Ahora toca Suiza. Un mes y medio en el que colgará en solitario su obra, a partir de esta semana, muestra de una trayectoria ascendente que le corona como un autor muy maduro a sus 33 años, con una técnica depurada y alejada del grafitero que dejó su impronta en Zamora. Doce años después, el grafiti “sigue ahí”, pero Diego Benéitez atesora un etilo tan personal e impactante que le ha llevado desde la Feria ArtMadrid hasta el mismo Nueva York. Comparte también exposición en la galería madrileña Bat Alberto Cornejo, con “El presente del pasado”.

–¿Qué queda en este pintor de hoy de aquel muchacho que dejó su huella en las paredes de Zamora?

–Somos la memoria de lo que vivimos, partí del grafiti y el arte urbano, mucho se refleja en mi forma de pintar, siempre está ahí. Mi pintura tiene que ver con la inmediatez y la frescura; el grafiti tenía que ser muy visual. Las formas y los colores lo pueden recordar, aunque, a lo mejor mi obra ya no tiene mucho reflejo de aquella etapa, es un arte más académico, aunque sigo usando esprais para algunas de mis obras.

–¿Cómo ha ido construyendo su técnica?

–Estuve cinco o seis años participando en la pintura rápida, hacer un cuadro en un día, de ahí también parte mucho la síntesis de mi trabajo. En los últimos 8 años he ido haciendo más alusión al concepto de lo que quiero, busco representar una imagen con una carga de mensaje.

–¿De dónde partía antes para crear su obra?

–Del referente del paisaje, partía de arquitecturas más urbanas y con un trasluz mucho más impactante. Ahora busco transmitir calma, serenidad, antes buscaba el impacto y ahora la introspección, que el cuadro remita a quien lo contempla a su memoria. Mi exposición de Madrid “El presente del pasado” sintetiza esa importancia que doy a lo que nos ha ido construyendo: personas, familia, experiencias, viajes, el lugar donde naces... todos eso quiero llevarlo a mi obra, que se traduzca en memoria pura.

–¿Cuál es el hilo conductor de los 16 cuadros que irán a Suiza?

–El paisaje, pero el que cada uno interprete al observar la obra. No es arte figurativo, pero tampoco una abstracción. Es minimalista, todas las formas las reduzco para contemplar el horizonte en una escala dentro de la obra, voy en busca de la síntesis sin dejar de lado el paisaje vivido.

–¿Cómo es esa captación del paisaje, perfilado en horizontes?

–No me gusta pintar algo concreto, juego con el azar, me dejo llevar por la memoria. Salgo al campo, hago ruta con la bici, paseo por la ciudad y después, en el estudio, vuelco las sensaciones en el lienzo. La pintura la ubico en un plano totalmente vital, todo lo que se vea saldrá reflejado de alguna manera. Es un diario plástico, una bitácora sobre vivencias personales.

–Su lenguaje es color, ¿hay alguna predilección ?

–Busco en mi pintura una armonía del color, plástica. Igual que en una orquesta, cuando suena bien, no hay un músico más importante que otro, no tengo un color preferido. Uso tonos monocromos, del blanco al negro, pasando por grises, ninguno me gusta más que otro.

–¿Qué intenta transmitir al público?

–Me gusta que cada persona interprete, juego con los títulos y los cuadros. Pinto para mí mismo, pero la conexión con el público es muy necesaria, como decía Juan Genovés, me gustaría, como le indiqué, trasladar al público a un espacio de calma, porque la vida en general se vive solo una vez y todas esas pausas nos llevan a ser más libres y felices, eso se traduce en más salud física y mental. Irte al campo, estar en silencio y reflexionar sobre las circunstancias que te rodean...

–¿Cómo definiría su pintura?

–Me gusta hacer la pintura más honesta posible, ser lo más honesto posible contigo mismo y me encanta lo que me cuenta el público, lo que les recuerda cada cuadro: una bahía que le remite a su propia vida y que el cuadro le traslada a ese lugar en concreto.

–¿Huye de la ciudad como paisaje?

–Me interesan, sobre todo, los paisajes muy lejanos, siempre lo que se ve desde el rabillo del ojo, cómo pasa el paisaje, esos espacios que parecen una abstracción: cuando vas en coche, en tren..., y reflexionas sobre lo único que es. Le doy prioridad al tiempo, a cómo cambia el paisaje de la mañana a la noche, la arquitectura sigue allí, pero la luz transforma todo. Tengo una serie que se titula línea de luz porque le doy mucha importancia a la luz, muy efímera, de 7 a 8 de la mañana..., esos diez o quince minutos de silencio, intento madrugar e irme a verla al natural. Es una luz única.

–¿No es un artista de los que saca foto y pinta?

–No, lo hice, pero todo lo que veía lo quería pintar y no todo lo que hay se debe transformar en pintura. Creo que lo que hay que captar son las sensaciones, el alma del lugar, sino es una mera copia sin el punto que el artista le da, el tamiz de la creatividad de la artista.

–¿Los demás es despojar el cuadro de la esencia del pintor?

–Sí, la foto condiciona, me lleva a buscar más realismo, hace que la memoria te falle, condiciona la creatividad, la intuición dentro del cuadro. He pintado al natural, pero la luz es cambiante, por eso es interesante, pero en una sesión de cinco o seis horas has de llevarte un momento concreto.

–¿Tiene que acabar una obra antes de empezar otra?

–No, le doy una sesión al cielo de un cuadro y lo dejo una semana; y vuelvo sobre otro. Si trabajara solo en uno, no dejaría de pensar en él, eso te agobia mucho. Trabajo en varias a la vez; y le doy mucha importancia a que cada obra sea única.