“Cuando me llamaron entré en estado de shock, pero afortunadamente supe reaccionar y ahora puedo decir que el protocolo funciona”. Así recuerda Paula de la Torre su experiencia con el COVID-19 y es que fue la primera guardería de Zamora en sufrir un caso de coronavirus en uno de los pequeños que acuden a su centro en la capital. La propietaria de la Guardería Bababá recuerda al milímetro ese 14 de agosto cuando a media mañana recibió una llamada de una madre para informarle de que su pequeña era positiva en COVID-19. “Es verdad que me quedé paralizada, en shock, pero me di cuenta de que tenía que actuar rápido y como no nos habían explicado los pasos a seguir me puse en contacto con la Junta de Castilla y León y todo empezó a funcionar. Tengo que reconocer que me trataron fenomenal y me tranquilizaron. Era al principio, mediados de agosto, y había mucho más desconocimiento que ahora que ha pasado en más sitios”.

A partir de ese momento se puso en marcha el protocolo: llamadas a los progenitores de cada niño para explicarles lo sucedido y esperar a que los rastreadores se pusieran en contacto con cada uno para dar cita para la primera PCR. Gracias a su rapidez a la hora de informar todo se puso en marcha esa misma mañana en la que, además, De la Torre tuvo que volver a echar el cerrojo a su negocio. “Estábamos de nuevo abiertos, remontando después de muchos meses parados, pero en ese momento solo me preocupaban los niños, mis niños”, rememora la empresaria.

Llegó el 15 de agosto, sábado y día en el que todos los que habían tenido contacto con el positivo tuvieron que hacerse la prueba en el Virgen de la Concha. Sin síntomas en ninguno de los peques, pero muchos nervios ante lo desconocido. “Era la primera guardería a la que le pasaba y ese miedo a lo desconocido, a lo que podía suceder, era real”. A partir de este instante, todos a casa y a esperar los resultados. “Fueron días complicados y largos hasta que el lunes empecé a recibir mensajes de los padres. Negativo, negativo, negativo… y eso me permitía respirar, aunque no estaba todo dicho”. Pasó la semana y llegó la segunda PCR, era la definitiva para recuperar la normalidad. De nuevo, a cuentagotas, se iban conociendo los resultados de los peques, todos negativos, también la trabajadora de guardería, pero no todo podía ser perfecto. “Creo que fui la última a la que llamaron y me dijeron que tenía unos niveles altos en COVID-19, por lo que debía seguir en cuarentena otros quince días. Fue el toque negativo, aunque a mí lo que me obsesionaba era que los niños estuvieran bien”, recuerda Paula de la Torre, que tuvo que esperar para recuperar “su” vida. “Fueron otras dos semanas en las que estuve metida en la habitación para no tener contacto con mi pareja. Vi series, películas… hasta que, por fin, di negativo y regresé a la guardería”. “Me daba mucha pena no poder estar con los niños y despedirme de aquellos que pasaban de etapa y empezaban el cole, pero es lo que tocaba”, cuenta la afectada.

Lo cierto es que más allá del revés económico que sufrió al tener que cerrar de nuevo las puertas, Paula de la Torre recibió felicitaciones de los epidemiólogos por el cumplimiento del protocolo impuesto, algo que evitó la propagación del virus entre los alumnos, además de contar con el apoyo de los padres y madres que “fueron muy comprensivos con la situación” y del resto de centros con los que conforma la Asociación de Guarderías Privadas de Zamora, Benavente y Morales. Desde agosto, y sobre todo desde que empezó el curso escolar, la situación vivida en Bababá se ha repetido en otros colegios de la provincia, obligando a cerrar aulas con un panorama complicado pero que hay que asumir y no ocultar. “No hay que ocultar el hecho de tener un positivo porque son cosas que pueden pasar y está sucediendo en muchas empresas. Yo entiendo las ayudas a otros sectores, pero nosotras, las guarderías, estamos muy expuestas, somos una parte muy importante en la cadena educativa y creo que tendrían que valorar mucho más lo que hacemos”, indicó de forma reivindicativa.

Es una realidad que el COVID-19 ha cambiado la forma de vivir y si antes del 14 de agosto las medidas eran estrictas, ahora los mucho más en esta céntrica guardería. Los padres deben firmar un documento de responsabilidad en el que se comprometen a no llevar los niños con fiebre o síntomas de COVID-19, pero desde que llegan se inicia el proceso diario de entrada al centro. El principal cambio es que los padres no pisan el interior, ni pasan del umbral de la puerta, y el pequeño comienza el ritual: toma de temperatura, desinfección del calzado y retirada; lavado de manos y, en caso de llevar silla, esterilización global de la misma antes de acceder a las instalaciones donde los alumnos llevan calcetines o zapatos de uso exclusivo para el centro. En cuanto a Paula de la Torre y Jennifer Lebrero, trabajadora de la guardería, mantienen un control que “si ya antes era estricto, ahora lo es mucho más”. Mascarilla permanente, ropa de utilización interna, continua higiene y desinfección, y mucha responsabilidad. Aun así, Paula tiene claro que “puede volver a pasar, pero nosotras hacemos todo al máximo para evitar la propagación. Hay que ser responsables, pero no señalar al que lo sufre ni estigmatizar, ni a familias ni a negocios, porque esto es un problema de todos”.