El repecho que lleva hasta el centro de Laguardia, en el corazón de la Rioja alavesa, es mejor subirlo pausadamente, mientras se visitan los bares del pueblo y se degusta el tempranillo. Hasta hay un ascensor en la localidad para no malgastar fuerzas por qué sí. A nadie se le ocurriría ascender la cuesta al ritmo infernal de Primoz Roglic. Ya está de líder. Señoras y señores. Se acaba de asistir al acto uno del cuarto año del ciclista esloveno en la Vuelta

¿Había dudas? ¿Tan grave estaba después del porrazo que se dio en los adoquines del Tour? En este deporte, como en el resto, nadie dice la verdad, todo el mundo esconde las cartas porque luego si se habla más de la cuenta, como hizo en primavera Tadej Pogacar en un 'podcast', y los rivales toman nota de sus fragilidades, te sacan los colores en los Alpes.

Posiblemente nunca hubo dudas acerca de que el ciclista esloveno sería el líder del Jumbo y trataría de seguir la racha triunfal de su equipo después de ganar el Tour con Jonas Vingegaard. La forma demostrada este martes en Laguardia no se consigue con cuatro entrenamientos. No se gana de forma tan expresiva y tan superior cuando supuestamente no estaba claro si iba a venir aquí en busca de su cuarto triunfo consecutivo.

Roglic ya está al mando de la Vuelta, ya viste en rojo, ya consigue hasta las bonificaciones, ya controla con su equipo, lo hace todo. Y todo bien. Aquí corre cómodo, aquí tiene la suerte de cara, al contrario de lo que le sucede en el Tour porque cuando se pierde una carrera que aparentemente se tiene ganada a un día de París, como le sucedió en 2020, es muy difícil volver a entrar en la dinámica victoriosa de la prueba.

La subida a Laguardia era explosiva y corta. Hace cinco años no hubiera habido dudas de quién habría sido el vencedor. Alejandro Valverde a los 42 años está en la Vuelta para disfrutar, recoger el cariño del público y hasta para que se recuerden triunfos suyos en cuestas similares, como cuando ganó a Peter Sagan en Vejer de la Frontera, en 2015. 

Movistar, al frente

Ahora el Movistar, su equipo, trabaja para un Enric Mas que se siente revivir en la Vuelta para dejar atrás los fantasmas que lo atascaron en el Tour, que si tengo miedo a los descensos, que si temo una caída, que si el flato me deja fuera de combate en el Galibier.

La cuesta de Laguardia constata que Mas está de vuelta y en la Vuelta, en la carrera donde se entiende mejor consigo mismo. Segundo en 2018 y el año pasado. Por primera vez en muchos meses el conjunto Movistar se pone al frente del pelotón, tira con José Joaquín Rojas, se ven los jerseis blancos que visten este año en homenaje precisamente a Valverde.

Tras un Tour para olvidar

Y aparece sobre todo Mas, el mismo que el día antes de comenzar la Vuelta expone muchas dudas mientras habla con los periodistas para dar la sensación de que quizá no ha llegado recuperado anímicamente de un Tour que fue para olvidar.

"Poco a poco", repite tras cruzar la meta en tercera posición y alcanzar ya la 13ª plaza de la general. Pero sabe que ha hecho lo más importante que puede puede hacer un jefe de filas y es dar confianza a los gregarios, que vean que el trabajo merece la pena cuando el líder responde, porque no hay mayor disgusto para un doméstico del pelotón que fundirse y luego ver que la figura no responde.

Solo fue una cuesta que no llegó a los dos kilómetros. Pero sirvió para que se descubrieran cosas como el poderío de Roglic y la recuperación del ciclista mallorquín.