivimos en un horizonte de posibles, todo padecimiento lleva consigo oculta alguna empresa”; Kierkegard decía que “hay angustias por ausencia de posibilidades, por la lejanía de los posibles” y Derrida que “el futuro de alguna manera lo vamos preparando, lo planeamos”, pero en el porvenir “no podemos hacer nada” (...), “viene solo, por sí mismo”. Todos los finales son abiertos.

–¿Pero a qué sociedad cree que nos devolverá la pandemia?

–A una sociedad violenta, con un incremento de inseguridad ciudadana, de robos, la gente tendrá que buscarse la vida, ya se empiezan a ver atracos a panaderías. Porque te quedas en el aire, el trabajo es la forma de identificación social, ahí te autoafirmas como individuo, y sublimas tu agresividad, la vuelcas ahí. Si hay que reprimir esa pulsión agresiva y no encuentras una salida sana, como trabajar, hacer deporte, saldrá de forma patológica, eso implica situaciones antisociales: “si la sociedad no me reconoce, yo tampoco a ella”, por tanto, creo mis propias leyes.

–Un panorama aterrador...

–No, también habrá una parte humana, asociacionista, de tender a la colaboración y una interdisciplinalidad cooperacionista, tenemos que reescribirnos y salir del reduccionismo, trabajar juntos.

–¿Se confía demasiado en la capacidad del individuo para adaptarse y para recomponerse sin ayuda?

–Eso es también un índice de salud social a nivel mental, incluso del stress social de una comunidad. Realmente, aunque con pequeñas excepciones, la sociedad en general está actuando con una resiliencia bastante buena. El orden social no ha quebrado ni tiene fisuras importantes gracias a esa capacidad de adaptación que todos sufrimos en la actualidad.

–Pero habrá una brecha social, que ya se vislumbra, ¿tardará en recomponerse?

–Se buscarán culpables, las instituciones, un chivo expiatorio para lograr una justicia rabiosa, es la ley del talión. Se ha perdido la figura de Dios como metarrelato que nos unía, desaparece el padre, la religión y cada uno se inventa el suyo. Por eso, hay que salir a reconstruir y reescribir ese relato común, pero llevará años. La brecha social y psicológica de la crisis de los años 20 del siglo pasado no se arregló en un par de años y vivimos en una sociedad individualista.