Hace años, hastiada de la situación en su país de origen, T. P. A. se separó de su familia y se marchó a España en busca de un futuro más próspero y de un presente con más facilidades económicas para los suyos: “Yo sabía a lo que iba, nadie me engañó”, advierte. Aquel primer destino en el oeste de Europa fue un club de alterne, donde ejerció la prostitución durante más de dos años: “Cuando las chicas vamos a un sitio así, el 90% lo hace por amor; ya sea a los hijos, a los padres o al propio dinero”, narra esta mujer que, ahora, muchas batallas después, busca dejar atrás esa vida definitivamente, tras un proceso de cambio que inició durante el confinamiento.

No obstante, para comprender cómo T. P. A. ha llegado hasta aquí es preciso conocer una historia que ella cuenta “de manera honesta”. “Yo siempre digo la verdad”, afirma esta mujer, cuyo destino quedó vinculado a Zamora cuando comenzó a trabajar en un club de alterne de la provincia, tras una experiencia previa en otra comunidad autónoma: “En esa primera etapa, estuve solo dos meses en el local. Mi objetivo era traer a mi familia a España, y cuando lo conseguí, me retiré de ese mundo”, recuerda.

"Mi objetivo siempre fue traer a mi familia a España"

Para entonces, T. P. A. decidió cambiar de región e iniciar una nueva etapa profesional. Así, durante varios años, su vida como mujer de alterne quedó en el pasado. “El problema es que entonces me metí en negocios que no se dieron bien, ganaba poco dinero y, a veces, la falta de formación también te hace cometer errores”, argumenta. Sin capacidad económica suficiente, regresó al club de la provincia en el que ya había trabajado un tiempo atrás: “Este es un sitio apartado que me permitía esconderme”, abunda.

Esa vuelta a la prostitución tuvo varias réplicas a lo largo de los años siguientes. T. P. A. probó suerte con varios negocios en España y en su país de origen, pero regresó de forma habitual por necesidad, “para ganar dinero”, y con la confianza que le ofrecían los administradores del negocio: “Yo solo puedo hablar por mí, pero me trataron bien”, aclara.

El trato de los jefes contrastaba, en ocasiones, con el que le brindaban algunos clientes: “En esta zona hay gente muy cerrada y se notaba el racismo”, indica T. P. A., que apunta que “hay personas que necesitan ayuda psicológica”. “Son depravados que te exigen cosas que están fuera de lo normal. Te hablo de situaciones de machismo, de sometimiento; de casos particulares en los que te exigen que les beses los pies y quieren humillarte”, lamenta.

"Hay gente depravada que te pide cosas que están fuera de lo normal"

En ese sentido, la mujer que ofrece su testimonio afirma que las prostitutas se vuelven “psicólogas, masajistas, la mujer y la madre” de los clientes: “A veces nos sentíamos como un objeto, aunque también hay gente que es más respetuosa, que busca una actividad sexual más tranquila y que llega a convertirse en amiga”, recalca T. P. A., que habla con amargura de las veces que ha tenido que ocultar estos episodios de su vida a sus parejas y que no tiene problema en subrayar otro de los asuntos aparejados a este tipo de vida: el ambiente favorable al consumo de drogas.

En su caso, la adicción fue un recurso para afrontar “una vida complicada” y algunos episodios de problemas de salud, en una etapa en la que los periodos de trabajo como mujer de alterne se hacían cada vez más habituales. Así, ya en 2020, T. P. A. volvió por última vez al local de la provincia, y ejerció durante dos meses en un ambiente enrarecido, con “una merma en el ritmo de trabajo” y problemas personales con alguna compañera: “La convivencia entre gente de culturas distintas es dura”, señala.

La situación se tensó hasta el punto de que decidió comprar un billete para regresar con su familia, ajena a su vida en el club, el 16 de marzo. Ahí estalló la pandemia: “Unas se fueron, otras se quisieron quedar y estuvimos unos días en los que descansamos. No nos cobraban nada y nos daban la comida al día”; asevera T. P. A., que de nuevo se vio incomodada por la existencia de “bandos” entre las mujeres.

Ahí hace su aparición su “ángel”, un hombre al que había conocido semanas atrás y que le ofreció la posibilidad de mudarse a un piso vacío en Zamora. “Me vine, con lo suficiente para vivir, y aprendí a valorar tantas cosas durante el confinamiento...”, narra emocionada. Eso sí, T. P. A. seguía “abusando de la droga y de los medicamentos”. Tuvieron que mediar varias visitas al hospital y alguna crisis hasta que apareció la esperanza en su vida.

En este punto, encontró el respaldo de Cruz Roja y de Cáritas, y también se apoyó en la religión. De hecho, cada día acude a la iglesia para rezar y para pedir apoyo en una lucha que ya le ha llevado a abandonar las sustancias perniciosas, a iniciar varios cursos de formación y a tener clara la idea de abandonar la prostitución para siempre: “He encontrado gente buena y maravillosa, y mi intención es dejar ese mundo. No quiero volver”, concluye.