“Yo quería encontrar a mi bebé, saber dónde estaba, aunque renuncié a su cuerpo, necesitaba buscarlo para cerrar el duelo”. Cinco años duró ese periodo de sufrimiento “desgarrador” de esta madre que tuvo una pérdida gestacional en el octavo mes de embarazo. Dio a luz a su niña ya fallecida y, en ese momento de total conmoción, decidió renunciar a enterrar a su pequeña, como tantas mujeres cuando en el Hospital donde paren se les indica que existe esa opción. El duelo quedó totalmente abierto, “porque tienes que despedirte”. Esta zamorana, -a la que llamaremos María para preservar su identidad- está convencida de que “si yo hubiera visto a mi niña, la hubiera cogido en brazos al nacer, hubiera estado mucho mejor”.

María cree que hay que dar visibilidad a cualquier pérdida, a la de los nonatos también. Para los padres que pierden a un bebé, “el duelo es igual que con otro familiar”. No vale eso de “ya tendrás otro hijo, pasará, la gente no entiende que nadie puede reemplazar a ese bebé, el dolor es tan intenso que “pierdes las ganas de reír y te sientes culpable si eres feliz”.

Detrás de esa negación social, esta joven zamorana cree que se esconde el “tabú de que es mejor olvidar y no hablar de ello”. Por eso, cuando supo de la iniciativa del Ayuntamiento de Zamora para crear una rincón donde las madres como ella pudieran enterrar a sus bebés fallecidos antes de nacer, “me pareció importantísima para romper es tabú de que es mejor no hablar de esa pérdida, que no pasa nada. Y sí pasa”, declara. “Los padres sufren la pérdida porque es una ilusión que viven apasionadamente y se trunca”, pero la sociedad prefiere callar ante esta traumática experiencia “porque creo que la gente no sabe cómo afrontarlo ni como ayudar en estos duelos”.

Y en esa búsqueda de su hija, María terminó por acudir al Cementerio de San Atilano. Quizás allí supieran dónde se depositaban los cuerpos de estos bebés. El destino le condujo derecha hacia Águeda García, la funcionaria que trabaja como auxiliar en el Cementerio de San Atilano de Zamora. El encuentro fue esencial en el desenlace de este duelo. “Ella me ha ayudado muchísimo, ha sido un pilar fundamental en mi historia, gracias a ella encontramos a mi hija”.

Cementerio para nonatos en San Atilanto, Zamora.

Aquella llamada de teléfono a las oficinas del camposanto abrieron el camino a María. Precisamente, la empleada pública ultimaba la construcción de lo que ha llamado “El rinconcito blanco”, una tumba en la que las madres y los padres que han tenido pérdidas gestacionales pueden enterrar a sus hijos.

Águeda estuvo tiempo dando vueltas a este proyecto, quería que los cuerpos de estos bebés estuvieran en un lugar específico, que se dejara de inhumarlos en el espacio denominado “los desamparados”, donde se da sepultura a personas que no tienen familia o cuyos cuerpos no son reclamados por nadie. “Empecé a pensar en crear un lugar especial para todas esas vidas que se nos van, bebés de siete, ocho o nueve meses porque son duelos que hay que vivir y no se vive”, reflexiona Águeda García, desde su creencia de que a las madres, y a los padres también, “les queda un trauma ahí por años, incluso para siempre”. La idea tuvo una magnífica acogida de la concejala de IU encargada del Cementerio, Carmen Turiel. Ese “lugar de referencia” para esos padres, “para que puedan visitar a su hijos, que sepan dónde están”, está presidido por la reproducción en mármol de dos manos que sujetan un bebé recién nacido, pero con los ojos cerrados. El proyecto, que Águeda llegó a pensar que “se lo tomarían como una estupidez” fue rodado, con un gasto mínimo para el Ayuntamiento de Zamora porque “mis compañeros se implicaron totalmente, quiero darles las gracias”. Todo había que hacerlo sin remuneración alguna, poniendo tiempo libre y el esfuerzo propio.

Águeda no tiene palabras para reconocer el apoyo esencial de esos funcionarios, del encargado y de los oficiales de primera, que se ofrecieron a construir la tumba, que en principio iba a ser de tierra. El servicio de Obras de la institución local también colaboró. “Y algunos marmolistas”, que cuando supieron de su iniciativa, se ofrecieron a donar el material. Uno realizó la patina y la réplica de la pequeña escultura del bebé que adorna la sepultura, desprovista de cualquier otro símbolo “para que pueda ser utilizada por todos los ciudadanos, sean religiosos o no”. Solo cubierta por piedra marmolina blanca, donada por otro marmolista. Ese color que remite a la inocencia de los niños define la tumba comunitaria, cercada por una franja de césped verde. El único gasto municipal, la compra de la figura de piedra que sirvió de modelo al marmolista y que la funcionaria del Consistorio adquirió después de mucho indagar. Águeda García ha puesto tanto mimo en el proyecto que hasta la orientación de esta sepultura común para los neonatos tiene su explicación. Se llega hasta ella por un pasillo que permite a las madres encontrarse de frente “al niño mirándolas”.Una madre zamorana que perdió a su hija en el octavo mes de embarazo relata el duro proceso de búsqueda del cuerpo, tras haber renunciado el mismo día del parto a enterrarla y dejar ese proceso en manos del hospital. La joven, incapaz de cerrar el duelo si no lograba saber dónde estaba su bebé, logró recuperar los restos cinco años después. Ahora, insta a las autoridades a facilitar la entrega de los cuerpos a los padres.

María pudo depositar el cuerpo de su hija en ese rincón especialmente creado en el cementerio de Zamora para los nonatos, del que supo cuando acudió a reclamar el cuerpo del bebé, tras conocer que el Hospital Virgen de la Concha los traslada al camposanto pasado un tiempo tras el nacimiento. Sin embargo, allí no estaba registrada “y yo necesitaba encontrarla, es un proceso natural, necesitas verla y despedirte de ella” para matar “la angustia de no saber” qué ha sido de su niña. La joven zamorana llegó a sentir que había abandonado a su niña, “que era una mala madre, me sentía culpable” por no haberla tenido en brazos y decirle adiós. Y todo “por miedo”. El mismo que sintió cuando, por fin, encontró a su bebé, tras insistir y con la ayuda de la Asociación “En el hueco de mi vientre” y de la funcionaria del Cementerio de San Atilano, Agueda García. Su hija permanecía en el Virgen de la Concha, en las cámaras frigoríficas, como exige el protocolo. “Tuvimos que contratar a una funeraria para que la recogiera” y llevarla al camposanto. “El dolor inicial ya no era el mismo”, relata esta zamorana, “la paz que te proporciona saber dónde está tu hija, que puedes ir a una sepultura a recordarla”.

Su constancia, ese lamento que se prolongó durante cinco largos años de búsqueda, se vio más que recompensada cuando pudo reencontrarse con su niña, “sentí una liberación, estaba superfeliz”. Recuerda cómo la abrazó, la besó, la achuchó, le habló... “y le pedí perdón. Me perdoné a mí misma”. María llegó a sentir que “la había traicionado por renunciar a enterrarla”. Pudo pasar unos minutos con la pequeña en su regazo, “es tu hija, da igual que esté viva o muerta, el sentimiento de madre es el mismo”, sentencia desde la tranquilidad que por fin disfruta. No es religiosa, no ha ido mucho a San Atilano, pero ya tiene un lugar donde encontrarse con su bebé. Allí descansa su niña junto a otros 30 cuerpos de niños y niñas que nacieron muertos y cuyos padres dejaron su entierro en manos del hospital, identificados con el nombre y apellidos de sus madres. Las llamadas al camposanto de Zamora de mujeres que perdieron a sus bebés en estas mismas circunstancias se sucedieron, “¡lo que hubiera dado por tener un lugar así para enterrar a mi hijo”.

UN LEGAJO PARA INSCRIBIRLOS CON EL NOMBRE Y APELLIDOS SOLO DE LA MADRE

Los nonatos se inscriben en un legajo específico (de fetos) con el nombre y apellidos solo de la madre y como varón o hembra, explica el subdirector del Instituto de Medicina Legal de Zamora, Antonio González González. Este documento no es tan antiguo, indica, “a finales de los años 60-70 del siglo pasado, muy a menudo, no había registro de estos niños, no se exigía”. Se incineraban sus restos en el propio Hospital Virgen de la Concha, que “bien entregaba a las familias las cenizas, bien se deshacía de ellas”, según voluntad de los padres del nonato. En los años 50 del siglo XX, “para ser considerado nacido, necesitaban un tiempo de vida. Para ser persona jurídica, el bebé tenía que respirar 24 horas y tener forma humana”, hasta que se aprueba la Ley de Registro Civil. González aplaude que el Ayuntamiento de Zamora haya creado un lugar específico en el cementerio municipal para dar sepultura a los nonatos porque “es muy duro para una madre y un padre pasar por esta experiencia”.