Las fotografías antiguas, de principios de siglo, delatan una antigua costumbre en torno a los templos. La construcción de capillas y camarines que ampliaran la vida de la iglesia y se adaptaran a los nuevos usos litúrgicos afeaban el entorno de los edificios. Los nuevos criterios de restauración, que prendieron con fuerza desde las primeras décadas del siglo XX, convinieron en hacer desaparecer aquellos elementos no originales, una filosofía de la que se benefició especialmente una iglesia en Zamora: Santiago del Burgo.

La práctica de hacer desaparecer edificios adosados al principal se puede observar fácilmente en Zamora porque dejó sus cicatrices. En la antigua Plaza Mayor de Zamora, la desaparición del edificio de arcadas que escondía San Juan de Puertanueva y la demolición de antiguos anejos en la plazuela de San Miguel dejan hoy exenta la emblemática iglesia. En el ábside de Santa María la Nueva, junto al Museo de Semana Santa, se pueden ver aún las “heridas” dejadas por la retirada del antiguo camarín.

Hoy dichas iglesias lucen un aspecto más cercano al original. O no tanto. La desnudez de la piedra, que en pleno siglo XXI se entiende como un acto de nobleza, es un “falso histórico”. Realmente, los muros románicos originales estaban revocados y la presencia de sillares o sillarejos quedaba oculta tras el mortero. Las portadas, hoy también desnudas, se recubrían de mil colores que daban al templo un aspecto muy distinto a la oscura concepción actual del primer arte europeo.

Ocurre que en el caso de Santiago del Burgo se celebra este próximo septiembre un acontecimiento que puede pasar inadvertido, pero no así su resultado. Hace una década, se daba por terminada la restauración integral del templo situado entre Santa Clara y la calle y plaza de Santiago después de tres años de profundas obras. Pese a que Santiago ha sido habitualmente nominada como la iglesia mejor conservada del románico de la capital, el edificio adolecía de numerosos defectos de conservación tanto en el cuerpo del edificio, como en su popular torre.

Los trabajos, que habían arrancado en 2007 con una inversión de 1,3 millones de euros, proveyeron al templo de una nueva imagen que, junto con la iluminación, han metido de lleno la iglesia del Burgo en su enésima edad de oro. Si se una la desaparición de los edificios que constreñían su silueta a la recuperación integral llevada a cabo por el programa Zamora Románica se obtiene como resultado la recuperación no solo de la imagen más conocida, la fachada sur o meridional, sino también el “rescate” de algunos elementos que durante décadas estaban condenados al olvido.

La demolición de los edificios colindantes redescubrió a ojos de los zamoranos la bellísima fachada occidental. Aquí hay un elemento clave en la singularidad del románico zamorano. Se trata de las dovelas que componen su triple arquivolta, en forma de almohadilla con un pequeño vano circular entre ellas. Una fachada coronada por un rosetón superior.

Las portadas almohadilladas son un claro elemento diferenciador del románico zamorano. La obra cumbre de la escultura medieval zamorana, la Portada del Obispo, contiene estos elementos tan característicos y que remiten a su origen musulmán. Elemento que se reproduce en la iglesia de San Ildefonso y también, aunque de forma muy desconocida debido a la clausura de la iglesia, en el interior de San Leonardo, en los Barrios Bajos.

Pero en el caso de Santiago del Burgo, además, se produce una curiosa circunstancia. Existe un elemento particularmente bello, aunque no muy conocido. De almohadillas, aunque con una impronta más rotunda, se compone la portada norte, que mira a la plaza de San Miguel. La restauración del templo en 2010 y la retirada de contenedores, que fueron soterrados, permiten disfrutar hoy en plenitud de uno de los elementos más desconocidos del templo.