Las ojeras y los párpados hinchados dejan traslucir la mala pasada que les ha jugado el COVID. Las noches en vela, la preocupación y las lágrimas a escondidas, “para que las niñas no me vean”, dejan su huella. “Te ves en un callejón sin salida”. Quien habla es Marta. Y cuenta con dolor que, a veces, la hija mayor, de 10 años, “que ve la situación”, cuando recibe la paga de los abuelos, “nos la ofrece, “tengo dos euros, ¡para pagar el alquiler!”, ella intenta ayudarnos y se te parte el alma”. Toca disimular, Marta se busca un rincón de la casa para llorar a solas, “mamá tranquila, te queremos mucho”. Las tres niñas “son la alegría, nos sacan a flote, por ellas luchamos” y sin pedir nunca nada. Las niñas saben que “ahora no hay dinero en casa”.

Nunca antes habían pasado por estas estrecheces, “teníamos dinero para hacer cosas”, para salir en familia y darse algún capricho. Nunca antes habían tenido que recurrir a Cruz Roja, “que nos envió a Cáritas, nos han atendido muy bien”. Ese apoyo llegó durante un mes en forma de alimentos, hay muchos zamoranos a los que salvar, explican Marta y Jonathan.

Toca aguantar, “esperar” a que les concedan o les denieguen el Ingreso Mínimo Vital. Cuatro meses y medio eternos, sin saber nada, solo que “estamos en estudio”, según la aplicación informática del Ministerio de Inclusión Social. El pasado 20 de octubre se les pidió más documentación “y ahora nos dicen que la están analizando”, agrega la pareja. A la inquietud por un futuro incierto, la pareja añade desesperanza, desconcierto y hasta desconfianza, “sientes que nos han tomado el pelo, porque otra gente ha cobrado ya”, explica Jonathan. Lo único más o menos cierto es que “pueden tardar hasta diciembre para darnos una respuesta, ¡dos meses más!”, exclama el joven zamorano de 24 años.

El estado de alarma decretado por el Gobierno y el confinamiento se llevaron sus trabajos. Marta cuidaba a una personas mayor y se afanaba “en lo que salía” a mayores. Jonathan “iba tirando” con trabajos esporádicos, carga y descarga, limpieza, “nos daba igual, trabajábamos de lo que fuera”, declara este matrimonio al unísono. El elevado índice de paro en Zamora ya había hecho de las suyas, pero ahora las manos están más vacías. “Tienes que estar todo el día haciendo cálculos, si pagas esto no te llega para lo otro..., y sabiendo que, aún así, el dinero no te va a dar”. El día uno ya es fin de mes para ellos. “Gracias a nuestros padres, a la gente que tienes por detrás, que te ayuda..., y a lo mejor a ellos tampoco les llega” en esta crisis tan dura que acaba de asomar las orejas.

La pareja llegaba a ingresar unos 1.200 euros al mes antes de la pandemia. Ella, “sin estar dada de alta en la Seguridad Social”, llevaba su jornal a casa gracias a la economía sumergida; él, con contratos de corta duración y, a veces, con ingresos procedentes de prestaciones por desempleo, “como mucho un año en paro y haciendo cursos del INEM”. Pero “nunca he estado en casa esperando a que me lleguen a llamar para trabajar”.

Los currículums de los dos han volado por toda la ciudad. El resultado sigue siendo el mismo: el paro. El anuncio en pleno confinamiento de la aprobación del Ingreso Mínimo Vital les abrió una ventana: el 16 de junio se apresuraron a echar su solicitud. La ventana permanece cerrada a cal y canto. “No sabemos qué pasa”, no hay ningún funcionario al que acudir físicamente para reclamar, que dé una explicación sobre el proceso de estudio y el estado en el que se encuentra; si hay posibilidades o no de conseguir esa prestación social. Y, mientras tanto, “me tienen que denegar la ayuda para poder acceder a otras” subvenciones, como la “ayuda por carga de hijos” o la Renta Garantizada de Ciudadanía de la Junta de Castilla y León, a la que no pocos han tenido que recurrir para completar el Ingreso Mínimo Vital. Y es que, el matrimonio zamorano no solo no sabe si podrá disfrutar o no de esta nueva prestación, sino que también desconoce qué cantidad podría llegar a percibir. “Va por carga familiar y pueden concederte desde 470 euros hasta 800 euros”. De momento, todo esta en el aire.

La situación es desesperada para esta familia, “se te quitan las ganas de seguir luchando, estoy deprimida, sin ganas ni de salir a la calle, salgo porque me obliga mi marido”. Marta ha sentido “ganas de tirar la toalla, entre el COVID, las ayudas que no llegan y la responsabilidad de las niñas...”, salir adelante es toda una proeza, una larga batalla que solo parece haber comenzado.Engrosan la lista de los casi 500.000 españoles que esperan desde hace meses la llegada del Ingreso Mínimo Vital para paliar el descalabro económico sufrido desde marzo, cuando el confinamiento por el COVID-19 les dejó a las puertas de la Oficina de Empleo, con cero ingresos y el único paraguas de ONG’s y de la familia. Sus padres se aprietan el cinturón para que este matrimonio y sus tres hijas puedan comer. Las estrecheces son menos desde que Jonathan pudo cobrar una ayuda del paro, 500 euros que vuelan con los gastos corrientes y el alquiler. Atados a una resolución del Ministerio de Inclusión Social, “si no nos deniegan” el Mínimo Vital no podrán aspirar a otro recurso para rescatar a familias en riesgo de exclusión. La agonía comenzó el 16 de junio.