Al más zamorano de todo lo zamorano

Al más zamorano de todo lo zamorano

A la memoria de Julio Mostajo.

Hace unos años, con motivo de la exposición “Desde la Amistad”, escribía en su catálogo:

“Aquel que no conozca a Julio Mostajo y al que por un casual alguien se lo presente, enseguida percibirá que este inquieto sujeto ensimismado por la vieja sordera, de melena larga y blanca, algo desdentado y de paso rápido, siempre parece que va a algún sitio, pero nunca se sabe dónde. A los cinco minutos de que esto ocurra -¡Dios te libre!- tendrás un amigo para toda la vida.

Es uno de los defectos de los que hace gala, sin proponérselo, el querido Julio, un tesoro humano que todos sus amigos tenemos la dicha de disfrutar, pues la amistad verdadera es un don altamente apreciado ayer, hoy y siempre.

Yo no puedo hablar de otra manera; me gustaría encontrarle algún defecto (que lo tendrá), pero sería tan nimio que no merecería la pena ni señalarlo.

Es cierto que te vuelve loco hablándote de la verdad o mentira del arte; es verdad que te tarareará de “pe a pa” todas las sinfonías de Beethoven, incluso la Décima, que parece que nunca escribió; te podrá recitar el Tristán e Isolda o Tannhäuser de Wagner, al mismo tiempo que canciones zamoranas de Haedo o Manzano.

Conoce todas las zarzuelas, chisperas o cultas, del repertorio histórico más castizo y te interpretará -haciendo todas las voces, pero todas- las del Trío Calavera o de Los Panchos, con un magistral oído que él mastica sin dientes y envuelve y armoniza como nadie.

Pero siempre presidirá por encima de cualquier forma de su singular comunicación, una envidiable simpatía y una humanidad desbordante de la que nunca podrá sustraerse, ni puñetera falta que le hace.

Libro vivo en lo concerniente al arte plástico en Zamora desde el primer tercio del siglo XX, ha querido -por su innata curiosidad- ser testigo de excepción de cualquier hecho zamorano, hallase donde se hallase. Amigo de todos, de maestros y discípulos afamados y no afamados, reconocidos y menos reconocidos, Julio ha mostrado siempre, desde su peculiar visión crítica, el máximo apoyo en particular a sus amigos artistas en sus momentos buenos y en sus momentos malos.

Es todo un lujo de buen amigo y admirable por su sentido de la vida, no exento de una manifiesta bohemia en libertad y sin acritud, que él traduce siempre en la alegría consigo mismo y hacia los demás y que, estoy seguro, más de un disgusto le habrá costado…No hablaremos de su vasta preparación artística, que abarca desde sus ya famosos belenes hasta el mítico Coloso de Rodas -¡que también lo ha hecho!- para el milagro del cine.

A Julio Mostajo, lo he dicho más de una vez, le debo el arranque de mi andadura en el arte pues fue él quien recomendaría a mi padre que asistiera a las clases de Daniel Bedate y Chema Castilviejo en la inolvidable Escuela de San Ildefonso, allá por el año 1949. Yo tenía diez años y desde entonces somos amigos.

Ilustra esta apresurada semblanza uno de mis primeros dibujos de aprendizaje realizado en esta zamorana escuela en 1951, cuando yo tenía 12 años, donde nos servía de modelo un excepcional busto, retrato de Julio, del fallecido y llorado Ramón Abrantes, realizado, como gran maestro que era, en sus años juveniles.

Julio, con posterioridad, ha posado otra vez en 1960 para el mural del bar La Golondrina, donde aparece junto al propio Abrantes y al siempre admirado amigo Claudio Rodríguez.

Infinidad de anécdotas podría enumerarse pero esta semblanza no permite -con pena por mi parte- dilatarse más. Ni que decir tiene que siento una honda e infinita alegría al homenajear a un amigo tan querido, que ha sido y es todo un ejemplo animador de las artes de nuestra tierra. Y por esto mismo absolutamente dodos sentimos un profundo respeto e imborrable cariño por Julio: por su continuo apoyo, por su siempre querida compañía. Por su ejemplar bonhomía del amigo de verdad”.

Estas palabras acompañaban el catálogo del homenaje en vida que hicimos los amigos de Julio Mostajo en “Desde la Amistad”, en marzo-abril de 2007. Tras releerlas, no quito ni una coma de mi personal visión del entrañable y muy querido amigo. Hoy, por su fallecimiento a los 96 años en plena pandemia de este maldito virus, culpable de su ausencia, quiero nuevamente testimoniar el inmenso afecto y cariño al buen amigo que, a lo largo de mi vida ha supuesto el irreemplazable Julio Mostajo.

Mi más sentido pésame a su mujer, Pilar, a sus hijos y a toda la familia. Y a Zamora, que pierde uno de los personajes más queridos y singulares del siglo XX, relacionado con las artes plásticas y con la escultura en particular.

Cuando alguien escriba sobre el Arte en Zamora del siglo XX tendrá que aparecer flotando en el aire su figura como importante hilo conductor de sus aconteceres.

Desde esta urgencia, amigo Julio, sabes de sobra que tienes un privilegiado sitio en el corazón de todos tus amigos y en el mío propio, con el infinito agradecimiento a tu ejemplar alegría, profunda amistad y generosa bonhomía. (Escucho nuevamente -aun con tu sordera seguro que tú también- el allegretto de la Séptima sinfonía de Beethoven que tanto nos gustaba). A tu memoria, siempre.