Una docena de menores de edad se encuentran inmersos en el programa “preventivo” del abuso de alcohol el Ícaro desarollado por Cáritas, una cifra que los responsables de la intervención agradecen al confinamiento para frenar el contagio del COVID-19. El encierro de mayo a junio “jugó a nuestro favor porque los chavales no podían salir, no podían consumir”, encerrados como estaban con sus progenitores o con sus tutores, explica Chus Sánchez, psicóloga experta en adicciones y coordinadora del CAD de Zamora de Cáritas.

Esa suerte se tradujo en que “no hubo botellones”, ni reuniones en peñas, donde los más pequeños dan rienda suelta a esas prácticas que, por lo general, solo buscan la aceptación del líder y, por ende, del grupo. Detrás está el deseo de ser aceptados, de no quedarse fuera del círculo. El problema es grave, de hecho, el año pasado 41 adolescentes pasaron por el programa, sin embargo a esas edades, que pueden ir desde los 11 o 12 años hasta los 17, la adicción todavía no se ha hecho patente, “por eso hablamos de programas preventivos”.

Si bien la adolescencia cubre edades de “uso y abuso del alcohol”, la adicción comienza, cuando se ha superado la mayoría de edad, y el inicio generalmente es “a los 15 años”, explica Sánchez. A esas edades tempranas, “algunos chavales nos llegan al programa muy asustados, bien porque han sufrido un ingreso en el servicio de urgencias del Virgen de la Concha por un colapso, un coma etílico”, bien porque la ingesta de alcohol les ha sumido en “un estado alarmante de intoxicación y el shock por lo que han pasado es mayor”. Consumen “pensando que no habrá consecuencias y, de repente, se ponen mal o en estado de coma y se asustan”, indica la psicóloga. Los padres no se sienten menos alarmados ante el aviso desde el Hospital o la policía.

Los participantes en el Ícaro, que gestiona Cáritas, pueden llevar tiempo consumiendo, por ello es preciso sensibilizarles sobre los efectos perniciosos del alcohol, para lo que entre las actuaciones previstas, están las “sesiones individuales con la psicóloga”. Se trabaja con las familias paralelamente, de hecho, al tratarse de menores, acuden acompañados de sus padres o tutores. El programa está coordinado por la Junta de Castilla y León y los chavales son derivados desde el Hospital.“Una de las características del adolescente es que no tiene miedo a morir, se cree inmortal”, apunta la coordinadora del CAP y psicóloga experta en adicciones de Cáritas, Chus Sánchez. Esa percepción les coloca al máximo nivel de riesgo. La normalización social del consumo de alcohol tampoco ayuda mucho a que atisben el peligro de consumir grandes cantidades. “Que la sociedad sea permisiva con el alcohol, muchas veces, es un hándicap para que los chavales tomen conciencia del daño que provoca”, aclara la experta. Esto explica que el menor no tenga la sensación de estar haciendo algo perjudicial, les resulta más difícil de entender que se puede convertir en una adicción. Tampoco juega a favor del no consumo “la presión del grupo”: el adolescente “necesita verse al mismo nivel que el resto, es una cuestión muy social”. Por eso, “hay que trabajar desde las consecuencias, los efectos y lograr que no frivolicen con ello”. Es esencial “trabajar las habilidades sociales, la autoestima y el saber decir no”.