“Si esto hubiera pasado en otro momento, sin el virus, el entierro de mi hermano habría sido igual que si se muere Julio Iglesias”. El que habla es Domingo Salgado, que apunta con el índice hacia la zona donde se ubicaba, hasta el mes de agosto, el bar Chicharro de Molezuelas de la Carballeda. El cartel aún decora el acceso al local pero, desde hace cuatro meses, ya no hay negocio. La muerte del dueño dejó al pueblo huérfano de un vecino al que “conocía todo el mundo de la zona” y de un lugar “donde poder ir a tomar un café”.

Molezuelas de la Carballeda. El bar Chicharro cerró en el mes de agosto tras la muerte del dueño y, por el momento, nadie ha vuelto a abrirlo. | Emilio Fraile

Domingo lo tiene claro: “Un pueblo sin bar... Es mejor que esto se lo lleve el demonio ya”. A su lado, una pareja de jubilados rechaza que el cierre del Chicharro sea el final para Molezuelas, pero sí reconoce el dolor del golpe. La esperanza aquí es que “alguien joven” se quede con el local y reabra el negocio, pero la despoblación y la pandemia se han alineado para complicar esa posibilidad.

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Zamora: pueblos sin bar al que volver Emilio Fraile

Muy a su pesar, Molezuelas es uno de esos lugares sin bar al que volver cuando la Junta permita la ansiada reapertura. Con una población que ha mermado a la mitad desde que comenzó el siglo XXI, este pueblo de 56 habitantes vivirá ajeno a las medidas de alivio para negocios de hostelería, centros comerciales o gimnasios, previstas para este viernes, tras el aperitivo ofrecido con las terrazas.

Su caso no es único. El abandono de los pueblos de Zamora está acabando con negocios que llevaban años subsistiendo a duras penas. Además, según las cifras que maneja Azehos, más de un 25% de los bares y restaurantes de la provincia podría quebrar por la pandemia. Una tormenta perfecta.

Carbajales de la Encomienda. El Carpanta, uno de los negocios más conocidos de la zona, echó el cierre hace cuatro años sin perspectiva de reapertura. | Emilio Fraile.

En Espadañedo, el mal trago se pasó antes, aunque Saturnino, el último detrás de la barra, no recuerda la fecha exacta: “Hace unos cuatro años. Más o menos a la vez que en Carbajales de la Encomienda”, apunta como referencia. El bar funcionaba a través de la asociación del pueblo, y ahora “se arrienda por poco dinero, pero nadie se anima”. “Es difícil que salga rentable”, apostilla otro vecino, que ya ha fijado su residencia habitual en Benavente ante la complicada situación que vive la zona.

Lo cierto es que los datos son duros. El municipio de Espadañedo tiene seis núcleos y el pueblo que le da nombre es el más habitado, con 46 personas censadas. Eso es casi el doble que Carbajales de la Encomienda, que tuvo una fugaz aparición mediática hace unas semanas, después de que una de sus 24 residentes saliera en la aplicación “Street View” dando indicaciones al propio coche de Google. La dueña del negocio de turismo rural de la localidad da fe de que los problemas con Internet van más allá del chascarrillo.

Lejos de esta zona, los vecinos de Escober de Tábara hacen cola ante el camión que funciona como tienda itinerante del pueblo. Son las tres menos cuarto de la tarde del viernes previo al puente, una hora incómoda para salir a por provisiones, pero este servicio no espera. Al pie del lugar donde se ha detenido el vehículo, un cartel ubicado al lado de una llamativa puerta verde informa a la ciudadanía: “No se abrirá al café por el momento”.

El local que se esconde tras la citada puerta no es un bar, no hay ninguno en Escober, pero una asociación del pueblo solía habilitar este espacio para la reunión y las partidas. Esta alternativa a los negocios de hostelería es común en las localidades donde los vecinos pueden decir con exactitud, tras un cálculo mental rápido, cuánta gente vive allí en invierno, pero ahora, con el virus y una población envejecida, conviene no correr riesgos. Por eso, de momento, no hay café en la calle de la Prudencia.

Escober de Tábara. Este pueblo carece de bares, e intenta mantener la vida social del café y las partidas con un local que ahora está cerrado por el virus. | Emilio Fraile

La situación es similar en Puercas, un pueblo de 59 habitantes donde cuesta encontrar señales de vida a primera hora de la tarde. Al fin, aparece Eloísa, que sin salir de su casa lamenta el frío y la quietud; el virus contribuye al ambiente desangelado. Así lo cree también Enrique, que echa en falta un lugar donde reunirse con los vecinos, ahora que la segunda ola del COVID reclama distancia.

En Puercas, tampoco hay bar como tal, pero la asociación del pueblo apañaba un local durante los fines de semana para mantener la vida social. Ahora, permanece cerrado para evitar contagios: “Echo más de menos eso que los bares en Zamora”, asegura Enrique, que explica que esta alternativa a la hostelería se erige como la única posibilidad para las zonas donde otra cosa ya es una quimera.

Mas cerca de Zamora capital, en Palacios del Pan, el último bar cerró meses antes de la pandemia. Ahora, la entrada aparece con hojas amontonadas, y en el interior aún se vislumbran las sillas colocadas encima de las mesas. El caso de este pueblo resulta llamativo por su cifra de habitantes (261), y por un pasado reciente con una actividad hostelera mucho más boyante. Eso quedó atrás.

Ahora, estas localidades acumulan negocios cerrados, carteles antiguos y recuerdos de tiempos mejores. Algunos todavía mantienen la esperanza de recuperar el bar; otros se resignan a una realidad que ya arrasaba con el medio rural antes de que llegara el coronavirus.

Palacios del Pan. Hace tiempo que cerró el último bar de una localidad que, en su momento, llegó a tener varios negocios, como este de la plaza. | Emilio Fraile