Desde 2009, ayuda a personas que han pasado por la pérdida de un ser querido a gestionar el duelo, un trauma que rompe por dentro. Mucho más terrible para las madres que ven truncada la vida de sus bebés, que se sienten culpables y juzgadas, explica Sara Castro, que no olvida a los padres, a los que se trata generalmente como si el hijo no fuera suyo. Ahora, desde la Asociación “El hueco de mi vientre”, formalizada en Zamora poco antes del COVID-19, a través de los correos patrivadi@hotmail.com y saracastro.psicologa@gmail.com, esta psicóloga especializada en terapias de familia y duelo y otras madres inician el camino del acompañamiento a esas mujeres que sufren en silencio y mucho.

–¿Por qué cree que la sociedad vive de espaldas a estas pérdidas?

–En general, se da la espalda a la muerte y el sufrimiento, queremos vivir en una utopía del buenísimo, de placer, que es una falsedad.

–¿La muerte gestacional es más tabú que la de los adultos?

–Sí, pareciera que no existiera, pero es más común de lo que se cree y la pérdida de un hijo duele más todavía que la de otro ser querido. Cuesta hablar de ello, acompañar en esos momentos es difícil, por eso si no se nombra, no te tocará afrontarlo. Incluso hay matronas que tienen miedo a nombrarlo en las clases de preparación al parto, cuando vendría muy bien.

–¿Las mujeres embarazadas prefieren eludir esos riesgos o agradecen que se les informe?

–Muchas tienen miedo a hablar de las pérdidas gestacionales, sobre todo, las que pasan las 38 semanas de gestación, pero viene muy bien porque si tienes la desgracia de que te ocurra, el haber hablado de ello ya te abre un camino para buscar ayuda, para saber que no estás sola, te abre la mente enfrentar a ello.

–Desde 2009 es especialista en duelos pasan por un duelo, ¿cómo se produce el acercamiento a esta especialidad?

–Siempre me ha llamado la atención todo lo relativo a la muerte, a cómo afrontarla; igual que los abortos, voluntarios o no, en el Instituto ya recuerdo haber hecho trabajos sobre esta materia. Y cuando empiezo a trabajar con familias, algunas pacientes venían derivadas a mi consulta por la pérdida de hijos, sabían que trabajo el duelo, que hace once años que soy especialista, estoy formada. En Zamora funciona el boca oreja y, como hay pocos especialistas, me han buscado.

–¿Cómo se prepara alguien para la ayuda en el duelo?

–Es importantísimo saber escuchar, no solo con los oídos, sino con el corazón, estar dispuesto a desgarrarte, a partirte por dentro y enriquecerte muchísimo. Estar dispuesto a querer a la otra personas que se abre, que se está desnudando ante ti. Eso es lo básico. Después, hay que trabajar a nivel teórico, hay técnicas, teorías que conocer, diferentes autores..., pero cada persona es un mundo y cada uno lo lleva como puede.

—La reacción del entorno suele ser “ya pasará, ya tendrás otro hijo”, pero las mujeres que lo han sufrido cuentan que no pasa. ¿Por qué la sociedad trata de taponar esa herida sin más?

—Es una forma de decir, “bueno, ya pasará, tendrás otro hijo para quitar el dolor”, pero eso no es verdad. Si pierdes un dedo, te quedan nueve, pero siempre estará ahí el hueco, el vacío de ese dedo. Otra cosa es que aprendas a vivir con esa pérdida, que se puede, te puedes enriquecer como persona y dar sus frutos. De hecho, esta asociación nace del dolor, con el objetivo de poder ayudar a otras madres, a otros padres o familias en esta situación porque esa pérdida de hijos ha ayudado a vivir de otra forma el dolor.

–¿De dónde procede ese miedo a mencionar casi la muerte?

–Es que da miedo sufrir. Si quieres a alguien y le ves sufrir, te asusta. Sin embargo, cuando lo abordamos con naturalidad es positivo. Pensar que nos puede tocar a nosotros, que un hijo tuyo se puede morir, da miedo. A eso, se suma el sentimiento de haber fallado por el instinto de protección hacia los hijos, que es muy fuerte y genera esa culpa aunque el aborto sea natural.

–¿Intentar evitar que se experimente ese dolor es peor?

–Claro, no es bueno impedir que la madre sufra, es sano que tenga ese dolor y lo exprese. Si rompes el capullo de una oruga porque crees que se está ahogando, nunca nacerá la mariposa, lo mismo ocurre con el dolor, te ayuda a poder elaborar, a poder vivir lo que estás sintiendo por dentro para poder seguir viviendo, para no quedarte en sobrevivir, que es lo que haces cuando estás desgarrada por dentro.

–¿Hay duelos que si se cierran mal pueden llevar a la personas, en este caso a la mujer, a una depresión aguda o, incluso, a la muerte?

–Sí, muchas madres dicen que están muertas en vida desde que perdieron a sus hijos. Hay testimonios desgarradores algunas que son incapaces de recuperarse o no lo han conseguido aún y esto puede derivar en trastornos del estado de ánimo, como una depresión, u otros más graves, como una esquizofrenia. Por eso es tan importante estar formado, no puede acompañar en el duelo cualquier persona.

–¿Las técnicas de acompañamiento en qué consisten?

–Las básicas son la escucha activa, la empatía, el no juzgar, interpretar o sobreinterpretar, lo que conlleva el método counselling”, que es el que uso. Básicamente, es escuchar, que parece fácil, aunque tan difícil que alguien te escuche bien, encontrar a alguien que quiera escuchar el relato tan doloroso de cuándo dejaste de notar las patadas de tu bebé y fuiste al hospital, lo que ocurrió...

–¿Por qué la mujer que pierde un hijo de forma natural se siente juzgada?

–Porque ellas mismas son las primeras que se juzgan. Si el resto de las madres tienen a sus hijos sin problemas y tú no, surge el “por qué”. Y no solo se sienten juzgadas por la muerte, sino por cómo lo viven: si todo el mundo les dice “ya tendrás otro”, significa “no tienes por qué sufrir, no has perdido nada, ni siquiera lo has visto. Entonces, ¿por qué sufres?, ¿por qué no eres capaz de salir de casa?, ¿por qué no eres capaz de tener otro hijo ahora?”... Detrás de esas frases hay un juicio sobre cómo lleva esa persona el sufrimiento, el duelo, pero, sobre todo, la incomprensión.

–Cuando la mujer aborta voluntariamente, mucha gente piensa que es una decisión inocua, sin embargo, el desgarro existe, ¿el sentido de culpa es mayor?

–Sí, el juicio es brutal. El sentimiento de culpa que genera la sociedad en sí hacia esa mujer es brutal. Ellas tienen sentimientos encontrados, una revolución interior en el sentido de “cómo me voy a sentir mal si yo tomé la decisión, no puedo sufrir” y el de “quizás me merezco sufrir por haber tomado esa decisión”. Si a eso añadimos la dificultad de pedir ayuda, de estar acompañada para dar todos los pasos que tienes que dar antes de realizar el aborto, es una cuestión muy, muy compleja.

–La mujer que interrumpe el embarazo voluntariamente sigue ocultándolo, es muy raro que la acompañe ni siquiera una amiga, ¿qué explicación encuentra a esa clandestinidad, siguen sintiendo una carga emocional muy fuerte?

–Sí, se sigue haciendo a escondidas y todo eso ocurre porque se sigue juzgando. Los protocolos para realizar un aborto voluntario ya son complicados, el ir a una farmacia a pedir la píldora del día después ya es complicado, es difícil dar ese paso porque te sientes juzgada, que estás haciendo algo mal. Todos nos creemos con la potestad de poder decidir sobre los demás, cuando lo que más necesita una mujer en esos momentos es empoderarse y sentirse capaz de hacer lo que cree que es mejor. Hay que respetarla.

–¿Hasta qué punto ese peso no es cultural?

–Doloroso siempre va a ser, cómo lo afrontas es distinto y si te sientes acompañada por tu tribu, por tu entorno, lo llevarás mejor, aunque muchas abuelas confiesan en su lecho de muerte que han llevado en silencio la pérdida natural de algún hijo, a pesar de que esto sucede en el cuerpo de la mujer.

–¿Las mujeres buscan asociaciones como las suyas?

–Sí, y padres, aunque poquitos porque el estigma es mayor.

–¿Hay que incorporar la muerte a la vida?

–Sí, para poder vivir mejor es necesario aprender a morir, vivir teniendo presente la muerte, pero no con angustia, “ay, me puedo morir en cualquier momento”, sino pensando “tengo que aprovechar cada minuto”. Tenemos una falsa sensación de control, de que no nos va a pasar nada y cuando la muerte se acerca a nosotros, nos sorprende a pesar de que vivimos con ella continuamente. Lo normalizaremos cuando logremos hablar con los niños de la muerte sin dramatizar, como algo natural, parte de la vida.