La tentación es irresistible y pocas veces renuncia a zambullirse en un río helado, en una laguna o el en propio lago de Sanabria, en invierno y en plena montaña. Una proeza cuando el termómetro marca cero grados o menos. El bautizo fue con 17 años “en un río muy frío, en Villanueva de Azoague, bajo el puente de las vías”. Esa primera vez, cuenta el joven Óscar Barrero Rubio, fue visto y no visto, “de una vez, entrar y salir”. Eran las nueve de la mañana de un primer día de enero, “lo que llamamos el primer baño del año”. Aprendió que no debe introducirse la cabeza nunca en el agua cuando queda mucha ruta de montaña por delante, “me dolió todo el día, y los oídos”. Las sucesivas inmersiones han ido siendo cada vez más placenteras. Por fin, usaba ese bañador que sus monitores del grupo de scout invitaban a llevar en la mochila, sin que los muchachos supieran muy bien cuál era su utilidad en esas expediciones invernales en pleno monte.

El montañero logra por primera vez meterse en un agujero cavado en la helada laguna Yeguas en Sanabria. | O.B.R.

La broma se convirtió en un desafío, ahora ya una costumbre que cumple siete años. No es un farol, hay pruebas gráficas y vídeos que protagoniza este joven zamorano de 23 años con una sonrisa de oreja a oreja, que deja ver su satisfacción. Este aguerrido scout no duda en lanzarse al agua helada como si de un plácido mar tropical se tratase, “no puedo dejar de bañarme aunque sea pleno invierno si hay un río, un lago o una laguna en la ruta”. Esas aguas gélidas le atraen como un imán. ¿Sensaciones? “Te aporta felicidad, adrenalina para todo el día, y un buen nivel físico. El baño te ayuda a relajar la musculatura, aunque al inicio se contrae”. Ha llegado a lanzarse al lago del glaciar Pastoruri, a 5.100 metros de altitud, en la cordillera Vilcabamba de Perú.

La última gran proeza fue picar con sus propias manos, ayudado de los bastones de marcha, de esquí y una piedra, un agujero en el hielo que cubría la laguna de Yeguas de Sanabria. Tiró de energía para conseguir abrir un espacio suficiente que diera cabida a su cuerpo. Más de media hora empleó en romper el hielo de un espesor de 35 centímetros cuando repitió la experiencia en la laguna Malicioso, en la ladera zamorana de Vizcodillo. “Nunca había visto una superficie helada de ese grosor”. Pero el reto le cautivó, “me quité la ropa para cavar” con más soltura y “porque me salpicaba y al mojarse hacía más frío. El agujero lo hice con un piolet, fue lo más complicado”. Cuando inició la operación aún lucía el sol, al terminar ya no.

El joven zamorano antes de cruzar un lago peruano, a 5.100 metros de altitud, a baja temperatura | O.B.R.

Antes de colarse por el hueco, sin conocer la profundidad exacta, “con dos bastones de montaña de tres metros no tocaba el fondo”, explica sin darle mayor importancia al reto, toma sus medidas de seguridad. El procedimiento consiste en “comprobar el grosor del hielo para que aguante mi peso; y que no haya corrientes de agua abajo”, caso en el que desiste para evitar riesgos innecesarios, apunta. Cumplidos esos trámites, “clavo el piolet técnico para amarrarme bien, por si pasa algo no colarme para dentro”. Siempre desde la prudencia, no existe el miedo para este intrépido zamorano, que describe la impresión placentera tras abandonar el boquete hecho, “debajo de la capa de hielo es la misma que cuando te bañas en un río o en el lago de Sanabria” desafiando al frío. “Piensas en que te quieres meter y lo haces”. No se siente más frío que en aguas no heladas, “pero no puedes estar tanto tiempo, el choque térmico es mucho más fuerte y no te puede mover en un agujero tan pequeño”. Y siempre con la cabeza fuera del agua, salvo que tenga cerca la tienda de campaña o el coche, “intento evitar riesgos”. Aunque nunca antes se había bañado bajo el hielo y sin tocar el fondo, “estuve dos veces dentro, cuestión de segundos”.

Barrero, en Perú. O. B. R.

Su afición no tiene nada que ver con el método Wim Hof, que consiste en usar el frío para mejorar la salud. Lo conoce, “algo parecido a lo que yo hago tiene que ser”, apunta, “pero lo mío es más una afición, un entretenimiento. El Wim Hof es más pensado”. Se ha informado sobre los beneficios de sus prácticas, “se dice que es bueno, ayuda en todo, a la circulación sanguínea, a recuperarte del esfuerzo físico hecho en una marcha”. Y lo más importante, “cuando sales del agua estás muy feliz porque has logrado tu reto”. Este scout desde los 11 años, curtido en muchas rutas de montaña, ahora jefe de tropa de Senda Norte de Benavente, lo mismo tira con sus chavales de pico sobre el hielo para montar un iglú, que cava con “cuevas de nieve” para refugiarse dentro, como cuando subió al pico Tocllaraju, en la cordillera peruana, a 6.000 metros de altitud, donde una fotografía describe la fascinación por la montaña.