Las once víctimas de los asesinatos consumados o intentados que se le achacan a Jorge Ignacio P. J., presunto asesino de Marta Calvo, eran mujeres prostituidas. Las acusaciones lo ven claro: buscaba ahí a sus víctimas por su elevada vulnerabilidad y para garantizar su impunidad, ya que las víctimas de explotación sexual difícilmente denuncian los ataques que sufren por parte de los puteros.

Y Jorge Ignacio P. J. era un putero. Consumado. Admite que durante ese año y medio que está bajo investigación lo hacía con bastante frecuencia, incluso más de una vez por semana». Deja claro, además, la diferente manera de hablar de su madre, de su hermana o de sus exparejas y de las mujeres que sobrevivieron a los encuentros sexuales pagados con él.

Estos rasgos se desprenden de un informe elaborado por dos psiquiatras del Instituto de Medicina Legal (IML) de València que han explorado al presunto asesino de Marta Calvo, Arliene Ramos y Lady Marcela Vargas y de los intentados de otras ocho mujeres al que ha tenido acceso Levante-EMV.

El inculpado tilda de 'absurdo' el relato que hacen las supervivientes y dice 'no recordar nada' de lo que le imputan

Así, aclara que solo ejerce de prostituidor «cuando no tiene pareja estable» y que con estas nunca «hace fiesta blanca» -sexo con consumo de cocaína-, ya que esa práctica solo la lleva a cabo cuando contrata un servicio sexual. Se atreve incluso a decir que ser putero «es un círculo vicioso» que «te trastorna la sexualidad», describiéndose como víctima y no como promotor de los encuentros. «El usar las chicas de compañía es una satisfacción y no una masturbación», asevera. Y Jorge Ignacio P. J., que en otro punto de las entrevistas admite su complejo de bajo, remacha: «Son chicas muy llamativas. Difícilmente alguien como yo podría relacionarse con chicas tan bellas sin mediar dinero».

Tras exponer una imagen casi pueril de algunos de esos encuentros -a Marta la describe como «buena persona, buena chica, agradable y amable», como si fuese una cita romántica y no una relación pagada-, cambia el tercio y trata de mentirosas, «absurdas» y, a alguna de ellas, incluso de toxicómana a las que ocho víctimas supervivientes.

Cada vez que los psiquiatras lo contraponen a los pormenorizados relatos de esas ocho chicas, que coinciden (sin conocerse entre sí) en cómo les introdujo cocaína en los genitales en contra de su voluntad hasta casi provocarles la muerte, las respuestas son idénticas: o «no se acuerda», o «no se identifica», o «es absurdo», o «no se reconoce». Incluso le dice a los psiquiatras con total desparpajo que nunca supo que Arliene había muerto y o que «nunca tuvo contacto con esta persona» en referencia a Lady Marcela, la otra asesinada.