A finales del siglo XIX, el historiador Manuel Bartolomé Cossío lanzó una profecía que vería casi milagrosamente cumplida en 1928. A través de un artículo publicado en 1883, el pedagogo expresaba la conveniencia de que el Museo del Prado incorporase “algún que otro cuadro (de época medieval) que suele andar rodando por iglesias en los pueblos” para ilustrar mejor aquel momento artístico. Se refería a una pintura en concreto, uno “arrinconado y cubierto de polvo” en la parroquia de la localidad de San Román de Hornija, junto a Toro, “más digno” que “los pocos e insignificantes restos arquitectónicos” que se conservaban con fama en este mismo lugar del tiempo de Chindasvinto, rey visigodo del siglo VII, cuya tumba se suponía allí mismo.

Imagen del retablo del arzobispo don Sancho de Rojas de la capilla del cementerio de San Román. | Museo del Prado

Prácticamente en un párrafo, aquel lejano investigador había prologado la intensa aventura que aguardaba a la célebre obra, la pintura central del retablo del arzobispo don Sancho de Rojas. Los historiadores zamoranos Sergio Pérez y Josemi Lorenzo han buceado en los avatares de la pieza, que a punto estuvo de ser vendida por el Obispado de Zamora –a cuya diócesis pertenecía el pueblo vallisoletano–, para sacar a la luz detalles inéditos de la operación de venta, que afortunadamente acabaría frustrada.

La investigación entronca con el trabajo que Lorenzo y Pérez Martín acometen desde hace varios años, extrayendo el “oro” histórico que encierran las cartas que Manuel Gómez-Moreno, patriarca de la historiografía española, mantuvo a principios del siglo XX, cuando viajaba de provincia en provincia para redactar varios de los mejores catálogos monumentales del país.

El relato arranca en 1908, cuando Gómez-Moreno ultimaba el trabajo de campo para redactar el catálogo monumental de León. Para regresar a su Granada natal, tomaría la línea de tren de Medina del Campo y haría parada en San Román de Hornija, que contaba con estación propia. Seguramente, opinan los autores del trabajo, don Manuel tuvo especial interés en conocer la localidad, atraído por sus restos visigodos.

De su etapa zamorana -recorrió la provincia en 1903 y en 1904- conocía al obispo, Luis Felipe Ortiz y Gutiérrez, con cuya forma de actuar era muy crítico. “Da lástima ver la grosería con que tratan esos tapices (de la Catedral), y el menosprecio que se hizo de ellos hasta que en la exposición les enseñaron lo que aquello valía”, le cuenta en una temprana carta a su padre. Al mismo tiempo que alababa las formas y el cariño del prelado, Gómez-Moreno critica su afán mercantilista y se compromete a combatirlo. “Tiene ganas de vender un par de tapices de la Catedral y ahora anda tras de vender un hermoso sepulcro del XV que hay en el convento de Toro; no sé si alcanzaré a dificultarlo como deseo”, se juramentaba en otra de sus epístolas.

La profecía de San Román de Hornija

En paralelo, don Manuel y su esposa Elena Rodríguez Bolívar traban amistad con un valioso personaje: Severiano Ballesteros, sobrino del obispo, miembro de la Real Academia de Historia y la “llave” que permitirá al historiador acceder a muchos de los templos de la zona. Y así fue como ocurrió en el caso de San Román, donde Ballesteros le había prometido “facilidades” para conocer el edificio. Así que juntos, quizá el 1 de octubre de 1908, pudieron visitar la localidad y la capilla del cementerio, donde se guardaban, en un lamentable estado, todas las tablas del retablo… salvo la más valiosa, el “cuadro” de la Virgen.

Lagunas

Los historiadores desconocen los detalles de aquella visita, pero es fácil presuponer que don Manuel se fue de San Román muy preocupado, tanto que escribió sin perder un solo segundo al investigador y senador Elías Tormo alertándolo de la posibilidad de que tanto la pintura como dos arquetas que faltaban del lugar fueran vendidos, precisamente, por la persona que los tenía en su poder: el obispo de Zamora.

A vuelta de correo, Tormo preguntó en el Senado por la situación de las tablas del siglo XV, refiriéndose al peligro expreso de que “salieran de España”. Allí, el senador se encontró con un duro, durísimo, rival. El obispo de Jaca hizo frente común por la Iglesia y justificó el derecho de la institución a enajenar bienes de su propiedad. La intervención del Estado en este tipo de transacciones era “una expoliación a la Iglesia”, en opinión de Francisco Javier Valdés y Noriega, a quien le importaba poco que “los tapices de Zaragoza estén en dicha ciudad o en París, con tal de que se conserven para que pueda admirarlos la humanidad entera”. Argumento clásico de una institución que vendía, sin preocuparse cuál era el destino de las obras de arte.

En una carta posterior a la polémica en el Senado, supo Gómez-Moreno del malestar del obispo. Su amigo Ballesteros deslizaba en la epístola que don Manuel, quizá involuntariamente, había alertado a Elías Tormo de los planes de venta del Obispado de Zamora que, tras aquella controversia se vinieron abajo. Es más, el prelado accedió a devolver la pintura de la Virgen al pueblo de San Román. La profecía se cumpliría en 1928, cuando el Museo del Prado decidió comprar el retablo completo para restaurarlo y ofrecerlo, como decía el obispo de Jaca, a la “humanidad entera”. Hoy se puede disfrutar y admirar en la sala 50 de la pinacoteca madrileña.