En orden y conversando, van pasando a recoger su menú diario. A la una de la tarde, cuando la Casa Betania abre sus puertas, decenas de personas han ido cogiendo sitio en la calle de Sor Dositea Andrés desde media hora antes. Aguardan su turno para acceder al patio donde una pequeña tienda de campaña mantiene a resguardo la comida caliente que el personal de Cáritas irá repartiendo a estos ciudadanos que esta crisis del COVID ha dejado en la cuneta. Hay quien ha sido usuario de la anterior casa de acogida Madre Bonifacia, incluso ha pasado temporadas viviendo allí, conoce a sus empleados, y ha sorteado la calle gracias a la ayuda de Cáritas.

Otros, como un joven salmantino, llegó al perder su trabajo de 20 años. Eligió Zamora “para que no me vean”, ni su familia, ni sus amigos. Zamora se ha convertido en su destierro voluntario, al menos, hasta que pueda volver a tener el trabajo que se llevó el COVID, esta crisis que le dejó casi en la calle. “No quiero que me vean así en mi ciudad”.

Su familia no sabe nada, “se lo estoy ocultando por la vergüenza, todos mis hermanos trabajan y no quiero que sepan que estoy así”. No quiere pedirles ayuda, ¿el orgullo?, “ya sabes que dicen que los españoles somos así”. 42 años, veinte de ellos trabajando en la misma empresa de la construcción. No conocía el paro, con buen sueldo de 1.800 o 2.000 euros, con su piso, su coche, sus vacaciones, sus comidas fuera de casa... “¿Cómo se va a sentir uno, si no está acostumbrado a venir a estos sitios?”.

“Sentí vergüenza, pero es lo que hay, nunca antes me he visto así, pero no queda otra, hay que vivir”

El bajón es mayor porque “ves a toda esta gente que lo está pasando fatal y, como es la primera vez que me veo en esta situación, me encuentro mal. No es de agrado, nunca me he visto así”. Llegó a Zamora hace casi un año “muy decaído, no era capaz de avanzar. Ahora me veo con más fuerza. Estuve trabajando, ¡y no me pagaron!”, exclama. Hay esperanza, “estoy esperando una oferta de la construcción”. Agradecido a Cáritas, “esta gente se ha portado muy bien conmigo”, la ayuda de la casa Madre Bonifacia, ahora de Casa Betania, ha sido esencial, “si no es por ellos quizás ahora estaría en la calle”.

Le quedan “secuelas” de este parón que la crisis ha dado a su vida, el trabajo lo aliviaría porque “te da estabilidad, independencia, el no tener que venir aquí; y el estar ocupado. Trabajaba 10 horas, pero era feliz, tenía mi vida”. Ahora, sin empleo, “pierdes hasta la noción del tiempo, te metes en una depresión, hasta que puedes ir saliendo, poco a poco”. Comparte piso pero los ingresos son mínimos y necesita poner un plato caliente en su mesa. Afirma que ya no siente vergüenza cuando hace cola frente a la Casa Betania “no queda otra, hay que sobrevivir”.

“No me siento humillada por pedir comida, es duro, había remontado y otra vez para atrás”

Hacía tres años que no le faltaba trabajo, de extra en bares, pero el COVID liquidó su vida laboral “pa lo que estaba yo, pues no había nada”. De nuevo, sin recursos suficientes para poder mantenerse. Hace dos meses que María se vio sin otra que regresar a la casa de acogida de Cáritas: había que comer. En la casa Madre Bonifacia tuvo que quedarse años atrás hasta recomponer su vida. Este paso atrás ha sido muy duro, aunque “no me siento humillada por tener que pedir comida, te toca y teca, es así. No lo cuentas mucho. Esta mujer de 56 años se siente “afectada psicológicamente porque cuando crees que has remontado, que puedes salir, vas para atrás”.

El futuro asusta “un poco más, estás sola y no hay nadie que te pueda ayudar. Cada día te levantas porque tienes que hacerlo, pero cuesta bastante, no puedes ir a ningún sitio a buscar trabajo, no hay, está todo cerrado. Tampoco puedes ir a echar currículums en persona”.

Ciudadanos aguardan su turno en la cola para recoger comida caliente en la Casa Betania. | José Luis Fernández

Avelino tuvo que recurrir a Madre Bonifacia para poder encontrar un techo y comida caliente. Su precaria salud es la culpable de que no pudiera continuar trabajando. Dos años después, logró una ayuda que le permite compartir un piso, pero a sus 62 años, este zamorano no dispone de recursos económicos para ser totalmente independiente, así que, cada día hace cola para conseguir comida caliente. Se siente afortunado e inmensamente agradecido a los responsables de la casa de acogida, “me han salvado la vida, pude conseguir la ayuda”.

“Todo está mucho peor, la gente pide por todos los lados, vamos muy mal, esto revienta”

Juanjo, a sus 59 años, comparte piso, “los gastos me llevan 240 euros al mes y vienes a por la comida porque no llegas ni a medio mes. Estamos aquí porque no hay otro modo”. Con esto del COVID, dice, “todo está mucho peor, la gente está mal, no tiene trabajo, no tiene medios para vivir, pide por todos los lados y vamos muy mal, esto revienta”. El ánimo “no es mucho, ahora con el frío menos, porque no puedes ni salir a pasear”. Sin tajo desde que en 2008 la burbuja de la construcción explotó y le dejó en la calle como a tantos.