Veinte horas de vuelo y miles de kilómetros después, alcanzan su viejo refugio. El Duero despliega su cauce al pie de la capital, un “manto cálido” para estas forasteras, para miles de aves que huyen del gélido invierno de sus países de origen. En manadas, cruzan Europa desde los más recónditos lugares para guarecerse en Zamora. Cormoranes grandes, halcones peregrinos, esmerejones, milanos reales, gaviotas reidoras y gaviotas sombrías, lavanderas y lúganos (úbalos para los zamoranos) dejan atrás Escandinavia, Rusia, Alemania, Reino Unido, Suiza o el más próximo norte de Francia para surcar los cielos de la capital en un espectáculo de vida que se prolonga hasta la primavera. En marzo o abril, la crianza devuelve a muchos a sus lugares; otros, siguen ruta hacia el sur de la Península.

Hasta entonces, la bullicio fluye en el gran escenario fluvial con el ir y venir de los cormoranes grandes, procedentes del centro y norte de Francia, de Dinamarca y el Reino Unido. Se mueven en grupo por el piélago zamorano. Madrugadores, pescan desde primera hora del día. El azud de Olivares o las riberas de los Tres Árboles son sus lugares favoritos por las mañanas; las orillas cercanas a la avenida del Mengue o el Puente de Hierro, los más buscados por las tardes.

Si el sol luce, no desaprovechan la ocasión de tomarlo. Varias inmersiones bastan para que el peso de sus alas les impida continuar rastreando el río persiguiendo otro buen bocado. Toman tierra y extienden sus alas para secarlas antes de volver a sobrevolar el cauce en busca de otra presa. Su habilidad para la pesca les convierte en “auténticos competidores para los pescadores”, explica el zamorano José Alfredo Hernández, ornitólogo naturalista y experto en fauna, gran conocedor de río y su biodiversidad. Algunas de sus especies “se reproducen en la ribera del Duero, fuera ya del casco urbano”.

En esas zonas, tienen también sus dormideros, grandes árboles en los que reposar al caer el sol. “Los más pequeños”, próximos a la capital, pueden dar cabida al centenar de ejemplares; los más grandes en Zamora soportan hasta 500, lo que le convierte en uno de los mayores de toda la cuenca del Duero. Muchos durante el día prefieren Ricobayo para pescar, allí siempre está asegurada la pesca, “pero no hay buenos sitios para dormir, árboles grandes y altos”. Álamos y chopos son sus preferidos, y arriban en manadas a la capital al anochecer. A final de marzo y primeros de abril vuelven a “casa” para reproducirse.

Un grupo de cormoranes toma el sol en el cauce del río | A. F.

Cerca del Puente de Hierro se otea un ejemplar de los solitarios halcones peregrinos. Vuelan desde el norte de Europa, Rusia o Escandinavia y, de camino al sur de la península, recalan en la capital zamorana varias semanas atraídos por las palomas. Su instinto “aguerrido” les lleva a cazar cormoranes y garzas, pero tampoco desperdician murciélagos, estorninos o patos.

Las islas del río o el edificio de los Nuevos Ministerios, donde se las puede ver, son los lugares que eligen estas aves rapaces para dormir tranquilas. De su misma especie pero de menor tamaño, el esmerejón, “miniatura de rapaz”, apunta Alfredo Hernández. Baja desde las islas británicas camino de las estepas de Zamora que tanto le gustan. Poco más grandes que una paloma, se alimentan también de murciélagos, y de pájaros pequeños, como el gorrión o las bisbitas.

Como contraste, el milano real, rapaz grande de cola horquillada, partida en dos, sobrevuela las carreteras zamoranas, y si bien tiene “población reproductora en Sayago y Aliste durante todo el año”, otros ejemplares, más de 4.000, baten sus alas durante miles de kilómetros desde Alemania, Suiza y Francia para alcanzar Zamora, y beneficiarse de su otoño e invierno, más apacible.

Estos amantes de espacios abiertos tienen en la capital sus dormideros, que comparten varios cientos de individuos. A pocos kilómetros del centro, ya algún árbol cobija a más de cien de estas aves. Los milanos sobrevuelan durante el día choperas y los alrededores de la ciudad a la caza de pequeños animales que devorar, como canarios, aunque los vertederos, con los restos de pollerías, se han convertido en su mejor “restaurante”.

Un cormorán seca sus alas tras varias inmenrsiones para pescar. | Alfredo Fernández

Las granjas de porcino o las ganaderías también les procuran un buen “menú”. Los agricultores se topan con muchos siguiendo el rastro de sus tractores para comer insectos, topillos u otros animales que quedan al aire durante las labores de labranza. La imagen de su majestuosa apariencia al planear en los cielos zamoranos está a punto de convertirse en un recuerdo, en peligro de extinción ya en Zamora y amenazados a nivel mundial. Aún así, la mayor parte de la población mundial que llega a Castilla y León elige como destino Zamora para huir en esta estación invernal de las inhóspitas tierras europeas en las que nacen, un privilegio que la capital y la provincia comparten con Salamanca.

El otoño trae a las gaviotas reidoras y a las sombrías, que animan las aguas entre el Puente de Piedra y el de Los Poetas con su revoloteo, siempre en reducidos grupos. Su pequeño tamaño lleva a veces a confundirlas con palomas. Llamadas en otros tiempos “palomas triperas” porque gustaban de dar buena cuenta los restos de la matanza del cerdo que antiguamente se arrojaban al Duero. Pero su plumaje blanco en el vientre y gris claro en las alas, sus picos rojos negruzcos se diferencian a estas gaviotas reidoras del ave torcaz. Se las puede ver agrupadas en las azudes de las aceñas de Olivares o los peñones del primer puente románico que se tragó el Duero.

Ejemplar de milano real, que habitan la provincia en invierno. | J. F.

Junto a ellas, las gaviotas sombrías, con las alas de un gris más oscuro y un pico amarillento, eligen el agua para descansar al caer la noche. “El centro del cauce es su dormidero comunal, en la mitad, donde no existen corrientes” y “bastante lejos de la ciudad. Buscan masas de agua grandes y despejadas para defenderse mejor”. Es preciso estar a salvo de los depredadores que acechan, puntualiza el ornitólogo zamorano. Eso explica que estén en grupo.

Recorren a diario decenas de kilómetros desde sus dormideros hasta las zonas de alimento. De nuevo, el vertedero de Zamora ofrece verdaderos manjares, “son carroñeras, carnívoras y frecuentan los campos de cultivo para comer pequeños animalillos”.

Después de llenar sus buches, buscan las aguas del Duero “para asearse, descansar y hacer un poco de vida social” sin perder la ocasión de “comerse algún pececillo”, pero pescan poco, apunta Fernández. Se las puede ver desde el otoño y en el invierno, tras dejar atrás Polonia, Rusia y Escandinavia.

Gaviotas reidoras toman el sol en los restos del primer puente románico que tuvo la ciudad. | Alfredo Fernández

De tamaño más inferior, también visitan el río cada invierno los úbalos o lúganos, muy ligados al árbol aliso que crece en la ribera del Duero, ya que se alimenta del grano de su semilla. Hasta 7.000 kilómetros vuelan estas pequeñas aves desde Rusia, el norte y el este de Europa para quedarse junto al Duero hasta abril. De coloración amarilloverdoso, del tamaño de canarios o jilgueros, se les encuentra en el bosque de Valorio y en las inmediaciones del Puente de Hierro. Son apreciados por los silvestristas (que los capturaban para la crianza particular) por su “buen canto”, su bonito porte y porque se adaptan bien a la jaula aunque sean adultos.

Las lavanderas o sanantonas, vuelan hasta la capital zamorana desde las montañas del Norte de Europa, y algunas, como las blancas, eligen la ciudad para criar. Estos pajaritos con plumaje negro y blanco, de cola larga y pico fino, caminan a saltitos por las calles o en los patios de las casas. La popular “pajarita de las nieves”, porque aparece con el frío, rastrea el Duero para conseguir insectos, aunque no deja de buscar en calles y jardines de la capital, siempre en zonas despejadas, cerca del río o donde hay césped.