El zamorano Daniel Pérez ha publicado, recientemente, “Los diarios de Karagandá”, un relato de los recuerdos que su suegro, fallecido en 2004 y natural de Ungilde, dejó escritos para que su familia pudiera acceder a ellos tras su muerte. El libro, en forma de novela, narra cómo Eusebio Rodríguez, en su deseo de prosperar, salió del pueblo aprovechando la División Azul, a pesar de que no tenía afinidades políticas concretas, y cómo pasó por diferentes campos de concentración en la URSS.

–¿Qué le llevó a plasmar las memorias de Eusebio Rodríguez en un libro?

–El padre de mi mujer, protagonista de la historia, Eusebio Rodríguez, estuvo preso en un “gulag” soviético. Aunque él lo contaba, no daba muchos detalles. Decía que estaba ordenando sus recuerdos y sus escritos, y que cuando muriese, podríamos acceder a ellos. Cuando llegó ese momento, nos encontramos con un material que no sabíamos cuánta importancia tenía, más de 5.000 documentos sobre su vida a través de la Segunda Guerra Mundial y del tiempo que estuvo prisionero en los campos rusos. Lo consultamos con un especialista del Ejército y nos dijo que ese material tenía mucho valor histórico porque estaba narrado desde el punto de vista de un soldado corriente, sin ninguna afinidad ideológica. La novela es cien por cien histórica, lo que se cuenta es real, y yo lo que he hecho ha sido ordenar esos diarios con una cronología para darle un sentido. En principio, era un interés puramente personal de la familia, hasta que lo contrastamos con una persona ajena.

–¿Qué período relata su suegro en sus memorias?

–No son memorias como tal, porque no están ordenadas. Eusebio hablaba igual de una batalla o de un asalto a mano armada en un puente que de los recuerdos de su niñez o algún episodio de su juventud. Está todo mezclado, y el libro lo relata en tres diarios. Comienza cuando tiene un accidente en una mina y lo dan por muerto en el campo de concentración de Kazajistán, hasta el punto de que se lo llevan en un carro, pero una enfermera se da cuenta de que se está moviendo. Después lo sacan y lo logran curar, porque tenía toda la columna vertebral destrozada. Ahí empieza a recordar y esa es la justificación narrativa de toda su infancia y adolescencia. El siguiente diario es el relato de la guerra puro y duro. Y el tercero habla sobre su etapa en el hospital, cómo toma el control de la situación y llega a tener una importancia grande en la organización del campo.

–¿Cómo ha sido el proceso de elaboración del libro?

–Como he dicho, lo primero fue expurgar toda la información y ver lo que podía ser interesante. Lo siguiente fue ver cómo se ordenaba, y lo último fue escribir. En esta parte, había varias posibilidades: podía ser un relato lineal, introducir algo de ficción, etc. Al final, lo que hice fue preservar claramente lo que él dijo, pero la clave está en cómo está ordenado y contado. El proceso ha durado cinco años, y es posible que pudiera dar para más.

–¿Ha recurrido a otras fuentes, además de los propios diarios?

–Me he documentado históricamente para saber bien de lo que estaba hablando, pues no soy una persona ilustrada en materia militar. No lo sabía a ciencia cierta, pero la batalla más importante del cerco de Leningrado fue la de Krasny Bor, que él vivió en primera persona y este es, precisamente, uno de los relatos más importantes del libro. Había que impregnarse de lo que él estaba contando y llevar al lector a lo que él quería decir. Saber qué es un escuadrón, cómo es la geografía o cómo son los edificios exige una labor, y para dar esas mínimas indicaciones tienes que documentarte y saber qué estás escribiendo.

–¿Durante cuánto tiempo estuvo prisionero su suegro?

–Casi doce años, y además, no solo en un campo. El lector va a ver algo extraordinario, como una película por lo increíble que es, aun siendo realidad. Una realidad que es más que eso, que supera cualquier ficción de la resistencia y de cómo un hombre sobrevive, que además es un zamorano. Esa es otra de las razones por las que lo hice. Es un sanabrés, de Ungilde, y en Sanabria todavía no lo saben, pero tienen un héroe.

–¿Qué llevó a un zamorano sin ideología política a integrarse en la División Azul?

–Él vivía en el pueblo y vio cómo pasaba la Guerra Civil y no tenía ningún futuro ni tenía dinero. Era muy joven, y le hablaron de que podía hacer el servicio militar voluntario. Así, se fue a Zamora, pero él quería salir, tener un crecimiento personal y ver el mundo. Entonces, le comentaron que estaban reclutando gente para enviar a Sidi Ifni, y otros para la División Azul, para luchar en la Segunda Guerra Mundial. Él pensó: “Yo me apunto a la que salga antes”, y esa era la División Azul. No tuvo más razón que el deseo de marcharse, empujado por las circunstancias, porque no tenía nada en el pueblo, pero era inteligente y quería prosperar. El personaje y lo que dice es absolutamente objetivo con la realidad, él vive las cosas tal y como son y no las condiciona por nada, no va cargado previamente de ninguna intención. Creo que el no tener una predisposición hacia algo es, en parte, lo que le permite sobrevivir.

–Más allá de la imagen oficial que se pudo dar durante el franquismo, es interesante rescatar las vivencias de estas personas, sus razones para marcharse y el destino que deparó a muchas de ellas...

–Normalmente, a estas personas de la División Azul les tenían reservado un puesto cuando volvían, pero Eusebio cuando vino, buscó trabajo y lo encontró en un banco. Lo que hace es narrar desde el campo de batalla y su relación con este. Él hablaba tanto con republicanos españoles como con personas de otra ideología, se trató con todos, pues en los campos al final eran todos españoles. El diario de la guerra está condicionado por la División Azul, pero después de eso, no tiene ninguna relación con eso.

–Tras su vuelta a España, ¿qué aspectos solía comentar acerca de su etapa en Rusia?

–No contaba casi nada. Hablaba de que estuvo preso, de que lo salvó una enfermera porque le habían dado por muerto, y de que estuvieron un año experimentando con él porque le pusieron en una especie de bañera, entre algodones, por donde circulaba aceite por la espalda. Después de estar quieto, lograron que soldase la columna vertebral. Acto seguido, no contaba más, y decía que muchas cosas terribles las sabríamos cuando se fuera.

–En el libro aparecen vivencias de todo tipo, desde lo anecdótico hasta lo más duro...

–Hay de todo, es un relato constante de principio a fin. Casi nunca tenemos ese punto de vista de una persona para conocer cuáles han sido sus impulsos para hacer unas cosas u otras. Su infancia y adolescencia en el pueblo y las relaciones con su familia hacen a quien después va a ser. Dar un juicio sobre aquello para lo que puede servir desde el punto de vista histórico es un poco atrevido, yo prefiero que el público se acerque al libro sin ninguna pretensión más que conocer la vida de un español, de un sanabrés. A los zamoranos seguramente les resultará muy cercano todo lo que cuenta, pero no deja de ser un señor normal cuya grandeza es haber sobrevivido y seguir siendo honrado. La última parte es muy interesante porque se ve la contradicción del sistema soviético en los campos de concentración y fuera de ellos, en los aspectos económicos, y se narra cómo Eusebio logra hacerse cargo del economato, comprar y vender siendo un preso español. Su confianza con la enfermera y con la directora del hospital hacen que acabe controlando mucho en aquel lugar. Quedaría una segunda novela que diga la razón por la que, después de irle tan bien, se fue de Rusia.

–¿Ha tenido la oportunidad de presentar el libro o tiene planes de hacerlo?

–No lo he querido presentar porque salió justo en el mes de marzo de 2020, que pasará a la historia. Pero curiosamente, es de esos libros que tienen vida propia. No lo he presentado y, sin embargo, está teniendo mucho interés, me llaman de todas partes, desde periodistas hasta gente del cine o de la historia. Da una visión que puede servir para que, en España, podamos conocer la visión de un ser humano sin prejuicios, sin cargas ideológicas, que ha visto la Segunda Guerra Mundial y la prisión en los gulag con ojos inocentes. Esa sinceridad que tiene el libro es lo que despierta el interés, a los historiadores les llama la atención por los datos que aporta, pero también por ser tan sincero, incluso siendo algo casi irreal por lo extraordinario.

—¿Cómo ha vivido, personalmente, la creación de “Los diarios de Karagandá”?

—Yo soy escritor, sobre todo, de teatro, cuentos y poesía, y para mí ha sido una inmersión en un género literario, la novela, en el que no había hecho nada nunca. Ha sido enriquecedor desde el punto de vista personal y literario.