Manifestaciones contra el cierre de consultorios médicos en los pueblos, protestas sindicales para hacer efectiva la reducción de jornada para los trabajadores de la sanidad pública, quejas sobre la falta de médicos y de atención presencial en Sanabria o recogidas de firmas para restituir servicios sanitarios en el Hospital de Benavente. Hasta marzo, el retrato de la sanidad en Zamora dista poco de lo que sería un año normal. Como con el resto de sectores, el COVID lo trastocó todo. Desde la primera quincena del mes de marzo la sanidad pública de Zamora olvidó sus reivindicaciones y se enfundó en un traje de protección precario para ser la punta de lanza contra la primera embestida del coronavirus. En muchos casos sin medios de protección y ante un enemigo todavía desconocido, los sanitarios se convirtieron, en la primera mitad del año, en el orgullo de una provincia que todas las tardes, a las ocho, salía a sus balcones para romper con aplausos el silencio del estricto confinamiento.

Una enfermera realiza una PCR a un hombre, hace unas semanas. | Emilio Fraile

El virus llega a Zamora el diez de marzo procedente de Benidorm —aunque muy posiblemente estaba aquí antes—. Ese día se constata el primer positivo, el de un paciente de Montamarta. Los siguientes en sumarse a la lista, dos familiares cercanos del primero. Zamora inicia el primer estado de alarma con solo cinco pacientes con diagnóstico confirmado. La cifra sube despacio pero lo cierto es que los datos de contagios de las primeras semanas son muy engañosos: no hay test para todos y las autoridades piden llamar por teléfono a una centralita en el caso de que existan síntomas. Con las líneas telefónicas colapsadas durante la mayor parte de tiempo en la primera parte de la pandemia, no es descabellado pensar que muchos zamoranos pasaron la enfermedad en sus domicilios, confinados. Solo las personas con síntomas más graves se desplazaron a Urgencias para ser atendidas.

Los sanitarios aplauden a las puertas del Virgen de la Concha, en abril. | Emilio Fraile

Los sanitarios afrontan la situación en precario. Mascarillas pensadas para ser usadas durante unas pocas horas son utilizadas durante varios días consecutivos. La Junta de Castilla y León llama a la solidaridad de los ciudadanos y Zamora se vuelca con sus sanitarios. En el primer fin de semana del estado de alarma los zamoranos, particulares y empresas, llevan al edificio de la Junta cientos de mascarillas, guantes, geles, pantallas, gafas, buzos y batas que la administración reparte entre el personal de “primera fila”. Las quejas sobre el escaso material o sobre mascarillas y guantes defectuosos son constantes hasta que, ya en mayo, se normaliza el suministro.

El sistema sanitario zamorano comienza a dar síntomas de agotamiento a finales de marzo y a principios de abril. En pocos días la cifra de ingresados con coronavirus en las camas del Hospital Virgen de la Concha roza ya el centenar. El dos de abril se alcanza la cifra que marca el récord de pacientes en las camas de la Unidad de Cuidados Intensivos: quince. En esos primeros días del mes de abril, cuando Zamora hubiera estado celebrando su Semana Santa, es cuando se viven los peores momentos de la primera ola del coronavirus. Las cifras de muertes aumentan de forma sensible y cuesta casi un mes doblegar la curva.

Trabajadoras del centro con una anciana en la residencia Virgen del Canto de Toro. | Emilio Fraile

El impacto del coronavirus en las residencias de ancianos fue especialmente duro en la primera ola. Aunque el virus no entró en todos los geriátricos de la provincia, sí que causó estragos en los centros en los que hizo acto de presencia. Los ancianos fueron el colectivo más golpeado por la pandemia en primavera. Muchos perdieron la vida sin que se supiera a ciencia cierta si tenían o no coronavirus, aunque los síntomas apuntaban en esa dirección. En algunos centros los trabajadores facilitaron a los internos tablets y ordenadores a través de los cuales poder ver a sus familiares para hacer más soportable el encierro.

En mayo comienza la desescalada, que se da en la sociedad en general y también en los servicios sanitarios. Las consultas médicas comienzan a recuperar parte de su actividad habitual después de semanas cerradas, atendiendo solo los casos urgentes como cánceres y otras enfermedades graves. Las camas del Complejo Asistencial de Zamora comienzan a vaciarse de pacientes de COVID y la UCI empieza a recuperar parte de la normalidad perdida de forma repentina a mediados de marzo. La cifra de ingresados en las camas de planta cae por debajo de la decena el 26 de mayo y se mantiene en esas cifras hasta el 15 de agosto. Entre el 17 de junio y el 24 de julio la UCI no tiene a ningún paciente con COVID.

Manifestación contra el decreto de la Junta. | N. R.

En este inicio de verano, que es precisamente cuando se fragua la segunda ola, la sanidad se prepara para dar una mejor respuesta que en marzo. Sin esa preparación, el incremento de pacientes vivido a partir del mes de septiembre hubiera dejado unos resultados desastrosos —aún más— en Zamora. Las UCIS provisionales puestas en marcha en marzo se vacían, pero no se desmontan por si hay que volverlas a usar —como así ha sido—. En Urgencias, lejos de relajarse, se acometen en esos meses unas obras de adaptación del espacio para que exista un circuito para pacientes COVID y otro “limpio”. Los centros de salud llevan a cabo medidas similares.

Que el confinamiento primaveral fue efectivo se pudo ver en los meses de mayo y junio. La cifra de contagios durante las últimas semanas de primavera y las primeras del verano fue realmente baja en la provincia de Zamora. La situación empieza a torcerse a últimos de julio y, sobre todo, durante el mes de agosto. Zamora comienza el mes de septiembre con 1.031 PCR positivas acumuladas desde mediados de marzo y lo acaba con más de 2.500. Esto se traduce en 1.500 nuevos enfermos en un mes. En octubre se suman dos mil más, y otros dos mil en noviembre.

Funeral de Felisa gallego. | N. R.

La sanidad se ve obligada a redoblar, otra vez, los esfuerzos para luchar contra el coronavirus, que amenazaba con golpear a Zamora más fuerte que en primavera. Así ha sido, como indican las cifras de fallecimientos, referencia más “cruda” a la hora de valorar las consecuencias de la pandemia. La segunda ola suma en Zamora ya más del doble de muertes que la primera, algo que sucede en muy pocas provincias de España y que los expertos no aciertan a explicar de una forma concluyente.

La dureza del segundo impacto del virus lleva a la Junta de Castilla y León a publicar un decreto que posibilita a los gerentes modificar las condiciones laborales del personal para hacer frente al virus. El rechazo de todos los sindicatos ha supuesto la única vez que el sector ha alzado verdaderamente la voz durante los últimos meses. La normativa permite a los gerentes modificar las planillas, descansos e incluso enviar a trabajadores a otras provincias para hacer frente a la pandemia. Un marco legal que, pese a todo, aún no se ha aplicado en Zamora, donde las aguas parecen volver poco a poco a su cauce en el plano laboral.

Durante la segunda ola el Complejo Asistencial de Zamora registra su máximo de ingresos. El nueve de noviembre 145 personas estaban encamadas en planta en alguno de los hospitales zamoranos luchando contra el coronavirus. La cifra se ha reducido en las últimas semanas hasta las 42 personas que marca la estadística más actualizada, una cifra todavía muy alta si se trata de estar preparados para una eventual tercera ola de la infección. En Críticos la situación tampoco es buena. Aunque los peores días pasaron —en la segunda ola se han llegado a registrar 14 ingresados a la vez— la UCI todavía tiene a ocho personas en plena batalla contra el virus. Muchas.

De hecho, Sanidad considera que la situación que se vive actualmente en la provincia todavía no permite rebajar el nivel de riesgo estipulado. El nivel cuatro, el más alto y el actualmente vigente, seguirá durante unos días más. Más del diez por ciento de las camas del Complejo Asistencial están ocupadas por pacientes con COVID, mientras que los infectados con este virus ocupan el 42% de las camas de la Unidad de Cuidados Intensivos.

El sector sanitario, ahora más preparado que en marzo, sufrió una bofetada de realidad hace menos de diez días, cuando falleció en Zamora Felisa Gallego, la primera sanitaria en perder la vida en la provincia por el coronavirus. Gallego trabajó durante los últimos años en la Unidad de Digestivo del hospital Virgen de la Concha, donde su muerte ha sumido en un profundo pesar a sus compañeros y amigos. El caso de Gallego trajo a la primera línea una labor, la de las auxiliares de Enfermería, muchas veces eclipsada por la de los profesionales de la Enfermería y la Medicina, y volvió a poner de actualidad el riesgo al que se enfrentan desde hace meses estos profesionales. En Zamora, 257 sanitarios han resultado contagiados. 91 de ellos son enfermeros, lo que les sitúa como el colectivo más golpeado seguido por los médicos y los TCAE. La mayoría ha superado la infección aunque la muerte de Felisa Gallego recuerde, por si hacía falta, el riesgo que conlleva luchar en primera línea de fuego.