Todavía es de noche pero el reloj marca las once y media. Nadie sabe si de la mañana o de la noche porque nadie recuerda cuándo se paró, pero la maquinaria averiada del reloj es la metáfora perfecta de lo que sucede en Mercazamora. El tiempo se ha parado y nadie sabe decir a ciencia cierta cuándo comenzó el declive de unas instalaciones en las que a día de hoy solo trabajan media docena de industriales. Dos dedicados a la carne, tres a la fruta, uno a los huevos y otro al pescado. Y fin. Demasiado poco para unas instalaciones que cuentan con 44 módulos y a las que el COVID, explican los industriales que resisten, puede acabar de rematar.

Dos trabajadores del Mercazamora, ayer. | Emilio Fraile

“Estamos mal, pero no es nuevo. Esto estaba ya muy mal antes del virus. Nos abandonaron hace ya mucho tiempo”, explican los industriales. Antes del verano el Ayuntamiento por fin acometió el arreglo del tejado de unas instalaciones que, recuerdan los que allí trabajan, son municipales. Hasta abril los agujeros en el techo de uralita permitían entrar a los pájaros, que llenaban de excrementos toda la galería central del recinto. Ahora hay menos fauna, pero aún así la hay. Las enormes puertas del fondo permiten la entrada de pequeñas aves. “Saben que hay comida”. Las palomas todavía se cuelan por algunos agujeros del techo recién reformado. Además, hay goteras. “Es una chapuza. Si a cualquiera nos hacen esta obra en nuestra casa llamamos para reclamar y que nos lo vengan a arreglar. Aquí parece que no pasa nada”, asegura José Miguel Fincias. “Estamos aquí dejados. El marzo vinieron a desinfectar. Volvieron en mayo y hasta ahora. Yo al menos no los he visto. Si hubieran venido habría fotos en la revista que reparte el alcalde”, comenta.

Tampoco hay cafetería, algo que se nota más en invierno. “Si es que es imposible. Al que la llevaba le redujeron el horario. De 6 a 11. Y dijo que ahí no sacaba ningún beneficio y claro, lo dejó. Hay días que llegamos a trabajar a las cuatro. Hace frío y no tenemos dónde tomar algo caliente”, asegura Óscar Muñoz.

La pandemia divide a los empresarios en dos. Los de la fruta, que a grandes rasgos resisten el impacto del coronavirus, y los que trabajan con otros productos, que han visto como la demanda cae fundamentalmente por el cierre de la hostelería. Muñoz es de los segundos. “La facturación ha caído un 50% por el cierre de los bares. Algunos compran porque ponen comida para llevar, pero muchos no”.

Muelles de carga. | Emilio Fraile

Se llega a esta situación después de un verano, en general, bueno. En eso coinciden todos los industriales. Después de una primavera incierta, la demanda comenzó a recuperarse con el fin del confinamiento. Ahora, de nuevo, un mazazo. “Se están cebando con la hostelería y eso afecta a toda la economía de Zamora. Algunos no tenemos bares pero vivimos de lo que nos compran los bares”, resume Cristóbal Fernández, que espera que la situación mejore pronto.

La facturación en algunos negocios ha caído a la mitad por el cierre de bares y restaurantes

Lo que no abunda es la esperanza en que el futuro mejore el aspecto actual de Mercazamora. “No lo sé, yo lo veo muy complicado...”, asegura un cliente de los mayoristas. Los industriales apuntan a la competencia de las grandes superficies y muchos casi dan la batalla por perdida. “No hay manera de competir ahí. Traen todo el género de fuera pero la gente va y se olvida de los pequeños negocios”. La recuperación de Zamora “debe empezar por los zamoranos”, resume Carlos Flecha, otro pequeño empresario dedicado a la fruta. “Esto está muy apagado... Vamos, igual que Zamora. Somos mayoristas. Si los minoristas caen, detrás vamos nosotros”, resume. “La gente habla mucho de que hay que salvar Zamora pero el problema lo tenemos nosotros mismos. Pedimos soluciones a los políticos y luego la gente compra por Internet en lugar de ir a la tienda de su pueblo o al comercio de su barrio. Echan la culpa a los demás pero nadie mira lo que hace en su casa”, asegura.

“Hace años aquí estaba todo lleno. Nosotros trabajamos mucho por los pueblos. Aquí viene gente que tiene un negocio en el pueblo a comprar el género y lo lleva para allá para venderlo. Si los pueblos se mueren esto se muere. Tiene poca solución”, resume Cristóbal Fernández. Mientras hablan, los industriales recogen el género a la espera de un nuevo día. Ya es de día pero el reloj no se ha movido. En Mercazamora siguen siendo las once y media.