El zamorano Enrique Llamas publica su segunda novela, “Todos estábamos vivos”, tras el éxito de su primer trabajo, “Los Caín”. En esa ocasión se traslada a la movida de los años 80 en Madrid para presentar personajes, reales e imaginarios, que vivieron uno de los momentos de efervescencia cultural más significativos en la historia reciente de España.

–Después del éxito de crítica y público de su primera novela, ¿qué supone presentar un segundo trabajo?

–La segunda novela siempre da mucho más vértigo que la primera, eso ya me lo habían advertido. Ahora el vértigo es doble, porque es todo muy inestable, sobre todo en el mundo de la cultura. Pero no tengo más remedio, como todos los demás, de tirar para adelante con toda la normalidad posible, no podemos pararnos. Tampoco sabemos cuánto va a durar la situación y la cultura, al fin y al cabo, es lo que hace progresar la sociedad.

–”Los Caín” estaba ambientado en un pequeño pueblo de Zamora, esta en Madrid. ¿Se siente cómodo en su segundo hogar?

–Llevo en Madrid trece años ya. “Los Caín” era una novela que bebía de la tradición literaria de Delibes, que me impactó mucho cuando lo leí de niño y adolescente, porque hablaba de un entorno que yo conocía, así que me sentía muy cómodo. Con este segundo también conozco bien su geografía, porque la novela está ambientada en Ciudad Universitaria, Chueca y Malasaña, donde paso mucho tiempo. En ambas novelas hay geografías conocidas para mí y en las dos estoy muy cómodo. Pero en “Los Caín” había una parte sentimental mucho más fuerte, que nunca tendré con Madrid, aunque disfrute mucho de la capital. A todos los que estamos orgullosos de nacer donde lo hemos hecho, nuestro lugar de nacimiento va a jugar con ventaja siempre.

–Ha situado sus novelas en los años 70 y en los 80. ¿No tiene en mente ningún relato más actual?

–Estoy muy cómodo trabajando en el pasado reciente, que Galdós consideraba una herramienta fundamental para entender nuestro presente. Comparto esa visión y, de momento, no tengo pensado hacer nada sobre algo que haya sido actual hace un año ni, desde luego, sobre la situación que estamos viviendo. No me interesaría como lector y aún menos como escritor.

–¿Qué le atrajo de la movida madrileña para enmarcar ahí la novela?

–Creo que los 80 fue una década muy mitificada, sobre todo por mi generación. Yo siempre había hablado con mis amigos sobre cómo hubiera molado vivir esa época, ir a la Sala Rock-Ola o a conciertos de Parálisis Permanente, con rabia por que no nos tocara un momento culturalmente tan explosivo. Pero en una conversación un amigo mío reconoció que él en esa época habría muerto de sobredosis y yo pensé que, como homosexual, me habría muerto de VIH.

–Y cayó el mito.

–Repentinamente. Pensé cómo podía ser que una generación que estaba empezando a vivir la libertad de un país, recién estrenada, cayera en las garras de dos problemas tan grandes que iban de la mano como son la heroína y el sida. Quise explicarme cómo se pierde una generación por estos problemas, con el papel tan importante que jugó una libertad que no habían tenido sus padres y para la que no estaban educados. Una libertad que, por supuesto, trae consecuencias y responsabilidades. Esas dudas de cómo se llega a esa perdición fue lo que me llevó a escribir la novela.

–El problema de la droga está muy presente en esta novela.

–Había un desconocimiento brutal y la gente tenía la presión social que hemos tenido todos cuando eres adolescente y no fumas o bebes. Era lo mismo, pero con la heroína, que trae unas consecuencias físicas mucho mayores.

–Define esta historia como una “crónica sentimental de la época”. Al no vivirla en primera persona, ¿cómo se documentó?

–Leí muchas biografías, como la de Enrique Urquijo o Eduardo Haro Ibars. Además, soy una persona que documento mi ficción con más ficción, así que vi películas de Eloy de la Iglesia o las primeras de Almodóvar, además de buscar en el fondo de TVE de la época, que es maravilloso.

–Tuvo además la suerte de contactar con Ana Curra, que vivió esa época en primera persona.

–La novela está dedicada a mis amigos con los que yo hubiera vivido esa época y al Ángel, un poeta y músico madrileño que murió de sida en el 95 y fue pareja de Ana Curra. Su voz me fue muy interesante, la de alguien que a principios de los 90 es consciente de que la movida se ha acabado, de todos los problemas que trajo y de su propia mortalidad. Pude contactar con ella hablándole de los poemas de su novio y me dio mucha documentación. Conocerla y poder contarle un poco por encima el argumento y el por qué de mi historia y ver cómo asentía fue muy importante para mí, porque vi que estaba yendo por el buen camino.

–¿Da respeto introducir en la novela entre personajes ficticios a gente real y que todavía vive?

–Me parece que la frontera entre realidad y ficción es muy difusa y creo que precisamente para los que pasamos muchas horas dentro de la ficción, la frontera no existe. Meter personajes reales me parecía un juego para demostrar esa inexistencia. Hay muchos personajes reales que se cruzan, aunque ninguna tiene un papel protagonista.

–Con este gran trabajo de investigación, ¿cuánto tiempo ha necesitado para escribirla?

–La verdad es que cuando me senté a escribirla tenía muy claro ya lo que quería y no ha sido tan largo, cerca de dos años. Pero lo disfrutas tanto que no importa el tiempo empleado.

–Aunque está ambientada en los 80, confiesa que la historia está inspirada en “El perro del hortelano”, de Lope de Vega. ¿Cómo llega a fusionar estas dos historias que tienen tantos siglos de diferencia?

–No hemos cambiado nada. A lo que doy principal importancia en mis novelas es a la descripción del ambiente, a cómo habla la gente. La trama es la excusa con la que recojo al lector para que recorra ese ambiente. Soy un auténtico fanático del teatro clásico y una de mis obras favoritas es esta, me parece una historia universal no de amor, sino de celos. Me gustaría haberla escrito, así que me ayudé de su trama para situar a dos de los personajes protagonistas de mi novela ahí. Uno es Teo, por Teodoro, y otro Diana, la diosa cazadora, la mujer fatal. La trama la llevo a la novela y en vez de cartas son canciones punk, ella en vez de una marquesa es la más moderna de Malasaña y él en vez de un escribano es un chico de barrio que quiere triunfar. Lo manipulo mucho para que encajen.

–La trama es la excusa, pero vuelve a ser novela negra.

–Para nada. Aunque haya una muerte al principio, la novela va hacia atrás, sin investigación. El ambiente es más festivo que en “Los Caín”, los personajes se lo pasan muy bien y el único consciente del peligro que existe es el lector.

–Cuando no escribe, ¿con qué disfruta como lector?

–De escritores actuales me gusta mucho Elvira Lindo con esa escritura tan cercana, me encanta Trueba o Belén Gopegui. Pero mis maestros son los escritores de la generación de los cincuenta, con Delibes, Aldecoa, Ana María Matute y Carmen Martín Gaite. Además, estas dos últimas están presentes en toda la novela.

–En esta situación, ¿podrá haber presentación de la novela?

–El 24 se hará de manera online en Madrid, por las limitaciones de aforo. Y en Zamora se hará un acto el 2 de octubre en la Biblioteca Pública, con todas las medidas de seguridad.