Capitán del Ejército, de derechas y conduciendo un vehículo donde comparte viaje con otros tres pasajeros. Así es Ramiro, el personaje que trae esta noche al Teatro Principal el actor Pablo Carbonell, en la obra “Blablacoche”.

–Llega con esta obra recién estrena este mismo mes. ¿Qué se propone al público con ella?

–La obra es un viaje, que ha sido un recurso muy utilizado por toda la literatura clásica. De hecho, los libros antiguos más famosos han sido sobre una guerra y sobre un viaje, aunque en el teatro no se había utilizado mucho el viaje como modelo. La propuesta es que el espectador nos acompañe y, como todos los viajes, reúne una serie de enseñanzas y uno nunca es el mismo cuando llega que cuando sale.

–¿Y cuál es ese aprendizaje?

–La enseñanza que siempre nos dan los viajes es que si uno quiere dar marcha atrás se va a encontrar con que el personaje que empezó el viaje ilusionado se ha frustrado. La lección o propuesta de la obra es que siempre hay que tirar hacia delante.

–Su primera visita profesional a Zamora fue en 2015 y después ha repetido varias veces. ¿Qué le atrae de la ciudad?

–Zamora es una ciudad que siempre me sorprende, porque cada vez está más bonita. Es más, he hecho una canción que se llama “Zamorana”, con los Toreros Muertos en nuestro disco con ritmos populares, al estilo de “Cartagenera”. Trata de un hombre que cuando su novia le deja, que es de Zamora, pasa mucho frío, haciendo el juego con las mantas zamoranas. Hay que reivindicar eso que llaman la España vaciada y que, por cierto, ahora está volviendo a ocuparse. Yo también me he ido a vivir a un pueblo y estoy muy feliz.

–Entonces, ¿vuelve con ganas?

–La última vez que fui a Zamora actué en el Castillo, en un concierto de guitarra y voz que no me salió excesivamente bien. Pero al día siguiente toqué en el Puerto de Santa María y fue tres o cuatro veces mejor. En general, siempre las segundas funciones suelen salir mejor que las primeras, así que, en cierto sentido, regreso a Zamora a quitarme esa espinita.

–Su personaje en la obra es Ramiro, capitán del Ejército y de derechas. ¿Le costó mucho meterse en el personaje?

–Para hacer un tipo con aires marciales me he revisado toda la serie de “La pantera rosa”, por el trabajo que hace Peter Sellers, pero creo que mi máximo inspirador ha sido Alec Guinness en “El puente sobre el río Kwai”. Cuando uno interpreta a un personaje, lo más bonito es entenderlo. Yo he conseguido entender que un señor pueda tener una mentalidad así. De todas maneras, a pesar de ser militar es un hombre muy culto y también tiene mucho sentido del humor y capacidad de encajar golpes.

–Así que algún nexo común tiene con él.

–Son cosas que descubres. Un día te dicen que tienes que interpretar a un cura y, de repente, descubres el cura que tienes dentro y al final entiendes que el tipo se justifica a sí mismo. El teatro y la interpretación sirven para ver si nos comprendemos mejor los unos a los otros.

–Ramiro conduce el coche, ¿también la historia?

–Creo que, filosóficamente, es el más potente de los cuatro y un poco alecciona a sus compañeros sobre el caminar en la vida. Aparte de que, afortunadamente, mi personaje no solamente es un señor intransigente, sino también un hombre traumatizado por cosas que le han pasado en su vida personal. Esos temas son como la cojera del doctor House, que finalmente nos permite aceptar que sea tan borde.

–Coincide en la obra con Soledad Mallol, otra cara imprescindible, como usted, del humor de finales de los ochenta y los noventa. ¿Es fácil conectar con ella en el escenario?

–Aparte de cómica ha sido una mujer que ha trabajado en el teatro clásico. Es una compañera excelente y además todos nos hemos dedicado, más o menos, a amorcillar y meter chistes, miradas y actitudes para enganchar al espectador. A pesar de que, a priori, es una tragedia con cuatro desgraciados, la gente se termina riendo.

–Que buena falta hace.

–Tengo que decir que de las tres funciones que ya hemos hecho, yo mismo estoy sorprendido de la respuesta del público, de cómo agradece que durante un rato estemos contándoles una historia que los saque un poco de sí mismos. Antes, los aplausos de la gente eran de reconocimiento a un trabajo, pero ahora tienen también parte de agradecimiento. Salimos de una etapa muy triste en general y el teatro, la música y el humor son de lo poquito que nos queda para salir de este drama.

–¿Ha sido la cultura la gran damnificada de la pandemia?

–Todo el colectivo que se dedica al mundo del espectáculo está afectado, pero, de todas maneras, tenemos que entender que hay que mantener una seguridad. Yo este año, por ejemplo, no he hecho ninguna actuación con Toreros Muertos, porque para mí es incomprensible un concierto sin que la gente se empuje, beba y cante a voz en grito. Lo que he hecho son recitales con guitarra, con todo el mundo sentado con mascarilla y manteniendo las distancias. El teatro con estas medidas sanitarias desde luego que es un espacio mucho más seguro que una terraza o un transporte público. Y además, somos seres humanos y sociales, así que tenemos que vernos, aunque sea con dos metros de distancia y mascarilla. De hecho, nunca pensamos que no poder socializarnos iba a acarrear tanta miseria.

–Personalmente, ¿cómo ha vivido la época de confinamiento, siendo una persona tan activa?

–Afortunadamente, en marzo decidí irme con la familia al campo y, desde entonces, aquí estamos. Mi hija va a un colegio en un pueblo cercano y en mi caso particular estoy muy agradecido a la pandemia, porque este frenazo me ha permitido vivir mucho más sano. He aprovechado la oportunidad para ponerme un poco en forma, he dejado el alcohol y estoy mucho más guapo, más alto, la ropa me queda mejor e incluso estoy de mejor humor.

–¿Por eso se ha atrevido a mostrarse desnudo en una de sus últimas publicaciones de Instagram?

–Tengo que decir que la foto no me hace justicia, porque estoy mucho más flaco. Pero sí, puede ser que haya sido por eso (risas). Yo era bastante reacio y a Instagam entré muy tarde, porque no le veía mucho sentido. Pero está bien, es una bonita ventana y además compartir fotos me hace ver la vida un poco como un turista, que es una manera muy cómoda de verla.

–Hombre de espectáculo, de teatro, de música y de cine, ¿podría elegir solo uno?

–No lo creo. Yo hoy he tocado la guitarra, he revisado el guion de la obra para sugerir algún cambio e incluso he escuchado a Abascal. De todo se aprende y, puestos a poner a mi personaje algo de conservador extraño y librepensador, también él me ayuda. Intento que todo me aporte y que nada me cabree. Mi objetivo es siempre ver el lado positivo de las cosas.

–¿Está tranquilo sabiendo que ya tiene relevo artístico con su hija Mafalda?

–Yo no hubiera querido que mi hija tuviese ese grado de popularidad tan pronto, porque es un poco latoso, pero ha sabido gestionarlo muy bien y compatibilizar su infancia con un trabajo en equipo como es el cine y la televisión. Todo este mundo le ha aportado muchas cosas, pero no solo a ella. Mucha gente que tiene una discapacidad ve en Mafalda la demostración de que no hay que frenarse nunca. Ella comenzó a caminar ya con cuatro años y cuando apenas podía dar tres pasos, ya le poníamos un traje de flamenca y la llevábamos a una escuela de baile de Barbate. Esto es lo que creo que hay que hacer y ahora mismo, si ponen música, mi hija, con una reducción de movimientos, es la que más baila. Así que llevaré con nobleza terminar siendo conocido por ser el ser padre de Mafalda, con lo que yo he sido (suspiro).