Silencio. El 24 de diciembre de 2021 ya no había rugidos, ni lava ardiente corriendo ladera abajo. Tampoco el espeso humo negro que vaticinaba una inminente explosión. El volcán de La Palma, sin fuerza tras 85 días y 8 horas de actividad, había decretado su propio fin el 13 de diciembre bajo la atenta mirada de científicos, ciudadanos y políticos que contenían el aliento por si aquel coloso decidía volver a escupir fuego. Dos años después, el «monstruo» ya no respira, pero su corazón no ha dejado de latir.

Pese a que la normalidad ha regresado a la mayor parte del Valle de Aridane, un silencio estremecedor sigue haciendo suyo los rincones más cercanos a los lugares donde la lava discurrió, engulló y dilapidó hogares, fincas y pueblos enteros. Heridas que aún estando en pleno proceso de enfriamiento y desgasificación, se resisten a cerrar.