El arqueólogo experimental y responsable de actividades de las Cuevas Prehistóricas de Cantabria, José Aurelio García Munúa, ha participado ayer en las segundas Jornadas Prehistóricas de Zamora, donde ha destacado la importancia de la recreación de objetos empleados por nuestros antepasados para entender su estilo de vida.

–¿Qué novedades puede aportar la arqueología experimental frente a la tradicional?

–La arqueología experimental realmente es un método de contraste de hipótesis sobre algún suceso prehistórico pero, en nuestro caso, a través de la experimentación. Para ello, desarrollamos aparatos experimentales que nos permitan de alguna manera contrastar dicha hipótesis. La diferencia con la arqueología más tradicional es que esta última se basa en la observación y en la creación de esas hipótesis a través de la observación. La arqueología experimental, además de la observación, busca reproducir ese suceso prehistórico a través de un aparato experimental de manera que permita analizarlo.

–¿Con qué herramientas lleváis a cabo esa recreación de aparatos usados de la prehistoria?

–Intentamos usar las mismas herramientas que se utilizaron en el suceso histórico que pretendemos reproducir. Si estamos hablando de piedra, trabajamos con el mismo tipo de piedra o del mismo yeso original que se conozca. No es exactamente una recreación, podemos mirar cómo se usaba un instrumento prehistórico y, por etnografía o por observación, se puede presuponer que se utilizó para algo en concreto. Entonces, lo que hacemos es reproducir ese aparato, pero la arqueología experimental no consiste en esa reproducción, sino en la prueba posterior, es decir, realmente comprobar que ese aparato funciona para lo que se había pensado. Hay veces que al contrastar esa hipótesis nos encontramos con que el aparato funciona perfectamente, pero otras veces no ocurre eso, no funciona para lo que habíamos pensado, pero sí para otros procesos.

–¿Puede poner un ejemplo de una hipótesis que hayan demostrado con éxito?

–Por ejemplo, a finales de los 90, cuando se estaba elaborando el Museo de Altamira, se debatió mucho sobre si se incluía una pieza fundamental del Paleolítico, que era un propulsor. Es un aparato con el cual se consigue doblar la potencia de lanzamiento de una jabalina, por lo que también potencia velocidad y distancia. El problema era que en España solo se había descubierto uno en la cueva del Castillo y estaba muy rodado y estropeado. Muchos profesionales no estaban convencidos de que fuera realmente un propulsor, así como en Francia ya estaba perfectamente determinado porque se habían encontrado muchos modelos, pero aquí solo existía este y dudoso. Por eso no se sabía si incorporar a la exposición o no y se nos encargó una experimentación sobre ese modelo aparecido en la Cueva del Castillo.

–¿Cómo llevaron a cabo esa experimentación de ese modelo de propulsión?

–Lo primero que hicimos fue ir a Madrid, que es donde estaba el original. Hicimos una copia, fotos, vídeos y las observaciones pertinentes. Le faltaba un gancho fundamental para enganchar a la jabalina porque estaba fracturado y a la hora de hacer la reproducción nos dimos cuenta de otros detalles, como diferentes inclinaciones que estaban destinadas al enmangue del aparato. Eso justificaba que iba enmangado de alguna manera. Lo montamos, hicimos las pruebas, funcionó perfectamente y se incluyó en la exposición.

–¿Hasta que punto es importante esta experimentación para entender el estilo de vida de nuestros antepasados?

–Es muy importante. En el caso del propulsor era un aparato que facilitaba en gran medida la actividad cinegética de la caza. La arqueología experimental no es solo importante como herramienta de investigación, sino como método de divulgación. A raíz de esa experimentación que hicimos con el propulsor y cuando comprobamos su eficacia te das cuenta de que es algo que tiene que conocer la gente y el público en general que visita el museo. A partir de ahí se desarrollaron las actividades que hacemos en el museo. En esas actividades no reproducimos el aparato completo, pero sí las partes más interesantes del aparato que hacemos en ese momento.

–¿Incluyen ese tipo de actividades en las charlas demostrativas como la celebrada en Zamora?

–La idea además de hablar de distintos aparatos experimentales es mostrar parte de esos procesos, junto a herramientas y objetos. Lo ideal es que la gente los pruebe y los manipule porque así valora y entiende más el estilo de vida prehistórico. En el caso del fuego, además de dar una la charla teórica sobre lo que supuso para el hombre, gracias a aparatos experimentales también les proponemos que intenten hacer fuego y no es tan fácil, requiere una práctica, aunque hay gente que lo logra a la primera.