La escritora María Martín presenta hoy en el Museo Etnográfico su libro “Ni por favor ni por favora”, en el que aclara los errores que se cometen a la hora de abordar el lenguaje inclusivo sin caer en etiquetas de género y sin perder el humor, pero con la meta de avanzar hacia una toma de conciencia y una forma de hablar menos sexista y más adaptada al siglo XXI.

–¿Todavía falta mucho por hacer para lograr un lenguaje realmente inclusivo?

–Sí, es una meta pendiente. Hay mucho revuelo sobre el lenguaje inclusivo, se habla mucho y es un tema que está sobre la mesa, pero queda un paso importante por dar y es que la gente conozca de verdad qué es el lenguaje inclusivo. Se identifica con los errores que se cometen al utilizarlo y al desdoblar todo el tiempo en masculino y femenino y no es eso.

–Entonces, ¿cómo definiría el lenguaje inclusivo?

–El lenguaje inclusivo es simplemente hablar con una conciencia plena de que el lenguaje crea realidad y de no querer perpetuar discriminaciones. Hay muchas herramientas, no solo nombrar en masculino y femenino, ni crear términos ridículos ni destruir el lenguaje. Tenemos que tomar conciencia de que se puede hablar un castellano perfectamente correcto de acuerdo a las reglas de la gramática y además no discriminar a nadie. Se puede hacer todo a la vez y eso es lenguaje inclusivo.

–En su libro aborda cómo usarlo “sin que se note demasiado”, ¿hay un rechazo a este tipo de lenguaje?

–Hay un rechazo enorme, primero por parte de la propia RAE, que se ha posicionado en contra y mucha gente identifica lo que hay que hacer con lo que dice la RAE. La RAE tampoco sabe lo que es el lenguaje inclusivo porque dice que no se puede estar desdoblando constantemente términos en masculino y femenino y nadie ha pedido eso. Con ese subtítulo lo que quiero transmitir es que cuando estamos tratando de comunicar un mensaje y la gente se fija más en la herramienta que en lo que estás diciendo te estás equivocando. Lo que intento es crear la conciencia suficiente para que se pueda usar bien y además dar algunas herramientas para que ese uso sea natural y más fluido.

–¿Puede poner un ejemplo de términos que se ajustarían correctamente a ese lenguaje inclusivo?

–Cuando se oye a la clase política que comienza un discurso con: “Buenas tardes a todos y todas”, sería tan sencillo como decir, “buenas tardes a todo el mundo” o solo “hola, buenas tardes”. Otro ejemplo sería, en lugar de decir “los ciudadanos y ciudadanas aquí presentes”, simplemente decir “la ciudadanía”. Es tan sencillo como darse cuenta de que hay muchas maneras de decir las cosas porque hay muchas herramientas sin usar masculino y femenino sistemáticamente, que suena un poco mal, se hace pesado. El otro día analicé la carta de los derechos de los ciudadanos del Consejo General del Poder Judicial y en 13 folios dice ciudadanos unas 40 veces y, sin embargo, nadie identifica repetir las cosas en masculino con pesadez. Lo que hago en el libro es fijarme en esos detalles, le doy la vuelta a las costuras y enseñando donde están los nudos y por donde pasan los hilos para que se vea toda la trama. Lo hago en clave de humor porque es un tema que enfada mucho y busco ejemplos simpáticos y declaraciones absurdas.

–Dentro de esa clave de humor, emplea el término “señoro”, ¿a quién se refiere?

–A mí me gusta mucho el término “señoro”, con el que hago referencia a los académicos que están en la RAE y son machistas a conciencia, y se posicionan en contra del lenguaje inclusivo sin saber lo que es. También lo extiendo a todos los hombres que están en contra del lenguaje inclusivo solo porque lo dice la RAE.

–¿Es posible combatir el machismo verbal sin caer en un feminismo excesivo?

–Es que yo creo que el feminismo no es excesivo nunca porque es una teoría que defiende la igualdad y nunca hay demasiada igualdad. El machismo, que es una teoría de la desigualdad y la discriminación, siempre es excesivo. Hay que tomar conciencia de qué manera las palabras contribuyen a contar y a imaginar el mundo que queremos. Las palabras son muy importantes y por eso la manera en la que transmito el mundo quiere que sea acorde a mi manera de ver el mundo. Es imposible usar un lenguaje inclusivo si piensas que no hace falta la igualdad. Si, por el contrario, crees que es necesaria esa igualdad, la manera más sencilla y que no necesita ni grandes presupuestos, ni reales decretos, ni permisos de Europa ni del Gobierno, es sólo ser consciente de qué forma usamos las palabras y en la medida de lo posible hacer los cambios oportunos. Eso necesita un recorrido, igual que cuando aprendes un idioma nuevo.

–Con ese tipo de herramientas, ¿cree que es posible realizar un cambio social a través del lenguaje?

–Yo creo que la interacción entre el lenguaje y la sociedad es continua. Hay mucha diferencia, por ejemplo, entre decir “un despido masivo” o “un recorte de plantilla”. Se usan recursos para dulcificar la realidad, pero no se usan para mejorar o construir la realidad que queremos. Las mujeres ya estamos en todas partes. La norma se cristalizó en un momento en el que las mujeres no estábamos. No había necesidad de decir presidenta porque no teníamos acceso a ese cargo, pero ahora se dice presidenta como se decía sirvienta o dependienta y nadie se escandaliza. Al final el problema no es de las palabras sino de poder, de ceder de parcelas de poder y ceder parcelas de representación simbólica que están ocupando los hombres y por eso les cuesta.

–Pone de ejemplo la aceptación por la RAE de palabras como “bluyín”, “cederrón” o “güisqui”, pero no de términos inclusivos ¿cuáles cree que deberían ser admitidos?

–Más que palabras concretas sería revisar la definición de las que ya están porque tienen unos contenidos muy androcéntricos. La propuesta que ofrezco en el libro es que las palabras que ya están en el diccionario y tienen un significado sexista porque la sociedad se lo ha dado no se pueden quitar en el diccionario, pero se tiene que añadir la marca de “discriminatorio”, que existe, o que se cree la marca de “sexista” para que alguien que vaya al diccionario y vea uno de los 200 sinónimos de puta que se incluyen que sepa que es discriminatorio y sexista. Se trata de marcarlo adecuadamente. Hay que ajustar las definiciones al siglo XXI y eso es más importante que incluir nuevas palabras. Las definiciones solo las hacen desde la Academia y todo lo relacionado con la realidad, el cuerpo y las experiencias de las mujeres están muy mal hechas.