No ha vuelto a pisar Zamora desde 2007, pero su obsesión por encontrar la verdad sobre su familia sigue intacta. Magdalena Bernús Diago descubrió con once años que era adoptada y que sus raíces estaban en Zamora. Ella vivía con sus padres adoptivos —Antonio y Rosario— en Vall de Uxó (Castellón), donde creció y ha llegado a formar su propia familia, junto a su marido y sus cuatro hijos.

Con ese deseo en la cabeza, fue tras la muerte de sus padres, “por respeto a ellos”, cuando se decidió a comenzar a dar los primeros pasos para investigar sobre quién era y, después de siete años siguiendo pistas a distancia, decidió acercarse hasta la ciudad que la vio nacer. Recuerda, pasados ya trece años, que fue una semana “muy intensa”, visitando a las monjas del Tránsito, funcionarios de la Diputación Provincial o a sacerdotes de algunas parroquias de la capital. “Algunos me ayudaron mucho”, agradece. Pero, en el fondo, solo pudo recopilar rumores y ninguna certeza.

Esos rumores revelaban que su padre podría ser miembro de una acaudalada familia de la capital que residía en la Casa del Cid y su madre una criada portuguesa que servía en esa vivienda. La mujer, tras dar a luz ese 22 de julio de 1949, abandonó inmediatamente al bebé en la Casa Cuna, inscrita como Bernedo Amezua, seguramente apellidos de una de las monjas que trabajaba en el hospicio. Con 23 meses viajó a Vall de Uxó con sus nuevos padres, que no pudieron adoptarla legalmente hasta diez años después, tiempo que se daba de margen para que sus auténticos progenitores pudieran reclamarla. Un extremo que nunca llegó a ocurrir.

La pequeña Magdalena, con dos años, en la Casa Cuna de Zamora. | Cedida

Curiosamente, entre todos los documentos que han viajado por correo en estos años, Magdalena descubrió que tenía dos partidas de nacimiento. Una, a partir de la adopción hecha oficial en 1961, donde figura que nació en Zamora y que sus padres son Antonio Bernús y Rosario Diago, y otra donde se cita que es hija de Julián y Magdalena, natural de Moraleja del Vino. “Esa pista también la seguí, pero en el pueblo no pudieron ayudarme”, señala.

Así que, siguiendo el rastro de la posibilidad de que su madre fuera una criada portuguesa, incluso ha llegado a visitar el país vecino para seguir investigando. “He estado hasta en el consulado de Portugal, y he salido pidiendo ayuda en medios de ese país. Hasta logré localizar a otra de las criadas portuguesas que trabajó en Zamora con mi supuesta madre, pero no he conseguido nada”, resume.

También siguió la línea de la probable familia paterna, encontrando a un sobrino de la que sería su abuela. “Su hijo es abogado y fui a hablar con él. Le conté la historia y le dije que me había hecho las pruebas de ADN y que si podría cotejarlas con las de su padre. Su respuesta fue rotunda: amenazó con demandarme si volvía a molestarlo”, se apena. Porque, si algo subraya una y otra vez es que ella solo busca sus orígenes, no quiere nada de esa familia. “No deseo dinero ni herencias. Sé que es un tema muy delicado y yo tengo mi propia familia, pero necesito conocer la verdad”, insiste.

Además de buscar por su propia cuenta, también ha acudido a pedir ayuda a asociaciones como la de Bebés Robados, aunque no tuvo un buen final, puesto que el juzgado le cerró el caso en 2012. “Lo hemos podido volver a reabrir con una nueva abogada en 2015, ha sido como empezar de nuevo de cero”, explica.

La Iglesia ha sido otra de sus fuentes, hablando primero con monjas del Tránsito y sacerdotes zamoranos y pidiendo después ayuda a Casimiro López Llorente, actual obispo de la diócesis de Segorbe-Castellón y, precisamente, obispo de Zamora entre los años 2001 a 2006.

El día de su comunión, ya adoptada por un matrimonio de Castellón. | Cedida

Poco es lo que ha podido averiguar en todo este tiempo, pero no por ello se ha rendido y ahora, a sus 71 años, sigue con ganas de encontrar la verdad, llevando su caso hasta el Supremo de Castellón. “Todo es buscar y nada encontrar”, se lamenta cuando recuerda los numerosos tumbos que ha dado en estos años. “Las puertas están cerradas siempre e incluso me han aconsejado que contratara a un detective”, apunta. Con mucha tristeza reconoce que “¿a quién le puede interesar una persona a la que nunca han querido?” y aunque muchas veces le han puesto “la miel en la boca”, al final no ha habido feliz desenlace. “No he conseguido nada y lo único que quiero es saber quién soy”, se lamenta, volviendo a solicitar, una vez más, cualquier pista que le permita seguir tirando del hilo hasta encontrar quiénes fueron sus padres.